jueves, 15 de diciembre de 2011
Doscientos sesenta y tres: Arcoiris
Y cuando la cohabitante L llegó de la feria paraguaya trajo una remera -que dice que me va a regalar probablemente- que dice (en inglés):
"La vida es como un arcoiris. Necesitas tanto el sol como la lluvia para que los colores aparezcan"
(Inmediatamente recordé a Gump: "La vida es como una caja de bombones... etc.")
No creo que necesite llorar para ver colores.
Creo que con el sol me basta.
No quiero esperar un arcoiris como si fuera la felicidad, porque eso sería no muy a menudo tanto como esperar años con más o menos días, mundiales, olimpíadas.
Yo quiero sol todos los días.
Doscientos sesenta y dos: premenstrual
Sucede que la libertad para la que yo misma me he entrenado y que hago notar al entorno es fácilmente interpretada como independencia de gran espectro. Tampoco sería que me atrevo a contradecir tal entrenamiento en un flaqueo, pues entonces me quedo sola en mi dolor más metafísico que cualquier otro.
Porque el equilibrio, sin duda la quimera del asunto, es una cosa impracticable en estos días.
Siendo así no queda otra que pegarse un viaje intelectual o musical, siempre poético, a algún destino que descentre el dolor.
El dolor de las espinas de uno mismo.
Doscientos sesenta y dos: premenstrual
Doscientos sesenta y uno: ensimismada
Ensimismarse es algo así como estarse encima con algo, cargosearse.
Yo en el asado me estaba cargoseando mientras los músicos tocaban las guitarras y los coreutas cantaban, yo tenía unas maracas y las agitaba cuando podía tirar un cable de conexión. El resto del tiempo me devoró el silencio. Un silencio denso como el tiempo.
Un silencio de escucharme la respiración mientras los otros rían y yo incomprendía a la perfección.
No solía ponerme así, sucede que ya me he ido.
Doscientos sesenta y uno: ensimismada
doscientos sesenta: doscientos cincuenta y nueve es un buen número
después caí que yo estaba en terapia intensiva con la escritura.
ni una sobria línea de falsa soberbia.
secretamente me he creado otro blog pero está desierto como éste.
será que extraño el desierto y me ha invadido silenciosamente como el desierto hace.
será que desde que tengo el pasaje a San Juan en mi mano, estoy espiritualmente ida.
hay cosas que son fáciles de explicar.
estoy harta.
doscientos sesenta: doscientos cincuenta y nueve es un buen número
domingo, 4 de diciembre de 2011
Doscientos cuarenta y tres: Sin bozal
a la noche cuando salgo al bar y veo la banda de rock progresivo y logro sobreponerme a ella y más tarde, escucho hablar al guitarrista magnífico que estaba en el escenario y le oigo decir cosas aberrantes, soberbias, solo tardo un par de horas en volver a él para decirle que es un perfecto idiota y qué lástima porque mueve muy bien los dedos.
Doscientos cuarenta y tres: Sin bozal
Doscientos cuarenta y dos: Hay una chica en el piso
Cuando aparece la adorable criatura que es y el silencio quiebra y el pogo estalla, yo voy hacia él. No seremos más de cuatro chicas. Hay una de vestido, yo uso camisa de hombre y pelo corto. La camisa tiene una mancha así que no me importa mucho el sudor que se va a evaporando. Pero la chica que tiene vestido de pronto está en el piso y le doy la mano para subir. Y ella sube y dice que le patearon el cerebro y que está bañada en cerveza. La cerveza está en el piso. Es una pena.
Doscientos cuarenta y dos: Hay una chica en el piso
Doscientos cuarenta y uno: Estamos perdidas
Cuando el momento finalmente llega, yo estoy contenta aunque mi corazón se agolpe. Y entramos al escenario y no soy bien consciente de nada. Creo que si me detengo a pensar, detenerme va a hacer que me pierda. No puedo pensar, mi cuerpo sabe. Todo va saliendo bien hasta que la música.
La música ha vuelto empezar pero la danza está ya empezada. Mercury. Show must go on.
Nos vamos ondulando por el piso. El disco ha saltado. La gente igualmente aplaude. Aplaude porque sí.
Y entonces volvemos para intentarlo una vez más, con un poco de frustración en los hombros y el entrecejo, y otra vez la música. Otra vez el disco salta y todo vuelve a empezar. Y la gente igualmente aplaude. Parecen yanquis.
Doscientos cuarenta y uno: Estamos perdidas
Doscientos cuarenta: Berazategui
Nunca es finito.
Yo temía ir sola a berazategui porque toda esa zona urbana y gris me da temor. Porque sí y por prejuicio.
Ella entonces me hizo el aguante.
Y viajamos en tren.
Me gusta viajar en tren por las estaciones y por el ritmo.
Yo tenía un plano de berazategui y todo estudiado. Diez cuadras. Tocamos una puerta. Atiende una mujer y nos muestra sus gatos. Luego baja el hombre con la cámara.
Yo la miro mirando el futuro que voy a capturar y la guardo en una mochila diez veces más grande.
No sé cómo darle las gracias.
Creo que no alcanza con hacerle una ensalada.
Doscientos cuarenta: Berazategui
Doscientos treinta y nueve: Pereyra
Ella dijo:
- Pedaleamos hasta Pereyra (Iraola)
Era decir pedaleemos tres veces lo que vos pensabas pedalear.
Porque yo pienso poco de mí. De mi cuerpo, no me doy fe.
Siempre anteojuda.
Las zapatillas eran las de mi madre, remachadas varias veces, grises, gastadas. Las calzas de mi madre también. El casco era mío.
Ella pasó a las cuatro por mí.
Yo pensé que sería ir a tocar la tierra del parque y volver.
Pero ella no tiene límites. En la cabeza no tiene límites. Por eso yo la admiro.
Y cuando llegamos finalmente al parque, finalmente fue inicialmente porque nos sumergimos en las callejuelas de tierra y ella me enseñó a usar los cambios y saludar a los ciclistas. Me enseñó que el límite es uno mismo.
Que uno es, en verdad, infinito.
Doscientos treinta y nueve: Pereyra
martes, 29 de noviembre de 2011
Doscientos treinta y ocho: Ellas se duermen en los pufs
Quisiera no ser la única chica que no duerme e improvisa. Porque tengo miedo aunque no se note.
Pero ellos, cada vez que los miro, me sonríen. No sé si es cortesía o halago, pero cada sonrisa suya me devuelve la seguridad como un boomerang.
Estoy sin pensar.
Cierro la boca y la baba dentro es muchísima al acabar el juego improvisatorio. La baba es una buena señal. Es como si los tres hubiésemos acabado al unísono del silencio. Porque el silencio se oye, sólo hay que escucharlo bien.
Doscientos treinta y ocho: Ellas se duermen en los pufs
Doscientos treinta y siete: Sentémonos
Ganas de mear.
Ella avisa que sería mejor no usar aquel baño, pero yo igual voy. Y hay papel higiénico, hay también un olor pestilente, ácido, y una marca de rouge en la pared.
Me da asco que hayan besado esa pared, pero ni tanto.
Tomamos el último colectivo frecuente. Caminamos una cuadra. Vos hablás de ser libre. Vos hablás de improvisar.
La música nos hará libres y la noche.
Doscientos treinta y siete: Sentémonos
Doscientos treinta y seis: Free lance
Doscientos treinta y cinco: Ella está por embarcar
La casa sola.
Ni un sonido de teclas desde su pieza.
Sólo los murciélagos.
Duermo abrazada a la música. Duermo y despierto con la misma melodía. Es la melodía de un cello.
Doscientos treinta y cinco: Ella está por embarcar
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Doscientos treinta y cuatro: Becher
Las partituras de Becher fueron entregadas, en su momento, en forma de fotocopias sin ningún tipo de referencia al autor de las mismas.
Tiempo más tarde me enteré de que ese sujeto poseía un apellido que suena similar al mío. Y no sé si eso me entusiasmó o es que yo soy muy entusiasta.
Pero el otro día ordené la pieza y descubrí detrás de unas tapas de flores muy coloridas que yo poseía un libro del tal sujeto que debe ser del año no sé cuánto pero las páginas amarillas y ajadas dicen que desde hace mucho o muchísimo.
Pues ese libro que estaba perdido en mi biblioteca y que fue un obsequio de alguien que nunca más volví a ver, ese libro es una premonición. Sí, señor. Una premonición de que yo iba a tocar un par de obras de un tipo de apellido muy similar al mío.
Y ahora nos miramos las caras, el libro y yo, y se nos huele que nos hemos visto en otra parte antes, sino fue en otra vida.
Doscientos treinta y cuatro: Becher
Doscientos treinta y tres: Azul
Yo me puse el piloto azul porque llovía. Y me puse las zapatillas azules por el piloto azul. Y como estaba toda azul (y los ojos) me puse la peluca azul también. Y salí.
Me compré un libro de poesía de juan gelman en un kiosco de revistas mientras esperaba que llegara él.
La gente era mucha porque el cumpleaños de la ciudad.
Él llegó de traje y con sombrero, pero él tenía una fiesta de disfraces. Se sentó y le leí una poesía que hablaba sobre la poesía.
Unas personas de escasa edad se nos acercaron y pidieron permiso para sacarse una foto con nosotros como si fuéramos mickey mouse.
Luego se fueron y ni una moneda nos dieron.
