domingo, 27 de abril de 2014

Doscientos noventa y siete: Hola Ma

Hola Ma. Creo que me estoy volviendo adulta y respetable. Creo que estoy entrando al sistema porque hoy fui a aprender a estacionar al bosque y no maté a nadie y el coche está bien también. La gente me mira distinta cuando me bajo del auto por el lado del conductor, aunque a  mí siempre me va a gustar más ser copiloto porque tengo menos responsabilidad y puedo elegir los discos.
Es raro.
Hoy probé una de las berenjenas en escabeche que me enseñaste a hacer. Me quedaron blanditas. La verdad es que estaba chateando y me las olvidé en el fuego así que creo que resto puntos, pero de sabor están buenas. Me gusta tener berenjenas en escabeche en la heladera como tener una moneda de cincuenta en la billetera cuando el kiosquero me la pide. Me hace sentir bien. Creo que me siento más adulta por tener esas consideraciones y ser más anfitriona aunque estén blanditas.
A veces creo que es muy fácil acceder a ese mundo,  con el carnet de conducir y el frasco de berenjenas bajo el brazo. No necesito hacer aportes.
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sábado, 26 de abril de 2014

Doscientos noventa y seis: Un pase

Sábado a la mañana. Llevo la bici al doctor. En media hora venite, me dice. Voy a la verdulería de la esquina, compro mis manzanas de siempre y me siento en el cordón de la vereda, justo donde baja ese rayo de sol otoñal que te carga positivamente.
En un momento, alguien me hace sombra. Me hago la visera con la mano, lo miro, es un tipo en bicicleta, me dice: cuánto está el pase. ¿El qué? El pase, me dice. No te entiendo, le digo. No estás trabajando, me pregunta. Le digo no, no trabajo en la calle.
Se va.
Vuelve a los minutos. ¿Y vos no sabés dónde las puedo encontrar? No, a esta hora no, le digo.
Se va.
Vuelve. Me dice: ¿Y vos no querés trabajar? Le digo: no, yo estoy esperando mi bici. Me mira. Me levanto, cruzo, lo dejo atrás, ahí se queda, pedaleo en la Gloria hasta casa.
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viernes, 25 de abril de 2014

Doscientos noventa y cinco: Las vecinas desquiciadas

Viernes. Siete cuarenta y cinco de la tarde. No hay nada nuevo en facebook. Las vecinas hace una hora comenzaron a gritar. Son todas mujeres. Pueden ser dos o veinte. Imposible adivinarlo. Son como una jauría hambrienta de comentarios y publicaciones. Las escucho hablar como si estuvieran al lado, pero hay varias paredes que nos separan. Hay toda una telaraña en torno al chongo y el reggeaton. Cada tanto una Lady Gaga.
Yo ordeno mi Kosovo, poco a poco, no tengo mejor plan, no soy tan in. Vivo una vida despiadada cuando tengo el brazo averiado y no puedo hacer otra cosa que escuchar más a mis vecinas. Imagino que son pavos reales con sus colas enormes llenas de plumas moviéndolas a un lado y al otro, pero no las odio, no. No, las quiero ahí del otro lado de las puertas, agitándose tan viernes por la noche en la previa y sé que seguirán muchas horas más con sus veintipico estudiantiles.
La música que escucho es el retardo de las ondas que me llegan, la sonorización espontánea que se mezcla con mi cabeza que parla despacito entre un miau y miau de la Jenny. No hay otra cosa que hacer cuando no se puede tocar que escuchar a las vecinas desvestir su viernes.
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