sábado, 10 de septiembre de 2011

Ciento setenta y cuatro: A vuelo torcido

A los veintiséis años, un día de septiembre, por la tarde, descubro remotamente que mi cuerpo se ha desenvuelto de un modo extrañísimo producto de todas mis represiones. Descubro que mi pelo y quizás mi espalda y también mis ojos, se han llevado toda mi atención. Pero mis manos, mis codos, mis hombros -sobre todo los de la izquierda- no han existido del todo en mi cabeza como cosas reales que debía contemplar. Descubro que el cuerpo como totalidad es recién ahora un pensamiento recurrente, un deseo malganado a costa del dolor, una tentativa de reparación tardía.
Estando frente al piano, planear con dos alas desparejas, me brota el miedo. Estoy a vuelo torcido, voy lenta como arrastrándome y raspándome, como sangrándome o desangrándome, pero vuelo sola y esta soledad es el inicio de la comunión.
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

mierda me gusta bastante lo que escribiste. yo tmb comulga con la soledad, me doy cuenta cuando escucho muy fuerte el zumbido de los tubos fluorescentes.

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