El gran primer problema es ponerse de pie sin tambalear. Luego encontrar el sendero estable y hacer el gesto de esquiar no demasiado erguida. Son evidentes los gestos corporales de constantes pérdidas de equilibrio. Y de pronto, agarrar una velocidad deseada pero, a la vez, inevitable e imposible de frenar. Entonces, la adrenalina, el miedo, las dudas, todas. Una alegría infantil y un temor adulto.
La opción ha sido caer o abrazar un árbol con el impulso de ver a un amigo extrañado y quedarse así hasta juntar fuerzas suficientes para recomenzar.
La opción ha sido caer de culo o caer de manos, y las irrisorias rodilleras intactas.

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