Ella insinúa pedir permiso para sacarlas de las bolsas, yo digo que no. La pregunta aviva el espíritu represivo de cualquier empleado de cotillón para niños.
Empiezo a probármelas y observo entristecida en el reflejo lo mal que me sientan todas. Hasta que se acerca el empleado de cotillón y dice lo que finalmente se espera que diga. Esto es: "NO PUEDEN PROBÁRSELAS, CHICAS". Nos arrastra hacia un muestrario de pelucas dispuestas sobre modelos peladas. Las pelucas no son las mismas que las de las bolsas, por lo cual es un absurdo probarse esas pelucas. Pero igual las probamos. La de la corte inglesa me queda perfecta, rulos blancos sobre los hombros caen. Eufórica voy hacia las bolsas y confirmo con decepción que ninguna es semejante.
Yo me llevó un carré azul, ella una melena amarilla. Y a la salida, con nuestras pelucas puestas, nos bebemos una botellita de chocolate con whisky cada una.

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