Doscientos treinta y tres: Azul
Doscientos treinta y dos: Los pájaros
Cuando todo por fin comienza, el tiempo es una estrella fugaz y el cielo son las personas que nos ven. Yo me conecto con otra voz. Una voz que está en mi cabeza y me dice:
- No puedo respirar
Y yo lo digo:
- No tengas miedo
Y ella insiste. Y en definitiva siempre un poco lo logra y se me aprieta una que otra nota o me quedo sin aire.
Siempre es así aunque podría ya no serlo.
Cada concierto dado, le gano un cachito a esa voz.
Y en el tema final, suelto los pájaros de la jaula.
Doscientos treinta y dos: Los pájaros
Doscientos treinta y uno: Creo que lo maté
No tuve tiempo de pensar en abrir la ventana. La ventana se veía lejos y el pelo largo de ella estaba tan cerca. El bicho aleteaba desesperado y yo desesperada hice estallar el vaso contra piso en un sacudón torpe.
No quería matarlo pero creo que lo maté de un toallazo rosa. No sé de dónde salió la toalla pero el brazo era el mío y de pronto, el bicho agazapado en la tela ya no se movía.
Tampoco fui muy consciente hasta que la toalla salió volando por la ventana. Los corazones se habían aquietado. Todos teníamos miedo. Ella estaba inmóvil como el bicho en el puf. Yo estaba exaltada.
Pero no tuve tiempo de hablar con dios.
Cuando volví a mi casa pedaleando eran las dos y media de la mañana. Y en cada pedaleo, yo temí que me siguieran sus padres, perdidos en la negrura de la noche.
Doscientos treinta y uno: Creo que lo maté
domingo, 20 de noviembre de 2011
Doscientos treinta: Sólo una lata, nada más
Pues estábamos esperando que se me hiciera la hora de entrar a cursar, a recibir los resultados de mi primer parcial -yo estaba ansiosa, pero igualmente alegre-. Y nos sentamos, luego de ir al supermercado, con dos latas de birra de medio litro cada una, nos sentamos y la poli le tiraba un láser rojo a mi compa. Tuvimos que migrar a otro escalón, un poco más cerca de la escuela, exactamente era el cordón de la escuela, y allí esperábamos que se me hiciera la hora para recibir el resultado. Pero de un momento a otro, el medio litro me hizo efecto, increíblemente (o sería la alegría), y ya no pude entrar porque era tarde y yo ya estaba ebria, y acabé dormida en el futón de mi amiga y él me condujo en su auto hasta mi casa.
Doscientos treinta: Sólo una lata, nada más
Doscientos veintinueve: Si la semana comienza el domingo
No es el verano, pero ya la primavera de noviembre te va preparando para el fin de año festivo. Porque si el mundo se termina el año que viene, como dicen algunos, yo no voy a quedarme sentada al lado de la ventana para ver el apocalipsis, no señor, voy acabar como si fuera realmente una fiesta. Porque lo es. Porque la humanidad ya nos tiene hartos a todos. Empezando por el mundo. Y capaz la galaxia. Yo creo que habría que festejar desde ya y hasta que comiencen los fuegos artificiales.
Doscientos veintinueve: Si la semana comienza el domingo
Doscientos veintiocho: Un elfo
(Me gustan las barras de los bares porque allí siempre hay historias si te quedas un rato bebiendo)
Al lado, cabello largo lacio oscuro nos hizo un lugar.
Mientras él bebía, nosotros conversábamos y no recuerdo en qué momento preciso
hubo algo que lo trajo hacia nosotros.
Sorprendidos lo mirábamos, su pelo largo lacio oscuro, sus ojos rasgados, su voz al hablar. Sabíamos que estábamos ante la sensibilidad de un elfo.
Cuando le dijimos, él asintió.
Yo tenía dos postales en mi bolso. Logré que ellos tuvieran una cada uno.
Cada postal tenía un haiku.
Pero para entonces ya estábamos tan etéreos que la única señal de esa existencia era la textura del cartón en cada mano.
Doscientos veintiocho: Un elfo
domingo, 13 de noviembre de 2011
Doscientos veintisiete: Navarro
Aunque el trayecto era corto y el viaje se hiciera largo, sobre todo si el viaje se hacía largo (yo adentro festejaba silenciosa que todo hubiese salido "mal" y hubiésemos tardado cuatro horas en llegar). Porque mirar el atardecer, la música encendida en los oídos, el sol por la ventana, las puntas del pie desnudas contra el techo del bus. Yo bailando incómoda invertida, ellos incómodos preguntándose qué haría bailando contra el techo del bus.
Y llegar apurados para cantar tranquilos tan cómodamente felices nuestro repertorio y que ellos se pusieran de pie para aplaudirnos y que yo quisiera llorar pero no pudiera por fuera pero sí me llorara por dentro rebosante de emoción. Todo navarro.
Bailar en el patio del ignoto sitio, bailar como si supiera, bailar de a breves cachos una danza - y mirarnos a los ojos al final, mirarnos todos, pero de a uno, mirarnos tan profundamente mirarnos como escucharnos en el silencio mientras suena todo allí afuera, pero en el silencio profundo de las miradas, estar tan alejados de todo, pero tan cerca, tan cariñosamente cerca.
Doscientos veintisiete: Navarro
Doscientos veintiséis: Intimidad
Cuando eso ocurre, me enamoro de la circunstancia.
No nos disculpamos, no nos preservamos. Somos una misma agua que se bebe sin medida.
Los tragos son largos pero el agua regodea en el paladar. Nos bebemos y es el mismo encanto espejado.
Se oyen las sirenas en los intervalos de silencio. Se respira el silencio. Se trama un cuerpo con otro.
Se continúa el sorbo y se desarma el tiempo.
Doscientos veintiséis: Intimidad
Doscientos veinticinco: La marca en el ganado
De pronto, estoy triste o enojada. No sé distinguir. Estoy herida. (Creo ser vulnerable) Estoy triste y enojada. Enojada conmigo.
He sido libre y me han hecho notar que mi libertad me separaba del resto.
No he podido volver a cantar.
Lentamente (sigilosa) me voy. No quiero que nadie me note esta vez.
Pero lloro.
Lloro la marca en el ganado.
No quiero que nadie me note esta vez.
Lentamente me voy. Soy distinta, pero quisiera ser armónica.
Me he ruborizado. La marca en el ganado.
Es que no quiero ser igual. Tampoco me sale, aunque a veces lo hubiese intentado.
Ya no me sale. Es un vicio personal: salirse de la órbita.
Doscientos veinticinco: La marca en el ganado
Doscientos veinticuatro: ensamble vocal
Éramos tan distintos, pero sin jerarquías. Imaginate un mundo sin jerarquías.
Ensamblar es conectar. Para conectar no puede haber jerarquías.
El sonido era el material común.
Sonidos puros.
El sonido de nuestros corazones, de nuestras respiraciones agitadas.
Incluso desacompasar era musical. Porque no era necesario estar uniformes. Éramos (somos) muchas ovejas mezcladas.
El director era nuestro pastor.
Alabado seas.
La música, vos y el amor.
Comulgamos. En torno al sonido, todos comulgamos, abriendo la boca pedimos la paz.
Doscientos veinticuatro: ensamble vocal
Doscientos veintitrés: La sinceridad
Ocultar es perverso, sino es por timidez.
Disculpen si me pongo verborrágica, no me puedo contener las emociones.
Dejé terapia porque era una cloaca.
Todo debe ir por el cauce que viene.
No tengo tubos de desagote. No hago catarsis. Soy sincera.
Doscientos veintitrés: La sinceridad
lunes, 7 de noviembre de 2011
Doscientos veintidós: El terror
Yo, por lo general, tengo miedo. Pero sí lo tengo que sea por una experiencia directa con lo que llamaré "la cosa".
"La cosa" -amor, acrobacia, primeras veces de todo, segundas y terceras quizás también-
La experiencia diferida no me parece. Claramente, me aburre.
Yo prefiero estar en contacto con la carne de la realidad, antes que desperdiciar dos horas de mi vida en un juego de sugestiones evocado por una ficción perversa. Es perverso promover que otros sufran. (Aunque deseen sufrir. Es mi moral. Nietzsche dijo que experimentemos otras morales)
No miro terror. No miro desde chiquita. No pienso mirar de grande.
Doscientos veintidós: El terror
Doscientos veintiuno: Homologada
Esa noche nadie tenía pito o todos lo teníamos. Pues eso no importaba porque no estaba en sí mismo ni en metáfora. Era la abolición del tener o no tener. Nada por encima, todo homologado. Éramos cuerpos distintos pero equivalentes.
Y si alguien osaba tratarme de menos o tratarme de más, o ponerme una palabra que me sonrojara por estigma ya machista bien ancestral, yo me hubiese puesto violenta como me pongo cada vez que el machismo osa supeditarme.
Pues la música -¿sería la música?- anulaba el diferencial fálico. Yo creo que la música, dejame creer, es una fe. Así estábamos, éramos tan felices, estábamos tan desnudos en un mismo fluir cada uno, pero en un mismo fluir que igualaba.
Doscientos veintiuno: Homologada
viernes, 4 de noviembre de 2011
Doscientos veinte: Darse
Ahora es como si todo el tiempo, trabajara para estar presente. Ya nadie me pide que lo diga. Sería más sano a veces irse por las ramas de la mente, preservarse, oscurecerse, desaparecer. Pero eso no es vivir. No al menos para mí. Yo soy tajante. Corto con un látigo. Por dentro, lava.
