Con las últimas energías que me quedan, entro a mi casa, me recibe la gata, llena de reclamos y se retuerce contra las patas de las sillas. Se ha muerto la hierbabuena pero todo lo demás sigue en pie y es fantástico el silencio del último día del año que recién comienza. La gata se acomoda a la par de la computadora y me mira mientras escribo, estamos solas, estamos tan bien. La miro, le digo que la extrañe, ella me ignora pero sé que vendrá esta noche a la cama como tantas otras. Ojalá soñemos el mismo sueño y sea aquel donde tan perfectamente nos entendemos. Ojalá también que dure lo suficiente para hacer las paces y que mañana no haya más reclamos por ausencia y quizás la hierbabuena también tenga ganas de arrancar de nuevo.
Me gusta la medianoche que trae lluvia y el amanecer lluvioso cuando estoy en la cama, me gusta saber que mañana es otra cosa.
martes, 30 de diciembre de 2014
sábado, 27 de diciembre de 2014
Trescientos veintinueve: Mi pueblo es un cantor
Que se me sequen las encías al sonreir y que venga el viento zonda letal, caluroso, eléctrico y que venga después el sur, el alivio del fresco, esa certidumbre es una caricia, y que la siesta sea tan necesaria y obligatoria, que el calor se haga sopor y sumerja la mente en el caldo de los sueños, y que las birras se tomen en la vereda mientras dos viejas vecinas pasan escrutando, que tus amigos sean eternos como las cucarachas, que hablen tu misma lengua y el cielo sea el más grande, el más lindo del mundo en este instante.
Todo eso, es el suspiro del hogar.
Todo eso, es el suspiro del hogar.
Trescientos veintinueve: Mi pueblo es un cantor
sábado, 13 de diciembre de 2014
Trescientos veintiocho: El meollo
Sé que la realidad no es, sencillamente, atravesar una plaza a las tres y media de la mañana, pero aún sí enfrentar el vértigo de la plaza circular, ir hacia ella, decidirlo segundos antes, ir con confianza, sumergirte en ese obstáculo mental y ver qué no es el fin del mundo es gran cosa. Aún cuando pocos andan. Después de haber restaurado la bossa de otrora, cantarla a viva voz, tocar sin temor, aún a las tres y media de la mañana es gran cosa. Ver a tus amigos, felices, crecer, cumplir años, hacernos todos mayores, crecer juntos, lo es. Es sumergirte en la plaza circular, cantar, encontrarlos, reconocerse entre la música y los rituales, los chocolates y los panchos antes. El meollo, la bolita de pasta de maní del bonobom, la bossa, que el tiempo pase y sea lo mismo y alegrarte de que hay cosas que son lo mismo aunque todas las otras estén cambiando, que el árbol crezca y entre por la ventana, todo, todo eso es una maravilla.
Trescientos veintiocho: El meollo
viernes, 12 de diciembre de 2014
Trescientos veintisiete: Intoxicación
Soy esa clase de gente que no puede hacer pie muy seguido, que va de un extremo al otro, que no sabe nada de medias tintas. A esta clase de gente, en esta parte del mundo llamada periferia, nos pasa que intoxicamos por desmesura. Sucede que vamos a un lugar por primera vez, atravesamos la pista de la milonga, nos clavamos tres empanadas de carne de extraña procedencia, exquisitas como todo lo de extraña procedencia, y dos días después tenemos fiebre, cólicos, sensación de muerte prematura.
A esta clase de gente, nos gusta, sobre todo en diciembre: beber, comer, asistir a fiestas, bailar hasta dolernos las piernas, fumar hasta dolernos la garganta, dormir lo indispensable para poder ir a la fiesta del día siguiente y además, tener muchos proyectos por incapacidad de decir no ( a las fiestas también a veces se va por la misma incapacidad).
El resultado es, lisa y llanamente, reposo y dieta brutal, sin desaparición completa de las fiestas, lo que requiere un inventario de excusas para justificar la sobriedad, situación que los borrachos rechazan bastante e insisten en cuestionar. Así, esta clase de gente pasa a la fase "rescate" por, al menos, tres o cuatro días cuando el cuerpo da el visto bueno para la reinserción en la fase "fiesta" y así sucesivamente hasta la muerte, prematura o no.
A esta clase de gente, nos gusta, sobre todo en diciembre: beber, comer, asistir a fiestas, bailar hasta dolernos las piernas, fumar hasta dolernos la garganta, dormir lo indispensable para poder ir a la fiesta del día siguiente y además, tener muchos proyectos por incapacidad de decir no ( a las fiestas también a veces se va por la misma incapacidad).
El resultado es, lisa y llanamente, reposo y dieta brutal, sin desaparición completa de las fiestas, lo que requiere un inventario de excusas para justificar la sobriedad, situación que los borrachos rechazan bastante e insisten en cuestionar. Así, esta clase de gente pasa a la fase "rescate" por, al menos, tres o cuatro días cuando el cuerpo da el visto bueno para la reinserción en la fase "fiesta" y así sucesivamente hasta la muerte, prematura o no.
