Anoche me quedé a dormir en lo de una amiga. Dormimos en la misma habitación. Nuestros colchones eran nuevos. Las almohadas también. Pero lo más encantador ha sido que, al apagar la luz, nos develamos algunos secretos. Porque en la oscuridad, de cama a cama, la risa -la complicidad- es inevitable.
Y así, hemos caído en sueños.

Ciento ochenta y seis: Como dos quinceañeras
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