Pero no es fácil salir, no es fácil dejar salir. Darse. Darse al piano. Darse al amor. Darse a la vida. Ala delta. Arrojo. Audacia. Darse por entero. Subirse a un techo. Mirar como el sol baja naranja, rojo, rosa, violeta. Jugar a la pelota por azar. Pero darse. Comerse una medialuna con todas las papilas. Bailar tango por azar. Pero darse.
Recibir el sonido que vuelve como un regocijo no, como otro envión sí.
Doscientos veinte: Darse
Doscientos diecinueve: El centro
Ella me modela el cuerpo con las manos hasta que logra una postura ¿aceptable?
Yo siento el centro. Concentro. Bajo el pecho al respirar, mi cola escapa por detrás, los hombros se suben, la cabeza adelanta. Vuelve a moldear. Camino como un pato. Recta hacia la diagonal.
La disonancia entre mi mente y mi cuerpo arroja ridículos movimientos.
Pie, relevé, relevé. Concentro en el centro. los brazos estirados en diagonal. La mirada perdida en mi cuerpo interior. Pie, relevé, relevé. Tres pasos. Toda mi energía toda, va por la diagonal. Llego al fin. Desarmo.
Creo.
Doscientos diecinueve: El centro
Doscientos dieciocho: Lo mantengamos en secreto
Hablemos de que se nos dilatan las pupilas por el éxtasis. Hablemos porque me encanta hablar. Sólo si el interlocutor escucha. Pero hablo de escuchar en lo profundo. Escuchar como nadie escucha ya. Digo contar con estilo propio. Digo escuchar con estilo propio.
Incluso en silencio nos decimos cosas tan ciertas. Tan emocionalmente ciertas.
Pero mantengámoslo en secreto, preservemos la especie, aquel, éste, aquél, diálogo en extinción.
Doscientos dieciocho: Lo mantengamos en secreto
Doscientos diecisiete: Sinapsis de pedaleo
Vamos por la circunvalación. La circunvalación nos lleva sola. No sé si mis piernas o mis neuronas van más rápido, pero tus piernas y tus neuronas van a la par como en espejo. Y si dibujara un lápiz nuestras ideas sobre la cabeza, eso sería tranquilamente un árbol hacia lo infinito, pues quién sabe lo que sería nuestro diálogo si los músculos nos hicieran el aguante.
No podemos parar. Pero nuestros cuerpos, lentamente, se quieren ir a sus respectivas camas. Y nos llevan. Y damos tres vueltas a la manzana, a la misma manzana -la que está frente a tu casa-, para redondear las ideas. Mientras un grupo de pibes meta chupi la cerveza (se extrañan).
Vos mirás la hora. La hora no se mira. Han pasado dos. Es increíble, hemos transitado kilómetros de palabras. Como si nada. Como si nada.
Doscientos diecisiete: Sinapsis de pedaleo
Doscientos dieciséis: Dos patos, un inmensísimo jardín
Doscientos dieciséis: Dos patos, un inmensísimo jardín
Doscientos quince: Domingo sin agua
Alguien -la cohabitante?- se ha gastado lo último que nos quedaba de agua en el termotanque.
Hay que ser cuidadosos con el inodoro.
Vienen visitas. Lo sé porque toca el timbre. Le digo que no hay agua, sube igual.
Sacrificamos el agua fría de la heladera para sorber unos pocos mates.
Me preocupa la sed, la mugre, el recurso no renovable.
La visita arregla una lámpara muy compleja. Yo logro comunicarme con el señor del agua.
La visita se va, el agua vuelve.
Doscientos quince: Domingo sin agua
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Doscientos catorce: Mear en la plaza, cada año
Esto ha ocurrido la noche del sábado, luego del alcohol y la pelea. No contengo nada. Ni las palabras, ni el meo. Voy hasta el centro de la plaza fundacional, busco con la vista un arbusto contenedor, me interno en el verde.
Él me da la espalda, ahora ya no parece estar enojado, ahora parece mi padre, mi amigo, mi cobertura de chocolate. Y a sus pies, meo. Y ya todo se despeja de mi cuerpo, incluso el odio, tal vez era amarillo.
Doscientos catorce: Mear en la plaza, cada año
Doscientos trece: La lluvia, Medea
Me interno en una obra de teatro físico. Todo lo que me sucede durante la obra es exclusivamente físico. Los pelillos electrizados, la garganta con una boa. Estoy a punto de llorar a los pies de Medea. Y no lloro pero salgo, y allá fuera todo llora.
Doscientos trece: La lluvia, Medea
Doscientos doce: Jazmines
martes, 1 de noviembre de 2011
Doscientos once: El estrés
Y ahora entiendo que estar tres semanas con la tos es el subproducto de haber contraído el mal. Que los mocos de las semanas subsiguientes también. Pero sobre todo, lo más triste, es la ira. Lo inmanejable de la ira, será. Mi encabronamiento que bulle a través de la piel.
Estoy harta.
Me voy al sol.
Prestame tu pasto.
Dos horas nomás, me olvido de todo.
Doscientos once: El estrés
Doscientos diez: La complicidad
Doscientos diez: La complicidad
lunes, 24 de octubre de 2011
Doscientos nueve: Murciélago en la sinfónica
Pero soy una humilde cronista que se toma el atrevimiento de titular así. Eso es, claramente, distinto. (?)
La escuela más fantástica del mundo, luego de mis escuela secundaria, es la escuela de arte de berisso.
Hay gente que dice que yo exagero pero, en realidad, es que soy hipersensible.
La escuela de arte de berisso tiene cosas como un murciélago sobrevolando el auditorio mientras la orquesta sinfónica municipal ejecuta una obra de schubert.
Yo me pongo el pulover como un turbante en la cabeza para que no se me prenda con las uñas la rata o, al menos, para olvidar -en ese acto- que debo preocuparme por eso.
Una vez hecho el turbante todo puede continuar magníficamente. Los músicos han notado la presencia animal pero igual siguen como un rebaño a su pastor, el señor director.
La escuela de arte de berisso tiene cosas como que tu profesora de lenguaje quiera irse con sus alumnos a tomar una cerveza luego del concierto del murciélago. Digo, de la orquesta sinfónica municipal.
Y esas cosas, a mí -que soy hipersensible- me ponen la piel como un erizo de mar.
Doscientos nueve: Murciélago en la sinfónica
Doscientos ocho: Redenciones
Yo no.
Yo me contento con ir a votar y hacer apenas diez minutos de cola. No puedo tener otras expectativas. El sobre queda regordete y casi no cabe en la rendija. Pero ese es el futuro que yo deseo. El que no cabe en la rendija. El otro es una feta de paleta. El futuro que cabe en la urna.
La alegría viene al olvidar el asunto de la paleta, como quien quiere la cosa de olvidar. Viene de estar redimida del domingo de votación anterior en el que me morfé, no la paleta, sino dos horas de cola barrial.
La redención viene de ponerme la peluca azul y ponerme a cantar un tema de los carpenters. Un tema que habla de pájaros. Creo que habla de volar.
Doscientos ocho: Redenciones
Doscientos siete: No sé si era el perfume
Difícil saber si olía a propósito. Lo cierto es que olía y que su olor me agradaba.
Olía a perfume o a desodorante y olía también a sudor. El tono de su cuerpo era alto.
El sujeto era versátil. El objeto era una silla. Un armario. Tres pollitos a cuerda.
Yo, que he visto tan poco teatro en mi vida. Yo, que sé tan poco de dramaturgias y de liturgias.
Yo escuché esa obra como si ofrendara todo mi cuerpo. La nariz, los ojos, la boca al respirar, las manos que sudaban el sudor de las manos del actor.
Y encarnar un poco como encarna ese cuerpo actoral cada vez que los actos se realizan, una y otra vez, encarna la desgracia y yo encarno no digo la tristeza, yo encarno el temor y la osadía, al mismo tiempo y acabo. Y cuesta despertar del sueño. Pero al despertar, me regocijo del sueño y sobre todo de la vigilia y bocanada por fin, respiro.
Doscientos siete: No sé si era el perfume
viernes, 21 de octubre de 2011
Doscientos siete: Travesía nocturna en bici
Esta vez éramos dos pedaleadoras.
El cansancio era cosa menor. Las ruedas estaban desinfladas. La mía una de paseo, la tuya una playera.
Pedaleamos sin percatarnos ni desacato, sino como aquellas que pedalean con un inercia divina mientras se interrumpen para decir: no, decí vos. no, decí vos. Y la noche estaba húmeda. Ni calurosa ni fresca, pero húmeda.
Hasta que vos dijiste "acá" y cruzamos la avenida para pegar la vuelta, como conejos tras las zanahorias, emprendimos regreso a la posta de alcoholes.
Doscientos siete: Travesía nocturna en bici
Dosciento seis: El post que equivale al plural
Toda la vida fui distraída y ociosa. Tengo un mundo interior muy grande -me convencí-.
Esto es igual a decir: "estás en la luna de valencia" o "babia" o quién sabe.
Lo cierto es que hay un bache que no me atrevo a sepultar con un excusa banal ni con una excusa superpensada. El bache es de quince posts y no intento disimularlo.
