domingo, 30 de noviembre de 2014

Trescientos veintitrés: Las cosas que ya no existen

No sé qué me gusta más si la noche bailando hasta el amanecer, aunque llueva brutalmente o el domingo de resaca comiendo canelones, jugando al scrabble, conduciendo con el disco eterno. No sé. Vuelvo a los lugares, las cosas no han cambiado tanto. Quizás un poco yo, un poco poco. Bebo considerablemente hasta el estado pleno de la bebida. Bailo considerablemente y no me canso. No me duelen las piernas. No me duele la noche al otro día. Creo que todo es un estado de la mente. Por eso, me levanto como si nada, no me quejo de las cuatro horas de sueño. El mundo se abre paso tras el parabrisas. Es día nublado y domingo podría caer al lodo, pero una sucesión de eventos que no elijo deliberadamente hacen que el gasto de energía tenga su usufructo.
Las cosas no han cambiado tanto pero el cuerpo es un lugar mejor, despejado de ideas de cosas que ya no existen.
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viernes, 28 de noviembre de 2014

Trescientos veintidós: La vida como videoclip

Qué lindo es despertarte con la cara de tu gata en la mesita de luz cual velador, sin maullidos, sino simplemente  contemplándote con esos ojos de oso panda chino que tiene. Y qué lindo subirte a la bici, re dormida y que una oleada de viento a favor te empuje por las calles a una velocidad que crees irreal. Que mientras estás trabajando escuches un tema y que se tema te lleve a un disco y que quieras que se cumpla la hora de trabajo para irte en la bici escuchando ese soundtrack. Y que después, ansíes ir a la verdulería a la hora pico solo para seguir escuchando ese disco una y otra vez, mientras ves a la gente y ves un videoclip interminablemente divino. Qué ricas las paltas con mayonesa y limón en las traviatas, y las empanadas gratis y los chocolates suizos que me trajeron hoy. Me encanta el verano, incluso cuando llega la noche y el viento me pone la piel de gallina, y tengo el techo lleno de estrellas que brillan en la oscuridad y que nunca nunca nunca se van a apagar porque no entraron en la obsolencia programada.
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jueves, 27 de noviembre de 2014

Trescientos veintiuno: Cosas buenas pasan los días de insomnio

Con cuatros horas de sueño, deambulé por la ciudad en mi rollsroyce tarde y noche. Dos veces intenté dormir la siesta, lo que se tradujo en una gran pérdida de energía no renovable. Pese a todo, la sensación de estar despierta en estas condiciones es bellísima: poco sentido del riesgo, baja inhibición, hiperactividad. Una vez un psicólogo al que fui me lo dijo. Entonces, realicé una a una las cosas pretendidas con sumo éxito. Amplié mi patrimonio instrumental entre las 3 y las 3 y media de la tarde, desembolsando todo mi saldo del 2014, cual papá noel consagrado a mí misma. Tanteé las llaves, el color y el cuerpo de esos sonidos. Fui feliz.
Después arrastré mi cuerpo en el rollsroyce hasta el salón de los espejos. Bailé como el viento, caótica y fatal, me estampé contra la pared y el espejo, di giros, contragiros, sacudones. Sudé con encanto y palpitaciones, y me fui. 
Comí sushi a la velocidad de un rayo, mientras empezaban a crecerme raíces a las sillas, los sillones y los pisos de mosaicos. Despegué las ventosas y salí en el último trayecto hasta encontrarme con los hinchas en el kiosco de la esquina (vamos riverpleit). Visualicé la cama, la gata sobre la cama, mi cara sobre la gata. Escribí hasta que se me durmieron las pestañas. 

