Me mezclé entre el tumulto caluroso de una feria con la cámara colgando del cuello. Entre subir y bajar las escaleras, redondeé el número diez. Arriba una amiga se dejaba pintar las uñas animal print. Un simpático gigante distribuía bocados de altísimo tenor graso en forma absolutamente gratuita, y mates (también gratuitos).
Pese a que el lugar está muy lejos de ser mi lugar, no estaba tan mal, por la cámara, claro, sí, la cámara podría hacerme pasar por lo que soy pero de forma amable, eludiendo cualquier mirada despreciable. Todo el mundo sonríe ante la cámara y, por ende, me sonríe a mí, detrás de ella.
Habiendo capturado suficientes sonrisas de modalidad falsa o sincera, decidí irme también en bici, pedaleando hasta la una de la mañana. La ciudad vacía era mi antártida.

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