Pensé que debía reconstruir mis últimos quince días, un mes sin tabaco. Es lo mismo decir que debería intentar escribir 15 crónicas en el tiempo que dura encendido un solo cigarrillo. No lo creo posible. No veo mucha ciencia ficción.´
El tiempo de una brasita no colabora con mi memoria de cristal europeo -todo lo europeo es más frágil después del holocausto-.
He vuelto. Creo que eso es lo que importa. Y un mes sin tabaco.
Dosciento seis: El post que equivale al plural
domingo, 16 de octubre de 2011
Doscientos cinco: La artesanal
Resultó que pudimos acudir a un evento histórico único. Esto es: la primera fiesta de la cerveza artesanal en La Plata.
Había muy muchas personas. Había largas colas de sedientos sujetos con vasos vacíos, ansiando llegar al vaso lleno que los esperaba al final de esas largas colas de sedientos sujetos.
Nosotras hacíamos cola tras cola, especulábamos bien. Y en ese trajín de la espera, se te iba la noche pero te venía la embriaguez como una cosa tan natural y risueña que así daba gusto acabar pedaleando y pedaleando con burbujas explotando a la altura de los ojos.
Doscientos cinco: La artesanal
Doscientos cuatro: Los choris de mi hermana
Doscientos cuatro: Los choris de mi hermana
Doscientos tres: Cama adentro
Yo sugerí la ya vista, sólo pensaba en dormir cómodamente en el hombro de alguien próximo, apenas podría leer los títulos iniciales.
Finalmente fuimos dos las que dormimos y fueron dos los que permanecieron.
Cuando la noche hubo acabado, la solución no fue salir por nuestras camas propias, sino abrir las puertas de un sillón para hacerlo cama para hacerlo sueño para fundirse inconfundible en su magma.
Doscientos tres: Cama adentro
miércoles, 12 de octubre de 2011
Doscientos dos: El juego, los niños
Doscientos uno: Vamos, anda
con el cuerpo de estreno otra vez,
y otra vez quejándose entre la alegría sincera
de sus movimientos
entre la poesía de las poses también
sinceras.
Agradezco cada minuto de cuerpo vivo
en lo bailado
en lo cantado
en lo bebido
y en lo reído
también.
Doscientos uno: Vamos, anda
Doscientos: Un pez
Nunca antes me miré, me miró, un pez así. Un pez, sólo ése, el resto no. Sólo ese iba y venía en sacudones y clavaba así sus ojos en mí, como si fuera su misma especie o incluso distinta pero eso nos tenía sin importancia. Nos tenían nuestros ojos como se tienen las cuerdas en el aire jaladas de los extremos.
Doscientos: Un pez
martes, 11 de octubre de 2011
Ciento noventa y nueve: La guardia médica II
En la guardia hay muchas personas. Yo toso como si se me acabara la vida. Ellos se dan vuelta para mirarme. Sobre todo dos. Me miran con cara de desubicación. Pienso si estoy en el lugar correcto.
La sorpresa de ellos es, entonces, mi sorpresa.
Ciento noventa y nueve: La guardia médica II
Ciento noventa y ocho: La crisis
En toda vida, hay muertes. También hay resurrecciones.
Sueiro y Jesús.
Ciento noventa y ocho: La crisis
jueves, 29 de septiembre de 2011
Ciento noventa y siete: La mirada de un pez
Muchas gracias cardumen
Ciento noventa y siete: La mirada de un pez
Ciento noventa y seis: Camisa de jean a cuadros
Tres animales de cabeza bamboleante, dos delfines pegados en el vidrio y un perro de peluche.
El tipo dice:
- soy humorista
El problema de creerle y de asumir eso como una verdad supuso que yo esperara que el sujeto me hiciera reír en algún momento del viaje.
Nada de lo que él hizo o dijo me dio gracia, y eso que estaba yo bien predispuesta, y eso que él lo intentó con un chiste de su repertorio.
Cuando intenté ser amable, me forcé a reír.
Nunca he sentido sonido más artificial.
Aquí me bajo.
Ciento noventa y seis: Camisa de jean a cuadros
Ciento noventa y cinco: Reposo
He sido un cuerpo arrojado a una cama de sábanas sin ajustables. Razón por la cual, he dormido mal, entre otras cosas, porque me pone de muy mal humor que las sábanas no tengan elásticos. Creo que no he soñado nada porque la tos se ha encargado de hacerme pésima la existencia ese día. Pero de haberlo hecho habría soñado con una cama mejor.
Ciento noventa y cinco: Reposo
Ciento noventa y cuatro: La guardia médica
Fuimos a la noche, especulando que no habría niños, ni adultos en exceso.
Había parejas mayormente.
Yo era impar.
A la espera, tosía -lejos de la gente para no asustar- y lloraba de un ojo.
De repente, alguien golpeó la puerta muy fuerte, la puerta de afuera, desesperado. Gritó: abran. Y abrieron. Y el hombre entró con un bebé en brazos corriendo por el pasillo. Y detrás corrió la madre del niño.
Y detrás, me lloraron los ojos al unísono.
Ciento noventa y cuatro: La guardia médica
Ciento noventa y tres: La resolana
Me rodeé de libros. Pretendí hacer algo interesante con ellos.
Estuve así todo el día, el sol bajaba por sus lomos. Iba y venía al piano. Iba y venía al piso.
Quise dormí la siesta y recordé que ya había dormido demasiado y que más me haría doler el cráneo. A mi cuerpo no le gustan los excesos de sueño.
Nos quedamos todo el día mirando crecer el verde por fuera.
Ciento noventa y tres: La resolana
Ciento noventa y dos: Llegó la primavera
Hice la cama luego de varias semanas. Me escuché la respiración.
Vino ella y trajo flores. Yo también, increíblemente, tenía.
Las probamos. Las mezclamos.
Nos reímos.
Creo que nos acordamos de magneto y analizamos un tema de madonna que decía:
el amor es un pájaro
ella necesita volar.
Primaveral!
Ciento noventa y dos: Llegó la primavera
lunes, 26 de septiembre de 2011
Ciento noventa y uno: soy una monja
Intento escribir. No puedo. Necesito un pucho. Pienso que no podré escribir nunca más. El drama siempre es fácil. Entonces no escribo. No salgo tampoco. La noche en el boliche sería pucho. No salgo, no bebo, no escribo, no rockeo.
Soy una monja. Miro una yanqui.
Ciento noventa y uno: soy una monja
Ciento noventa: Ángel punk
La tos me ha puesto en la cama como un caracol que se retuerce cada tanto, que se sacude, que busca otra baba con la que fregarse. Así pues, ella ha venido y ha cumplido todos mis deseos como un hada madrina: jarabe y medialunas.
Y se ha quedado toda la tarde, a los pies de la cama, como un ángel, sí, como un ángel punk que iba y venía a fumarse uno que otro pucho.
Ciento noventa: Ángel punk
Ciento noventa: La vida desde la cama
La tos me ha puesto en la cama como un caracol que se retuerce cada tanto, que se sacude, que busca otra baba con la que fregarse. Así pues, ella ha venido y ha cumplido todos mis deseos como un hada madrina: jarabe y medialunas.
Y se ha quedado toda la tarde, a los pies de la cama, como un ángel, sí, como un ángel punk que iba y venía a fumarse uno que otro pucho.
Ciento noventa: La vida desde la cama
Ciento ochenta y nueve: La decisión
¿Podía ser enterarme que tengo una fecha límite para acceder a un futuro imaginado?
¿Podía ser darme cuenta de que me gusta mucho alguien?
O el tabaco.
Y el dijo: yo dejé de fumar cuando escuché toser a un tipo que tenía cáncer de pulmón.
Y al rato,yo fumé. Pero el relato me caló.
Y esa noche, sin más, lo decidí por fin.
Ciento ochenta y nueve: La decisión
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Ciento ochenta y ocho: Ataque de risa
Estando ahora en una de las puntas, la luz apagada, el silencio total, mi panza no paró de llamar la atención. La ninia de la otra punta, había caído en suenios, pero la del medio empezó a reírse incontenible. Mismo yo, empecé a reírme incontenible también. Y así estuvimos, meta risa y espera hasta que mi panza de nuevo gruñía algo y otra vez se disparaba la carcajada con sordina. No fuera cosa de qué la desveláramos también a ella.
Ciento ochenta y ocho: Ataque de risa
Ciento ochenta y siete: El gesto
Parece que estudiar nos pone ansiosos, y torpes. Le dije que a mí otras veces me sucedió lo mismo. Y entonces él se regocijó.
Siempre caminamos una sola cuadra juntos y luego él ya toma su ruta. Allí le dije:
- No importa fallar, lo que importa es no perder el gesto
Y él repitió:
- El gesto
Y sonrió.
Ciento ochenta y siete: El gesto
lunes, 19 de septiembre de 2011
Ciento ochenta y seis: Como dos quinceañeras
Y así, hemos caído en sueños.
Ciento ochenta y seis: Como dos quinceañeras
Ciento ochenta y cinco: El bailarín
Todo era oscuridad y la música inquietaba. Cuando vos apareciste, temblé. Pensé en el dolor de tu mano, en el esfuerzo, en el intento de seguir siempre hasta el final. Pero vi tu cuerpo sonreír y era indiscutible.
Mi fascinación por las formas. Y todo el tiempo el deseo de permanecer y de irme porque la urticaria, el temor a que me vieras y que eso quebrara la cuarta pared.
Y entonces ella dijo, al final: quedémonos.
Y todo se resolvió dentro, como si jalara una cuerda que tan simplemente, desata un nudo. Solo verte bailar, me desata.
