lunes, 24 de octubre de 2011

Doscientos nueve: Murciélago en la sinfónica

Así titularía yo si fuera tituladora.
Pero soy una humilde cronista que se toma el atrevimiento de titular así. Eso es, claramente, distinto. (?)

La escuela más fantástica del mundo, luego de mis escuela secundaria, es la escuela de arte de berisso.
Hay gente que dice que yo exagero pero, en realidad, es que soy hipersensible.
La escuela de arte de berisso tiene cosas como un murciélago sobrevolando el auditorio mientras la orquesta sinfónica municipal ejecuta una obra de schubert.
Yo me pongo el pulover como un turbante en la cabeza para que no se me prenda con las uñas la rata o, al menos, para olvidar -en ese acto- que debo preocuparme por eso.
Una vez hecho el turbante todo puede continuar magníficamente. Los músicos han notado la presencia animal pero igual siguen como un rebaño a su pastor, el señor director.

La escuela de arte de berisso tiene cosas como que tu profesora de lenguaje quiera irse con sus alumnos a tomar una cerveza luego del concierto del murciélago. Digo, de la orquesta sinfónica municipal.

Y esas cosas, a mí -que soy hipersensible- me ponen la piel como un erizo de mar.
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Doscientos ocho: Redenciones

La redención se concreta al mediodía del domingo de votación. En la esquina, vuelta y vuelta, los choris electorales. Les digo "choris electorales" y me sonríen orgullosos. Interpreto que son peronistas porque se los ve contentos y todos los que creen con fe peronista que va a ganar el peronismo se van a comer un chori.
Yo no.
Yo me contento con ir a votar y hacer apenas diez minutos de cola. No puedo tener otras expectativas. El sobre queda regordete y casi no cabe en la rendija. Pero ese es el futuro que yo deseo. El que no cabe en la rendija. El otro es una feta de paleta. El futuro que cabe en la urna.
La alegría viene al olvidar el asunto de la paleta, como quien quiere la cosa de olvidar. Viene de estar redimida del domingo de votación anterior en el que me morfé, no la paleta, sino dos horas de cola barrial.
La redención viene de ponerme la peluca azul y ponerme a cantar un tema de los carpenters. Un tema que habla de pájaros. Creo que habla de volar.
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Doscientos siete: No sé si era el perfume

Es la primera vez que voy a ver una obra de teatro que huele.
Difícil saber si olía a propósito. Lo cierto es que olía y que su olor me agradaba.
Olía a perfume o a desodorante y olía también a sudor. El tono de su cuerpo era alto.
El sujeto era versátil. El objeto era una silla. Un armario. Tres pollitos a cuerda.

Yo, que he visto tan poco teatro en mi vida. Yo, que sé tan poco de dramaturgias y de liturgias.

Yo escuché esa obra como si ofrendara todo mi cuerpo. La nariz, los ojos, la boca al respirar, las manos que sudaban el sudor de las manos del actor.

Y encarnar un poco como encarna ese cuerpo actoral cada vez que los actos se realizan, una y otra vez, encarna la desgracia y yo encarno no digo la tristeza, yo encarno el temor y la osadía, al mismo tiempo y acabo. Y cuesta despertar del sueño. Pero al despertar, me regocijo del sueño y sobre todo de la vigilia y bocanada por fin, respiro.
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viernes, 21 de octubre de 2011

Doscientos siete: Travesía nocturna en bici

Era de esas noches producto de días casi eternos. Si paraba en casa, era para quedarme. Entonces no paré y pedaleé como un caballo con antiojeras por toda la diagonal. Por todo el contorno de esa diagonal que se entierra en un verde al final.
Esta vez éramos dos pedaleadoras.
El cansancio era cosa menor. Las ruedas estaban desinfladas. La mía una de paseo, la tuya una playera.
Pedaleamos sin percatarnos ni desacato, sino como aquellas que pedalean con un inercia divina mientras se interrumpen para decir: no, decí vos. no, decí vos. Y la noche estaba húmeda. Ni calurosa ni fresca, pero húmeda.
Hasta que vos dijiste "acá" y cruzamos la avenida para pegar la vuelta, como conejos tras las zanahorias, emprendimos regreso a la posta de alcoholes.
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Dosciento seis: El post que equivale al plural

Soy de memoria frágil. Tan, tan frágil que parezco tonta. Y siempre me he creído un poco tonta, y es fácil decirlo, creo que a veces puedo serlo, aunque más que nada soy distraída.
Toda la vida fui distraída y ociosa. Tengo un mundo interior muy grande -me convencí-.
Esto es igual a decir: "estás en la luna de valencia" o "babia" o quién sabe.
Lo cierto es que hay un bache que no me atrevo a sepultar con un excusa banal ni con una excusa superpensada. El bache es de quince posts y no intento disimularlo.
Pensé que debía reconstruir mis últimos quince días, un mes sin tabaco. Es lo mismo decir que debería intentar escribir 15 crónicas en el tiempo que dura encendido un solo cigarrillo. No lo creo posible. No veo mucha ciencia ficción.´
El tiempo de una brasita no colabora con mi memoria de cristal europeo -todo lo europeo es más frágil después del holocausto-.
He vuelto. Creo que eso es lo que importa. Y un mes sin tabaco.
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domingo, 16 de octubre de 2011