Trescientos veintisiete: Intoxicación
jueves, 4 de diciembre de 2014
Trescientos veintiseis: Maldición de la siesta
Por lo general, no recibo cantidades suculentas de mensajes y llamados HASTA que decido acostarme a dormir la siesta, una siesta mínima. Cuánto más mínima, más demanda de atención llega a través de la línea. En esos momentos, deseo fervientemente ser una ermitaña sin celular, aparato que se vuelve odioso en circunstancias tales.
Me meto en el sobre, estiro bien las piernas, me tapo como si fuera invierno, amaso la almohada como me enseñó la gata y me dispongo feliz a encarar el profundísimo subsuelo del sueño. En eso, me llama padre, me dice que quiere comprarse una cámara. Nunca tiene tantas pero tantas ganas de hablar como entonces, me pide cada detalle, me cuenta cada evento. Lo festejo sí, pero no ahora por favor. En eso, veo como se me va yendo el tiempo, corridas de minutos infernales. Después llega una catarata de mensajes personales, luego los grupales, un sinfín de interacciones que no puedo evitar porque no sé decir no a lo inmediato, pero puedo postergar indefinidamente cantidades de otras cosas mucho más importantes. Y pienso: esto no me pasaría en San Juan. La mística de la siesta está rota en este conurbano.
Me meto en el sobre, estiro bien las piernas, me tapo como si fuera invierno, amaso la almohada como me enseñó la gata y me dispongo feliz a encarar el profundísimo subsuelo del sueño. En eso, me llama padre, me dice que quiere comprarse una cámara. Nunca tiene tantas pero tantas ganas de hablar como entonces, me pide cada detalle, me cuenta cada evento. Lo festejo sí, pero no ahora por favor. En eso, veo como se me va yendo el tiempo, corridas de minutos infernales. Después llega una catarata de mensajes personales, luego los grupales, un sinfín de interacciones que no puedo evitar porque no sé decir no a lo inmediato, pero puedo postergar indefinidamente cantidades de otras cosas mucho más importantes. Y pienso: esto no me pasaría en San Juan. La mística de la siesta está rota en este conurbano.
Trescientos veintiseis: Maldición de la siesta
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Trescientos veinticinco: La psicosis
Mientras espero que me atienda la empleada la librería calmo mis fieras y decido permanecer.Cuando finalmente el turno me toca a mí, la chica me muestra los mapas, elijo el más lindo y me dice: "la gente está loca. Vienen 8 o 10 personas al día completamente incoherentes". Le digo: "es un mal social. Todos estamos asi". Y ella dice: yo estoy loca, yo soy gente. Y se queda largo rato hablando mientras yo pienso en lo que voy a escribir esta noche, sí, ésta, sobre lo que me está demorando. "Hoy vino una y me dijo que le haga rollitos chiquitos con los 66 metros de papel que compró". Yo pienso en hacerle un chiste con mi compra, pero no. Parece que no me va a cobrar, que mi paga es la escucha atenta. Siento que soy una cronista irremediable, sin cámara en mano, con una memoria absorbente que lee todo a su paso. Yo soy la loca que hace minutos quería rajar porque estaban tardando demasiado. Por suerte, el arte me calma, me sacia, las películas que yo me hago sobre los textos que voy a escribir para no ser una de los 8 o los 10.Todo lo que existe alrededor me confirma, y ésa es mi psicosis, pero nadie la nota. Hasta que un día me descubran, hasta que un día me descubran.
Trescientos veinticinco: La psicosis
lunes, 1 de diciembre de 2014
Trescientos veinticuatro: Preguntas ocasionales de medianoche
Dos grandes preguntas me asediaron hoy. Una, por qué en mi casa el inodoro se ubica a mi derecha y el bidet a la izquierda y las casas a las que fui hoy al revés. Dos, por qué la gente guarda tantos encendedores que no funcionan.
Esbozo unas hipótesis al respecto: todos los inodoros van al cielo, pero el de mi casa está bien ubicado y el resto no. Siempre se empieza por el inodoro y, en todo caso, se termina en el bidet. Nunca al revés.
La acumulación de encendedores que no funcionan habla de una dificultad para soltar el pasado, más allá de la utilidad ocasional frente a las hornallas y las quemaduras implicadas en seguir tratando con el pasado.
No sé, se las tiro. Hay cosas peores, pero esto puede ser suculento si se lo mira con detenimiento.
Esbozo unas hipótesis al respecto: todos los inodoros van al cielo, pero el de mi casa está bien ubicado y el resto no. Siempre se empieza por el inodoro y, en todo caso, se termina en el bidet. Nunca al revés.
La acumulación de encendedores que no funcionan habla de una dificultad para soltar el pasado, más allá de la utilidad ocasional frente a las hornallas y las quemaduras implicadas en seguir tratando con el pasado.
No sé, se las tiro. Hay cosas peores, pero esto puede ser suculento si se lo mira con detenimiento.
Trescientos veinticuatro: Preguntas ocasionales de medianoche
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