Ciento ochenta y cinco: El bailarín
sábado, 17 de septiembre de 2011
Ciento ochenta y cuatro: Tres de corazones
Él relato su vida y en ningún momento se sentó. Ella insistió en que él hiciera un truco de magia y él eligió hacerlo con un tres de corazones. Y no fue extraño entonces que él eligiera justamente un tres de corazones porque estábamos a la mesa tres corazones. Y en cuanto yo elegí el camino de la distracción, ellos hablaron naturalmente y se fueron, como quienes se van en una noche mojada quién sabe adónde.
Ciento ochenta y cuatro: Tres de corazones
Ciento ochenta y tres: La feminidad
El hecho de que un vestido me ponga "linda" es una cosa bien absurda si se la mira sin mirar el contexto, donde vestido sumado a "mujer" es igual a linda, y entonces comprendo que sólo una, dos o tres veces al año, seré llamada "linda" por el resto de los mortales.
Ciento ochenta y tres: La feminidad
Ciento ochenta y dos: De vez en cuando sucede
De vez en cuando sucede que estando yo tan segura de lo que he sentido recibo como un sopapo una cuota de decepción de mí misma que me hace volver despacito a la humildad.
Ciento ochenta y dos: De vez en cuando sucede
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Ciento ochenta y uno: Encamarse con una francesa
Me brotan mil pájaros de la cabeza. Quiero quedarme así, laxa, hasta el final de las páginas (y de las pajas). Hay un babeo interno y la punta de un ovillo.
Ciento ochenta y uno: Encamarse con una francesa
Ciento ochenta: Encuentro en el rabanito
Con las pocas verduras a cuestas, me subo a su auto, damos la vuelta a la manzana, le devuelvo sus discos (prestados en el año 2004) y en la vereda, como dos viejas, nos contamos la vida en quince minutos. Ha sido como ayer, pero ahora tenemos más panza y todo nos parece menos ingenuo pero más genuino, pero más genuino.
Ciento ochenta: Encuentro en el rabanito
domingo, 11 de septiembre de 2011
Ciento setenta y nueve: Tarot
Ella me pidió que barajara las cartas. Luego corté con las piernas descruzadas.
Pregunté y elegí dos cartas.
Entonces allí estaban: el ahorcado y el emperador.
Mi muñeca ahorcada y mi deseo que no ha parado de crecer.
Llegará el sueño tras el sacrificio. Costará. Pero un día el deseo concretado será mi imperio. La única potestad que añoro es la potestad sobre los miedos.
Ciento setenta y nueve: Tarot
Ciento setenta y ocho: Competencia de egos
Ciento setenta y ocho: Competencia de egos
sábado, 10 de septiembre de 2011
Ciento setenta y siete: Ligaduras
Ciento setenta y siete: Ligaduras
Ciento setenta y seis: Encontrada
única corriente, un canal.
Ciento setenta y seis: Encontrada
Ciento setenta y cinco: Señora de las cajas de la cartón
En busca de cajas de cartón de tamaño insólito.
Una señora amarga
aturdida por el tiempo
encapsulada en su rutina
de pliegos, de cortes,
responde con desmedida desidia
que lo insólito
no es imposible
pero casi, apenas,
es espeso y arrugado y denso.
Las urnas son para los muertos.
También las de cartón.
Ciento setenta y cinco: Señora de las cajas de la cartón
Ciento setenta y cuatro: A vuelo torcido
Estando frente al piano, planear con dos alas desparejas, me brota el miedo. Estoy a vuelo torcido, voy lenta como arrastrándome y raspándome, como sangrándome o desangrándome, pero vuelo sola y esta soledad es el inicio de la comunión.
Ciento setenta y cuatro: A vuelo torcido
martes, 6 de septiembre de 2011
Ciento setenta y tres: Dios sol
Y el sol en la espalda como una palmada para el día. No sería tan fácil remover el lunes desde la cama si en la ventana el frío.
Pero el sol, entonces dios es el sol. Yo apenas el aire. Yo apenas partículas flotando.
Y a la noche, tras cerrar los ojos, la última luz en los párpados es la imagen de dios, el rayo, el color que rodea las pupilas.
Ciento setenta y tres: Dios sol
Ciento setenta y dos: Domingo subibaja
La tarde, los chipás horneados y a la bolsa, a paso lento pero musical, iba cabizbaja con el registro del sábado en los ojos. Adentro el calor. Afuera no llovía.
Arriba la gente, abajo la gente. En el medio, una amiga, un abrazo, levántate y anda.
De a poco el cielo de los ojos se iba componiendo y el cuerpo se perdía en la marea de cuerpos.
Y al final del día, un filet de merluza en la esquina. Una mirada de soslayo al piano del bar. Otra mirada de soslayo a los borrachos del bar. Yo y el filet,cuál más pescado.
Ciento setenta y dos: Domingo subibaja
domingo, 4 de septiembre de 2011
Ciento setenta y uno: Empalanganarse las ganas
Y en cambio tengo, un cuerpo pesado, bloqueado, dolido.
Y entonces soy una medusa, desparramada en la cama, llorando la sal del mar, deseando que se pase pronto, gritando por dentro como un lobo, y no hay caso.
No insistas. Hay que parar.
Pero harta.
Obstruida.
Destruida.
Toda la energía en el cuerpo
como un volcán tapado.
Si yo pudiera abrir mis dedos para que la energía corra como el agua
pero en cambio
hay algo que persiste,
es el dolor
del estanque,
la resistencia profunda desde el plexo,
pero desear más
no abre compuertas.
Habrá que desear mejor.
Ciento setenta y uno: Empalanganarse las ganas
Ciento setenta: Dos
Ciento sesenta y nueve: Ecos
Y cada tanto me desalentaba, si es que no estaba desalentada ya, y cada tanto había un sí.
Solo quise quedarme con el despegue que promovió un niño, un poco más bajo que yo, con sus enormes auriculares, me creó atmósfera y él era un cuadro perfecto, su infantil sonrisa, esos cuatro minutos de música y sus ojos atravesando el descampado de los míos.
Ciento sesenta y nueve: Ecos
sábado, 3 de septiembre de 2011
Ciento sesenta y ocho: Férula Kahlo
Fui a ver al médico. Describí los síntomas. Él dudó decirme, yo temblé antes de que hablara. Y cuando finalmente dijo: túnel carpiano, yo sentí, a la vez, el encanto de esas palabras y la incomprensión. Y cuando el dijo: Férula, yo recordé que una vez nombré a un peluche así y eso ya era una premonición.
Y cuando la férula rodeó mi carne, y el que la sujetaba tiró con fuerza, yo sentí una lágrima caer por dentro, era una nota aguda y precisa, como un grito de lamento que queda haciendo eco.
Ciento sesenta y ocho: Férula Kahlo
Ciento sesenta y siete: Viene del puerto, de la isla
El vuelo se suspendió. Ella vino al día siguiente en otro. Y mis ansias, con el brazo a cuestas, lamentable, mi hicieron ir a verla.
Cuando la vi, nada me sorprendió. Era como ayer mismo. Pero ella estaba en su vida en la isla, más que nunca. Y también estaba acá, pero en su isla preciosa, era la misma de siempre pero más linda.
Paseamos. Estábamos de compras. Todo era natural como ayer y su pelo ahora tenía el aire del mar.
Ciento sesenta y siete: Viene del puerto, de la isla
martes, 30 de agosto de 2011
Ciento sesenta y seis: A una mano
/ Siempre supe que estabas ahí, pero quizás ha llegado la hora de escucharte
Y sus formas de llamar la atención son éstas. "Ahora no te dejo", me dice. Y realmente no me está dejando. Escribir a una mano, tocar a una mano, andar en bicicleta a una mano, agarrarse del pasamanos, como nunca, a una sola mano, ya no como quien se balancea divertida.
Me dejan el asiento. Me siento incapaz de cosas. Lo dejo colgando como si no existiera, pero al momento ya estoy de nuevo usándolo, y él gritando, y yo llorando en el asiento mi lado izquierdo siempre imperfecto.
Ciento sesenta y seis: A una mano
lunes, 29 de agosto de 2011
Ciento sesenta y cinco: Domingo a la Bartók
De la inocente indiferencia y el rechazo casi total, pasé a hacer las pases metafísicas con el tal Bartók. Porque el gusto, acostumbrada me tenía la oreja. Y una oreja acostumbrada, como cualquier otra costumbre que se cargue con inocencia, es una cosa asquerosa. Es condenarse al autoencierro masturbatorio siempre con lo mismo, una y otra vez, la misma piel, la misma calma.
Pero la belleza, y ahora lo creo con más fuerza, no puede nacer de la costumbre. La belleza tiene que ser una búsqueda -como aquel interrogarse por la música, buscándole el filo al rumor-. La búsqueda tiene que ser áurea, tal y como el sol.
Ciento sesenta y cinco: Domingo a la Bartók
Ciento sesenta y cuatro: Escalada
Una tarde lluviosa fuera, adentro el mundo se compone de escalas mayores. Escalamos juntos el aconcagua de la música.
