lunes, 3 de febrero de 2014

Doscientos noventa y cuatro: Incondicional

Me acuerdo aquella vez que me puse jevi porque mis viejos no comprendían el sentido de la amistad. Hoy parece tan irrisoria aquella conversación.
Salgo de trabajar, el bondi no viene y además no me llevaría. Entro a caminar en zig zag porque el zig zag nos hace creer que las distancias son menores cuando estás a 40 cuadras del destino y lo ideal sería sobrevolar en diagonal media ciudad. Camino 20. Me tomo un taxi. 
La ansiedad por llegar es el pis en puerta y el deseo de ver a M. Cuando la abrazo, ella me abraza más y me doy cuenta que abrazo poco y débil. No estoy entrenada para abrazar. Entonces la miro y trato de recordar cuando fue la última vez que nos vimos. Y no me viene. Pero está todo intacto. Y hablar es un fluido tan claro y blando y caluroso levitar al mediodía con la humedad clavándose en el vidrio como un suspiro o un gemido. No sé. Creo que debe ser el lenguaje que hemos aprendido a hablar y que nos parecemos tanto y a veces no nos parecemos nada. Pero a fin de cuentas, aunque a veces no tenga las palabras, y aunque a veces no te vengan, yo sé que ella sabe que la comprendo con los ojos, con el profundo escuchar que le dedico, con el abrazo más fuerte al irme. Cuando me voy, siento la cuerda que nos une y jala. 

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