domingo, 13 de noviembre de 2011

Doscientos veintisiete: Navarro

Aunque a mí los viajes me den nervios, me gusta envalentonarme en ellos, sobre todo si se trata de ir de gira, sobre todo si se trata de coreutas.
Aunque el trayecto era corto y el viaje se hiciera largo, sobre todo si el viaje se hacía largo (yo adentro festejaba silenciosa que todo hubiese salido "mal" y hubiésemos tardado cuatro horas en llegar). Porque mirar el atardecer, la música encendida en los oídos, el sol por la ventana, las puntas del pie desnudas contra el techo del bus. Yo bailando incómoda invertida, ellos incómodos preguntándose qué haría bailando contra el techo del bus.
Y llegar apurados para cantar tranquilos tan cómodamente felices nuestro repertorio y que ellos se pusieran de pie para aplaudirnos y que yo quisiera llorar pero no pudiera por fuera pero sí me llorara por dentro rebosante de emoción. Todo navarro.
Bailar en el patio del ignoto sitio, bailar como si supiera, bailar de a breves cachos una danza - y mirarnos a los ojos al final, mirarnos todos, pero de a uno, mirarnos tan profundamente mirarnos como escucharnos en el silencio mientras suena todo allí afuera, pero en el silencio profundo de las miradas, estar tan alejados de todo, pero tan cerca, tan cariñosamente cerca.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Navarro... Se ve que provoca cosas locas, aventuras, ese pueblito extraño... ¡Hermosas escrituras!

Horacio A. Castelli dijo...

Que bello escribir tienes

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