Ciento sesenta y cuatro: Escalada
sábado, 27 de agosto de 2011
Ciento sesenta y tres: Armonía
Ciento sesenta y tres: Armonía
Ciento sesenta y dos: El aire puente
Salimos con el tubo colgado al hombro y no tardé mucho en solicitar una oreja. Era saltar, ahora o nunca, pero no dudar jamás. Con la seguridad de la que pide lo más obvio. Sólo necesito tu oreja y apenas un poco de tu tiempo, solicité. Y él, al final del poema, además de sonreír recibió mis palabras ansiosas, ahora sonoras que decían: sos mi primera vez.
La euforia crecía con cada oreja, con la repetición de los poemas sin balbuceos, crecía como crece el corazón necesitado ante un abrazo, se ensancha.
Los rechazos no me debilitaban, me nacían ramas por todas partes flores. Porque la belleza de la emoción, de la emoción compartida, hace fugaces todas las estrellas; pero el rastro queda impreso en cada vida que despierta tras un poema.
Ciento sesenta y dos: El aire puente
miércoles, 24 de agosto de 2011
Ciento sesenta y uno: Ciudadano de Berisso
Y cuando efectivamente estuvimos "en la 66", él entonces dijo si yo alguna vez había ido por "la 66". Y yo que no, y él, que esto parece la entrada a Córdoba.
Él, que vivió en Córdoba dos años y medio por una mujer, pero que también La Rioja por una mujer y que también Tilcara por una mujer. "Pero esa se me enamoró y los padres me ayudaron a escapar". Y yo: vos naciste en Córdoba. Y él: Yo soy ciudadano de Berisso.
A él le gustaba viajar solo, solo con Dios, porque él no bebe, no toma drogas y se ha casado. Porque él es evangelista, dice. Y que una vez, estando en Colombia, fue a un recital donde estaba Fito Paez y Alejandro Sanz. Sí, dijo, en el mismo recital. Pero no estaba sorprendido, estaba dios.
Ciento sesenta y uno: Ciudadano de Berisso
Ciento sesenta: Los filipinos
El director del coro explicó en perfecto inglés el repertorio y se sentó en la perfecta medialuna de coreutas en espejo. Y cuando ellos empezaron a vibrar, no corrió demasiado tiempo hasta sentir que lo que vibraba no era sólo su voz, ni su cuerpo, sino la sala entera (las cuarenta personas que éramos,en una sala de una capacidad de 260).
La profundidad de la entrega de esos sujetos como canales de la humanidad, no cabe en la lágrima que se me cayó. No cabe en nada. Ni siquiera tengo capacidad para ponerle palabras o expresiones en la cara, no me alcanzan los recursos físicos para hablar de la metafísica de ese canto.
Sólo diré lo que ya se sabe, que la música es universal, pero más universal es el sentir.
Ciento sesenta: Los filipinos
lunes, 22 de agosto de 2011
Ciento cincuenta y nueve: Empacho
Hoy me comí en total más de 10 salchichas. Salchichas con puré, salchichas en pancho, salchichas cortadas en pequeñas rodajas con mostaza. Hoy me comí varios alfajores de maicena, más de 4 medialunas, una porción de tarta de coco y dulce de leche. Y confituras saladas varias, con una fuerte impronta de papas fritas. Y pedí chipá por un wokitoki y al rato cayó el chipá.
Bajé todo con mates lavados y urdí buenos tragos de cerveza. Me sentí en un cuadro de botero y quise cantar mientras pedaleaba el aria de una ópera. Y tuve en mi cuerpo, el impacto de mil recuerdos entremezclados. Y me fui a la cama, como una niña desgastada por un cumpleaños.
Ciento cincuenta y nueve: Empacho
Ciento cincuenta y ocho: La poesía por un tubo
Ciento cincuenta y ocho: La poesía por un tubo
Ciento cincuenta y siete: Perder la nariz
Pero todo el tiempo estuvo saliéndose tras distracciones, saltaba al piso, a la nariz de otros, de nariz en nariz la nariz andaba. Y en otra distracción, algo más penosa por ansiosa locura de las seis de la mañana, me fui corriendo del bar. Y luego él me contó que ella no quiso irse del baile, que en vez estaba montada a la nariz de un desconocido que se ufanaba del encuentro. Él se la quitó y la guardó. Él tiene mi corazón perdido en comodato.
Ciento cincuenta y siete: Perder la nariz
viernes, 19 de agosto de 2011
Ciento cincuenta y seis: Extinción del arcoiris
Hoy yo iba en mi bicicleta, anonadada en la música y el pedaleo, mientras llovía y salía el sol a la misma vez. Miraba hacia arriba y el cielo casi despejado, celeste turquesa, no mostraba ningún arcoiris. En cambio el frío era un tiranosaurio rex que rasgaba la ropa al andar.
Todo el día anduve buscando el arcoiris, pero sólo lo encontré dentro, mezclado entre la ira y el entusiasmo, núcleo poético.
Ciento cincuenta y seis: Extinción del arcoiris
Ciento cincuenta y cinco: Érase Kapocha
Cuando arribamos, yo pedí el karaoke y ella dijo: tienen que consumir.
La lista de temas que apenas recuerdo esbozaba: arjona, raphael, cumbias varias y pachangas de muy diverso tipo. Él cantó: Dime que no. Y nosotras: Signos, de Soda Stereo (aunque el animador de la fiesta había prometido: canción animal).
Tras el canto que fue escueto pero abrumadora la voz del último cantante haciendo vibratos sobre una de robbie williams, se habilitó el baile. En una oscuridad típica de bares de mala muerte, las mujeres presentes bailaban y bamboleaban de a pares en torno del caño. Luego soltaron las fieras y se armó la pachanga.
Ciento cincuenta y cinco: Érase Kapocha
Ciento cincuenta y cuatro: Compra de pelucas
Ella insinúa pedir permiso para sacarlas de las bolsas, yo digo que no. La pregunta aviva el espíritu represivo de cualquier empleado de cotillón para niños.
Empiezo a probármelas y observo entristecida en el reflejo lo mal que me sientan todas. Hasta que se acerca el empleado de cotillón y dice lo que finalmente se espera que diga. Esto es: "NO PUEDEN PROBÁRSELAS, CHICAS". Nos arrastra hacia un muestrario de pelucas dispuestas sobre modelos peladas. Las pelucas no son las mismas que las de las bolsas, por lo cual es un absurdo probarse esas pelucas. Pero igual las probamos. La de la corte inglesa me queda perfecta, rulos blancos sobre los hombros caen. Eufórica voy hacia las bolsas y confirmo con decepción que ninguna es semejante.
Yo me llevó un carré azul, ella una melena amarilla. Y a la salida, con nuestras pelucas puestas, nos bebemos una botellita de chocolate con whisky cada una.
Ciento cincuenta y cuatro: Compra de pelucas
Ciento cincuenta y tres: Columna vertebral
Pero esta es la primera vez en mi vida, y para mí es larga mi vida como mi columna, la primera que voy a hacer un esfuerzo por algo realmente importante para mí misma. Todo me ha resultado tan fácil, como siguiendo una inercia natural, me he dejado llevar por la escritura como quien no quiere la cosa, y por la academia, la intelectualidad sin vértigo alguno. Sólo el deporte me invitó al esfuerzo y por eso, siempre lo dejé. Todo lo demás está cargado de un facilismo atroz.
La música a los 26. Un oído claro es algo, pero la técnica me requiere el esfuerzo y acarrea resistencia. Esta es la primera vez en mi vida que estoy esforzándome verdaderamente y el obstáculo, la dureza de mi cuerpo, no me frustra. Esta es la primera vez que el deseo no desaparece tras el llanto.
Ciento cincuenta y tres: Columna vertebral
lunes, 15 de agosto de 2011
Ciento cincuenta y dos: Huevitos
Cuando me urgió el deseo de tenerlos (a mí los deseos no se me instalan, me urgen) rastreé los precios en internet y prontamente los olvidé. En otro acceso del deseo, pensé cómo es que iba a pedírselos al vendedor, porque la frase: ¿Tenés huevitos?, no me parecía pertinente.
Tanto así que debo haber estado dos semanas, entre pensando y postergando, para decidirme finalmente hoy a atravesar la ciudad para acceder al maravilloso mundo del sucundum portable. Y una vez allí, pedí cuerdas, pedal y luego dije: "de esos huevitos", sin señalar tal o cual cosa, sino un impreciso "esos" (ni los tuyos, ni los de él) y el vendedor entendió perfectamente que no se trataban de los suyos, de los propios, ni los ajenos, sino de un simpático producto que viene por dos y que cuesta doce pesos. No da dolores en la entrepierna ni cría espermatozoides.
Ahora yo tengo mis huevitos.
Ciento cincuenta y dos: Huevitos
Ciento cincuenta y uno: Domingo electoral
Cuando estoy a punto de llegar al cuarto oscuro, desmonto el dispositivo evasivo y hablo con el tipo de atrás. Bah, él me habla, me dice: Te envidié todo este tiempo. Sé que no lo dice por la Susan, ciertamente no la ha visto. Lo dice por el dispositivo (libro y mp3). Entrecorta las palabras. Está feliz igual. No dice porqué pero yo en su cara estimo una felicidad tan simple que contradice todo lo leído.
Ciento cincuenta y uno: Domingo electoral
Ciento cincuenta: Veda
(Supe por el kiosquero que él respondería a los golpes en la puerta entregando la bebida correspondiente)
Son las tres de la mañana. Partimos, las tres, hacia la imprecisa coordenada. Son las tres y media, probablemente. Estamos frente al portón de un garage, oímos la música, golpeamos, volvemos a golpear. Nos entra apenas pánico. (Habría otras fiestas clandestinas). Nos abren.
