El director del coro explicó en perfecto inglés el repertorio y se sentó en la perfecta medialuna de coreutas en espejo. Y cuando ellos empezaron a vibrar, no corrió demasiado tiempo hasta sentir que lo que vibraba no era sólo su voz, ni su cuerpo, sino la sala entera (las cuarenta personas que éramos,en una sala de una capacidad de 260).
La profundidad de la entrega de esos sujetos como canales de la humanidad, no cabe en la lágrima que se me cayó. No cabe en nada. Ni siquiera tengo capacidad para ponerle palabras o expresiones en la cara, no me alcanzan los recursos físicos para hablar de la metafísica de ese canto.
Sólo diré lo que ya se sabe, que la música es universal, pero más universal es el sentir.

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