Doscientos cinco: La artesanal

No sé si es el efecto de la palabra artesanal o qué, pero cuando ésta viene detrás de la palabra "cerveza" el resultado siempre es el mismo, en mayor o menor medida. Esto es: embriaguez.
Resultó que pudimos acudir a un evento histórico único. Esto es: la primera fiesta de la cerveza artesanal en La Plata.
Había muy muchas personas. Había largas colas de sedientos sujetos con vasos vacíos, ansiando llegar al vaso lleno que los esperaba al final de esas largas colas de sedientos sujetos.
Nosotras hacíamos cola tras cola, especulábamos bien. Y en ese trajín de la espera, se te iba la noche pero te venía la embriaguez como una cosa tan natural y risueña que así daba gusto acabar pedaleando y pedaleando con burbujas explotando a la altura de los ojos.
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Doscientos cuatro: Los choris de mi hermana

Yo no te explico lo mucho que me emociona verlas a las dos, mis dos hermanas, una pequeña y otra grande, ya crecidas, yendo hacia sus campos, mirando hacia sus cielos. Esas son cosas que veo sólo las noches que una de ellas asa unos chorizos y nos sentamos a la mesa y dejo de renegar de la familia y dejo, prácticamente, toda la anarquía a un costado y me pongo humana y blanda como molusco y es probable que llore, pero no lloro, porque hay muros infranqueables todavía, normas paternas, porque los chicos no lloran, porque yo creo que soy chico, porque yo debo ser fuerte. Y entonces morder un bocado, masticar como quien deja irse otra oportunidad de soltar.
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Doscientos tres: Cama adentro

Entonces él cocino para nosotras y nosotras a la mesa saboreamos carbonara. Afuera llovía a cántaros como el eco de un diluvio universal. Adentro, los cuatro sentados al sillón con una hermandad inconfundible, nos decidimos por una película.
Yo sugerí la ya vista, sólo pensaba en dormir cómodamente en el hombro de alguien próximo, apenas podría leer los títulos iniciales.

Finalmente fuimos dos las que dormimos y fueron dos los que permanecieron.
Cuando la noche hubo acabado, la solución no fue salir por nuestras camas propias, sino abrir las puertas de un sillón para hacerlo cama para hacerlo sueño para fundirse inconfundible en su magma.
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miércoles, 12 de octubre de 2011

Doscientos dos: El juego, los niños

Yo creo que el juego ha hecho destrozos su incipiente adultez.

Nos han hecho reír
y nos hemos olvidado
prácticamente
de lo más importante
o de lo que más le importara
a la santa academia.
Ellos han jugado
y han hecho de la cárcel
un circo.
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Doscientos uno: Vamos, anda

Lo sabroso que es volver luego de quebradas las rutinas
con el cuerpo de estreno otra vez,
y otra vez quejándose entre la alegría sincera
de sus movimientos
entre la poesía de las poses también
sinceras.

Agradezco cada minuto de cuerpo vivo
en lo bailado
en lo cantado
en lo bebido
y en lo reído
también.
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Doscientos: Un pez

Nunca antes tuve un amor intraacuático tan tan breve tan tan distinto como éste.
Nunca antes me miré, me miró, un pez así. Un pez, sólo ése, el resto no. Sólo ese iba y venía en sacudones y clavaba así sus ojos en mí, como si fuera su misma especie o incluso distinta pero eso nos tenía sin importancia. Nos tenían nuestros ojos como se tienen las cuerdas en el aire jaladas de los extremos.
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martes, 11 de octubre de 2011

Ciento noventa y nueve: La guardia médica II

Cuando empiezo a hacer vida normal, vuelvo de la escuela y ceno. La tos me sacude. Es como si me empujara para dentro, como si me succionara la tos. Me asusto. La sangre sube a la cabeza. Leo en internet que el dolor de pecho y de espalda anticipan un infarto. Creo que voy a morirme. Agarro mis cosas y vamos a la guardia.
En la guardia hay muchas personas. Yo toso como si se me acabara la vida. Ellos se dan vuelta para mirarme. Sobre todo dos. Me miran con cara de desubicación. Pienso si estoy en el lugar correcto.
La sorpresa de ellos es, entonces, mi sorpresa.
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Ciento noventa y ocho: La crisis

No voy a entrar en pánico. Esto estaba dentro de nuestras posibilidades. Si tuviera buena memoria al menos, podría disimularlo. Pero creo que el daño ya está hecho. No puedo reconstruir diez días hacia atrás. Puedo apenar intentar recuperar tres o cuatro y ahí nomás.
En toda vida, hay muertes. También hay resurrecciones.
Sueiro y Jesús.
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