Tres autos. Un taller mecánico. Luces y lasers. Veintipico de personas, no más. La música apesta (y lo sabemos antes de entrar, pero no nos importa). El alcohol es gratis. Hay un tubo de calor.
Todos son amables. Hay alcohol gratis. No se oye la veda. Entonces bailar como si fuera la última noche. Un círculo de diez personas, no más. Todos son amables. Bailar, como si se acabara el mundo. Beber, como si fueran últimos tragos, cada uno.
Ciento cincuenta: Veda
domingo, 14 de agosto de 2011
Ciento cuarenta y nueve: El niño que se comió un pez
Haciendo el ritual de los palitos de bambú, perdiendo el equilibrio de la pieza de vez en vez, al niño el sabor del pescado le hizo recordar que aquella vez, cuando estuvo de pesca horas y más horas y sólo pescó un pequeño pez, se lo comió recién salido del agua, entero como venía y masticó su vida, como si no valiera nada. Pero todo el día tuvo el sabor de su muerte, y le sigue hasta hoy, despierta tras el sushi. Llevará esa muerte siempre a cuestas.
Ciento cuarenta y nueve: El niño que se comió un pez
sábado, 13 de agosto de 2011
Ciento cuarenta y ocho: El boicoteador
La víctima: un coreuta.
El motivo: no le cabe nada. Dice tener problemas consigo mismo y los resuelve, con su mochila colgada al hombro a punto de irse (¿pero por qué no te vas?), en nuestro último ensayo.
(Ya venía yo acumulándole broncas. Sólo necesitaba ciertamente una buena excusa)
Y él insiste con invocar los pormenores negativos, aunque no sabe, no sabe casi nada, pero no quiere, pero no deja, y arrastra con su malestar a una jauría de entusiastas, y aplasta. Tengo su cara en mis córneas ahora mismo, mi brazo se tensa como invitándome a pegarle, pero le pego con la palabra hasta que chorrae su sudor como una gota gorda por su espalda. Pero no tiene miedo. Está envuelto en sí mismo, catapultado hacia al mal. Es el mal. Es el boicoteador.
Ciento cuarenta y ocho: El boicoteador
Ciento cuarenta y siete: Epidemiología
Ciento cuarenta y siete: Epidemiología
jueves, 11 de agosto de 2011
Ciento cuarenta y seis: El ego de los artistas
¿La madurez podría medirse por el nivel de decepciones?
Y no se lo digo, más bien me voy por mi cerebro cuando aplasta el ego del artista.
Él se ha sentado, tirado hacia atrás y ha empezado a hablarme de todos sus logros y futuros promisorios.
No pude calcular el tiempo que estuvo hablando de sí mismo, pero mejor que no lo hice, porque eso hubiese incrementado la decepción.
La gracia de los museos es que uno no conoce personalmente al artista.
La desgracia de algunos artistas, su ego.
La próxima voy a decírselo.
Ciento cuarenta y seis: El ego de los artistas
Ciento cuarenta y cinco: música en japonés
Me desgarran algunas cosas, hechas con sangre.
Ciento cuarenta y cinco: música en japonés
domingo, 7 de agosto de 2011
Ciento cuarenta y cuatro: Domingos de consumo
Habiendo hecho la catarsis pertinente, la ducha haría suya la catarsis del cuerpo.
Pulcros los estados, rota la cabeza -pero limpia, sí, muy limpia- el pedaleo me alcanza hasta el bar. Soy la fractura. Estoy en una cinta donde la gente se desliza, a montones, para consumir. Y empujan (pechan), se resisten a los cuerpos, se clavan frente a las prendas, se emocionan con las liquidaciones, se desesperan, sí, son mujeres desesperadas. Abrazan la ropa con un fervor que me espanta. Yo me someto a la manicure, solo porque ella me cae bien y creo que le apasiona, aunque también le apasionara el canto lírico. Ha descubierto mi clave de fe, y con ella, yo descubrí su secreto, el núcleo de su neurosis.
Sólo está mi cuerpo como una delgada línea floja, que ondula cuando la ola de mujeres empuja. Tengo una prótesis colgando del cuello. Una prótesis de la memoria visual. Me siento fálica cada vez que mi ojo estructura un cuadro. Soy la antípoda de ese género que devora moda.
Ciento cuarenta y cuatro: Domingos de consumo
Ciento cuarenta y tres: Encontrarse
Estoy atenta a este río caudaloso, me dejo llevar por su corriente. Es la corriente de los que corren tras sus deseos. Hay un gusto exquisito en lo genuino. Hay en mí, a pura y sencilla intuición, un recorrido lúcido. Estoy segura, estoy arraigada en un trance perceptual. Todo lo que está aquí, cada decisión tomada es tan acertada, cada signo una confirmación. Me he labrado.
Estoy encontrada, y eso, ha devenido encontrarse con los encontrados, como si cada uno de sus hilos (ahora están, mañana quizás no), cada uno, este tejido. Me he labrado en la oscilación entre el azar y la voluntad.
Ciento cuarenta y tres: Encontrarse
Ciento cuarenta y dos: Abolición de cabeza
Ciento cuarenta y dos: Abolición de cabeza
viernes, 5 de agosto de 2011
Ciento cuarenta y uno: Pastelitos
Por la mañana, asistí a una reunión donde había pastelitos. Mi cerebro era un pastelito, pero esos pastelitos tenían grana de colores. Acepté uno sin dudar. El contraste entre el ácido membrillo blando y el dulce sabor crujiente de esa masa, me pone fácil las cosas.
Intenté comerlo haciendo el menor desacato posible. Una a una, cada una de sus hojas sobre una servilleta donde iba creciendo transparente la grasa. Hasta que me animé a llevármelo a la boca. Clavé los dientes con toda seguridad y cayeron migas como lluvia.
Oh vaya sorpresa, el sabor dulce de la batata almibarada, me desarmó. Porque la grana, la grana ha sido siempre un indicador del membrillo.
Ciento cuarenta y uno: Pastelitos
miércoles, 3 de agosto de 2011
Ciento cuarenta: Berisso
Hoy fui a un kiosco. Sabía los nombres de sus dueños. Entonces, cuando yo dije: Anahí, ella sonrió. Y cuando dije: boliche, también. De esos kioscos que tienen de todo, pero no a la vista. Solo a la vista de quienes lo habitan. Pedí esas golosinas que te explotan en la lengua y ella dijo: Sí, 30 años hace que estamos. Imposible no tener de esas golosinas que te explotan en la lengua.
Ciento cuarenta: Berisso
Ciento treinta y nueve: Ensayar
Nunca he estado más cerca del deporte.
Si ensayar es, entonces, entrenarse, el deporte del arte ha de ser el único deporte que alguna vez me motive a agitar el cuerpo, por la consagración estética, por la sensibilidad poética.
¿Cuál es el fin del deporte?
¿La competencia? ¿La adrenalina? ¿El esculpir un cuerpo? ¿La superación?
¿Cuál es el fin del arte?
Sentir.
Ciento treinta y nueve: Ensayar
martes, 2 de agosto de 2011
Ciento treinta y ocho: Washing-machine
- Ya está.
Todo era fácil de pronto, tan sólo poner la ropa y contemplar los giros. Tan solo esperar una medida de tiempo y anticiparse al final con el aroma que perfuma toda la casa.
Ahora escucho su rumbo dinámico mezclado con las melodías de la mañana, y todo es encantadoramente pulcro.
Ciento treinta y ocho: Washing-machine
domingo, 31 de julio de 2011
Ciento treinta y siete: Puentes
Ciento treinta y seis: Chipá
En ese átomo, tengo la textura de la fécula de mandioca en la mano. Aprieto la bolsa una y otra vez hasta que la arranco.
Camino, evoco, de la textura en la mano al sabor en la boca, el chicloso encanto de masticar chipá. Digo Chipá y es decir Padre.
Tengo a la altura de los ojos de mi recuerdo, sus manos que amasan con queso la escurridiza fécula. Cocino para no olvidar lo poco que me queda de él.
Ciento treinta y seis: Chipá
Ciento treinta y cinco: I´m zombie but I´m happy
y el frío raja la cabeza, hasta la almohada me lleva, para restaurarme pieza a pieza.
Ciento treinta y cinco: I´m zombie but I´m happy
viernes, 29 de julio de 2011
Ciento treinta y cuatro: La Comedia
No obstante ayer, asistí a una obra. Quise no saber nada, no anticiparme, no estrangularme en la búsqueda de un asidero. Y fui. Y me senté en la primera fila para poder irme rápido si todo se ponía gelatinoso. Y empezó rara.
Los actores sentados a una mesa, leían. Una cámara abordaba sus gestos y los volvía enormes, lo sutil gigante. Sus manos, de vez en vez, jugaban los textos. Una barbie, un bebote deforme, unos soldaditos, unos naipes. Sarmiento sacaba la lengua por el hueco del billete de cincuenta.
Y reírse. La absolución del tiempo. El arte como la muerte del tiempo. La atención precisa en cada detalle. Me excitaba el sobre estimulo. Una manía tan grata por deshacer cada coágulo de potencial obviedad y volverlo absurdo, pero un absurdo sensato. La confirmación de la risa que se escapa de la boca y por favor que no termine nunca porque hallé el teatro.
