domingo, 10 de julio de 2011

Ciento dieciséis: Asistencia perfecta

Danzar. Podría sintetizar perfectamente todo un findesemana en esa palabra. Mi recurrencia en el bar, el vínculo que se ha gestado tan espontáneo con el de la puerta y los apagapuchos del bar. Dormir para danzar. Tener el cuerpo cansado y, no obstante, danzar. Nada puede ser más sencillo, más exacto, más expresivo, más entusiasta, más alegre. Puedo bailar hit the road, jack, hasta el hartazgo y sentirme extasiada igual. Es mi único motivo allí. Mientras otros se seducen, se babean, inhalan, fuman, coquetean. Yo bailo. Bailar como quien no quiere, como si el cuerpo hiciera lo suyo, como lo inevitable, como un subproducto necesario de estar rodeada de semicorcheas. Y quererme eufórica y aguantar el cansancio hasta el fondo, hasta parar por un pis o un pucho, y ahí sí, oh, creo que ya quiero irme a casa. Estoy cansada.
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