Cuando me urgió el deseo de tenerlos (a mí los deseos no se me instalan, me urgen) rastreé los precios en internet y prontamente los olvidé. En otro acceso del deseo, pensé cómo es que iba a pedírselos al vendedor, porque la frase: ¿Tenés huevitos?, no me parecía pertinente.
Tanto así que debo haber estado dos semanas, entre pensando y postergando, para decidirme finalmente hoy a atravesar la ciudad para acceder al maravilloso mundo del sucundum portable. Y una vez allí, pedí cuerdas, pedal y luego dije: "de esos huevitos", sin señalar tal o cual cosa, sino un impreciso "esos" (ni los tuyos, ni los de él) y el vendedor entendió perfectamente que no se trataban de los suyos, de los propios, ni los ajenos, sino de un simpático producto que viene por dos y que cuesta doce pesos. No da dolores en la entrepierna ni cría espermatozoides.
Ahora yo tengo mis huevitos.

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