Ciento treinta y cuatro: La Comedia
Ciento treinta y tres: Sincronizar
(Solía ser de aquellas personas que hacen prácticamente lo contrario al resto, pero sin ningún tipo de intención revolucionaria, sino por mera incapacidad de poner en línea el cerebro y el cuerpo)
Hoy, así adulta como no me quiero, reincido en las tareas de sincronización asistida. No con mayor éxito. El desafío es percutir con cada mano un ritmo diferente, usando cada ojo para leer la línea de cada mano. Podría ocurrir que el ritmo total que surge del doble golpe sea casi agradable, pero siempre está lejos de ser el que dicta el asistente, la partitura, mi cerebro. Una brutal inconsecuencia que me hace pasar por rebelde en el mejor de los casos.
Ciento treinta y tres: Sincronizar
martes, 26 de julio de 2011
Ciento treinta y dos: Siesta de Poe
Renegando de la vigilia, monté una siesta apenas transcurrido el mediodía. Tenía malestares varios, pensé que la siesta era el remedio para todos.
Toda siesta incluye el babeo. Babearse es algo hermoso, siempre y cuando no haya otras víctimas del babeo, distintas a mí.
En la siesta tuve varios sueños. En el último, yo veía por la pantalla de un celular ajeno cómo una mujer era golpeada y violaba, mientras tanto el teléfono sonaba en un cajero automático.
Ciento treinta y dos: Siesta de Poe
Ciento treinta y uno: La fantasía
Apenas se me asomaba una bronca, yo la domesticaba junto al malhumor, se ponían de rodillas y agachaban la cabeza. Buenas mascotas, buenas y obedientes.
Soy una hoja de otoño. Hay viento. Hay lluvia. La hoja va como por arte magia va, volando, de aquí para allá. Cae en el cine. En el cine están sus amigos y David Bowie y Escher. "Las cosas no son como aparentan" dice Jennifer Connelly. Yo le creo todo a la fantasía. Pero la fantasía es maleable como la hoja. Entonces, todo es sumamente maleable. La felicidad es un metal flexible.
Ciento treinta y uno: La fantasía
Ciento Treinta: Metonimia
Si el domingo hubiese aparecido de otro modo, más esperable, inaguantable domingo,
y a fin de cuentas es tan grato estar aquí que debo procurar el silencio para poder ver bien qué esto también es real. (Sí, el silencio no es un agujero. El silencio es algo que se da entre otras cosas. No es ausencia del sonido, no, el sonido es quizá la ausencia del silencio. Nada podría ser completamente cierto. Alguno de los dos, estaría mintiendo)
Ciento Treinta: Metonimia
lunes, 25 de julio de 2011
Ciento veintinueve: Vagamente
La noche. Ellas vienen a casa y yo creo que no voy a salir pero siempre en definitiva salgo. Y salir es bailar y bailar es hacer el tiburón entre la gente y alguna que otra performance espontánea graciosa, lo que se nos venga en ganas como por ejemplo: saludar afectuosa, alegremente a un desconocido que, a su vez, sonríe y me dice: te recuerdo vagamente.
Ciento veintinueve: Vagamente
sábado, 23 de julio de 2011
Ciento veintiocho: Relatividad
- ¿vos hacés música?
- no, estoy aprendiendo a tocar el piano. Empecé tarde.
(y luego el tema de los padres, de la devaluación del arte y él, "economista")
Y no obstante, seguir como quien se deja ir por un río de palabras, nos íbamos los dos. Él, Rubén, 50 años promedio. (Pensar que podría ser mi padre y aunque admite conocerlo, él no es mi padre, ni se comporta como tal)
Entonces, hablar del desarraigo, otra vez el arte, la escritura, los poemas, los hijos.
Tan genuino.
- Es realmente mágico lo de los aviones, ¿no?
- Sí, ¿Vos sabés cómo funcionan los aviones? ¿Querés que te cuente?
(y yo) - Sí, sí (ya eufórica)
- Principio de sustentación.
Luego siguió con Stephen Hawkins y la historia del tiempo.
Porque el tiempo: tan solo en una hora y media.
Porque el espacio: De San Juan a Buenos Aires.
Porque la relatividad: él podría ser mi padre, pero es tan dulcemente un ser humano.
Ciento veintiocho: Relatividad
miércoles, 20 de julio de 2011
Ciento veintiséis: Pare de sufrir
He tenido una tos aguda, igual he querido fumar y he fumado y he estado peor y ahí sí he parado de fumar un poco.
Pare de sufrir. Sufro tos, desamor, abstinencia. Cuando todos salen, abro una cerveza. Pero no es lo mismo. Sufro, lloro, puteo, bebo, bailo. Me alegro. Puedo quedarme debajo del agua hasta que se acabe la caliente del termotanque, mientras la cerveza se calienta, la pieza se enfría. Sufro de nuevo, pienso. Leo un libro de autoayuda en silencio, la copa al lado. Bebo. Veo películas. Tres al hilo. Toso y creo que voy a morirme. Esto ya lo he pensado muchas veces y aquí estoy, pienso.
Lleno una bolsa de agua caliente y la abrazo. Es casi humana. Mañana estará fría, pero ahora no me importa, ahora es la noche y hay que salvarme.
Ciento veintiséis: Pare de sufrir
Ciento veinticinco: Elegante sport
Y caminé, caminé, caminé. Estaba nublado pero no iba a llover. Me encontré una carta, era un once de copas. (Once de copas: Caballero dulce y estudioso, al derecho. Al revés, flirteador.) No recuerdo de que lado la encontré, pero es probable que no al derecho.
Luego se me ocurrió seguir escapando, con saco y jogging, me escapé a la casa de ella. Entonces, la tarde se develó en susurros y yo, de elegante sport.
Ciento veinticinco: Elegante sport
lunes, 18 de julio de 2011
Ciento veinticuatro: Cementerio
Yo no hablo con los muertos. Sólo los visito. Sólo la visito a ella porque me gusta ese jardín de muertos. Crece verde. En esta época, amarillo.
A veces, observo qué hacen los otros con sus muertos, además de cambiarles las flores. Algunos rezan de rodillas, algunos hablan con sus muertos. Habrá quien llore siempre.
Yo solo la visito cada vez que vengo a las montañas. Y ya con eso, me voy tranquila. Puede ser que a veces extrañe, su mate lavado.
Ciento veinticuatro: Cementerio
Ciento veintitrés: Disfonía
Ciento veintitrés: Disfonía
sábado, 16 de julio de 2011
Ciento veintidós: Las nubes
Ciento veintidós: Las nubes
Ciento veintiuno: Cien de humedad
Ciento veintiuno: Cien de humedad
miércoles, 13 de julio de 2011
Ciento veinte: El Estado
- Se encontraría Rocío
- Sí, ella habla (voz con carraspera)
Lo que sigue sería imposible de describir con exactitud y además sería aburrídisimo. A mí me aburrió viviéndolo.
Resultó ser que esta TELEMARKETER, quería que yo me SOLIDARIZARA con un hostpital PÚBLICO, solicitud que retruqué con la palabra ESTADO.
- Vos me dijiste Hospital PÚBLICO?
- Sí
- Entonces hagamos una movida militante, que me hablás de solidaridad. Con solidaridad no hacemos nada. El ESTADO donde está.
Y ella:
- Pero esta es una campaña solidaria
(quería decirme que yo no era solidaria porque no colaboraba)
A la noche:
Escuela de Arte (Institución PÚBLICA)
- Los pianos no andan, no tenemos instrumentos, nos cagamos de frío, etc. Hagamos una movida SOLIDARIA
Yo: y el ESTADO, ¿dónde está?
Ciento veinte: El Estado
Ciento diecinueve: La vida sin internet
Creo que puedo vivir sin internet.
Ciento diecinueve: La vida sin internet
lunes, 11 de julio de 2011
Ciento dieciocho: Chocar II
Ciento dieciocho: Chocar II
domingo, 10 de julio de 2011
Ciento diecisiete: Picado fino o grueso
Y desperté. Nunca sabré su respuesta. Pero he comprado ambos.
Ciento diecisiete: Picado fino o grueso
Ciento dieciséis: Asistencia perfecta
Ciento dieciséis: Asistencia perfecta
Ciento quince: Record
Ciento quince: Record
jueves, 7 de julio de 2011
Ciento catorce: Cumpleaños con rodhesia
Llena eras de gracia.
Ciento catorce: Cumpleaños con rodhesia
miércoles, 6 de julio de 2011
Ciento trece: Palmear
Ciento trece: Palmear
martes, 5 de julio de 2011
Ciento doce: Patinar
Ciento doce: Patinar
lunes, 4 de julio de 2011
Ciento once: El ojo me titila
Ciento once: El ojo me titila
Ciento diez: Domingo valiente
Ciento diez: Domingo valiente
sábado, 2 de julio de 2011
Ciento nueve: Tango
Ciento nueve: Tango
Ciento ocho: Las inauguraciones
En la inauguración que presencié ayer, más que los cuadros que se exponían, amé el encantador silencio que se hizo en torno al trío de músicos cuando ella empezó a cantar, mientras yo masticaba también silenciosamente un sanguche de alto contenido graso y sabor, mientras se me enredaba en la dentadura un hilo de su embutido de forma casi casi irreversible.
Ciento ocho: Las inauguraciones
Ciento siete: Olvidar
Ciento siete: Olvidar
miércoles, 29 de junio de 2011
Ciento seis: el autobus mágico
Ciento seis: el autobus mágico