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martes, 25 de noviembre de 2014

Trescientos veinte: Clínicas

Deambulé en clínicas varias veces en un mes. Hay algo encantador en acompañar. Me impregno de una paciencia sin igual. La vida en esos pasillos, en esas habitaciones está llena de esperas. Pero esa espera no me daña, más bien me engorda como un buda. Puedo pasar horas esperando, y si me da por llorar, lloro afuera así sin más, una buena playlist para invitar al llanto. Tengo suerte de ser una persona con ocupaciones móviles, bien predispuesta para interpretar el rol de enfermera si así se requiere. No sé bien qué placer me evoca. ¿Será que me precisen?
A veces pienso demás y me voy en elucubraciones, me voy, llego muy lejos y vuelvo. Todo ha sido tan sencillo en estas clínicas, todo tan programado que no puedo enredarme en la tristeza mucho tiempo. Hay cosas que vienen tan a propósito, como ésto, justo ahora que tengo el tiempo y la energía para ocuparme de estos asuntos. Y me reconforta tanto no lidiar con nada gris, nada áspero. Tan solo estar ahí, esperando que la traigan de vuelta, entusiasmada, haciendo chistes, inquieta con su brazo dormido a cuestas. Es inevitable la emoción, es una ardilla. Quiero estar toda la vida esos instantes. 

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lunes, 24 de noviembre de 2014

Trescientos diecinueve: Puente

No sé cómo se explica la ligadura que va desde el viernes hasta el lunes a la noche o inclusive el mismo martes cuando la aguja supera el eje vertical. No sé, tengo un cúmulo de imágenes y en la vigilia trato de ordenarlas antes de irme a dormir.
Puente significa aquí atravesar sin detenerse. Y eso fue. Varias películas pochocleras cuya trama, símil, completamente olvidables, hasta necesariamente prescindibles. Algunas fiestas, bastante exceso, mucho conducir en tercera de noche, tomar diagonales, repetir los mismos tracks hasta poder decir la letra de atrás para delante.
Puente es amnesia selectiva. Desayuno medialunas exquisitas, le digo al panadero que es todo, que es el mejor del barrio, apenas sonríe. Me avergüenzo. De repente se me viene la imagen del patova apuntándome con el láser verde a los ojos (un poema que habla del verde, por ahí también), me empuja, le digo: no me toqués. Se enoja, yo más. Me lleno de furia, me tengo que ir. Suena una banda genial, el cantante no me gusta, pero esos vientos, esos vientos, me arrodillo.
Hablo gran parte del tiempo desde la cama, como ñoquis en la cama también, es feriado me permito todo- Leo libros de poesías que ya leí, me rememoro, me relamo las heridas que se abren. Obligo a la gata a dejarse mimar. Toco chacarera trunca, estaciono a noventa grados, fumo cigarrillos robados. Y no quiero que acabe, pero sí, tiene que acabar, es el encanto de lo finito.
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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Trescientos dieciocho: Todo es un poema o una canción

Me subo al bondi, después de la tercera repetición del electro hit radial, empieza a sonar un encadenamiento melancólico de temas mal grabados, casi improvisados, tremendamente cursis pero brutalmente sinceros. Los escucho una y otra vez, me lleno de ellos, se me llenan los cuencos. Me gusta cómo suenan pero me descosen las heridas. Los había guardado tan bien, los había olvidado tan prolijamente que me da un poco de bronca que aparezcan así, el día feriado que llueve y yo igual trabajo y curso. Son gajos de mí, desprendidos de mí. Soy yo la que era. Me sonrío y lloro, todo a la misma vez. Son libres y están presos en el dispositivo. Todo es un poema o una canción, el agua se escurre entre los dedos, pero todo es un poema o una canción.
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lunes, 17 de noviembre de 2014

Trescientos diecisiete: Conducir hace bien

No puedo conducir si no es con un disco sonando. Hoy me subí al auto y decidí abandonar aquél que bautizó mis primeras salidas y probar con el compilado de Fito Páez. Un remís obstruía la salida pero Dale alegría a mi corazón me dejó llenarme de paciencia y evitar la bocina.
Salí tranqui, puse tercera con confianza, después del finde que pasó ya no le temo y el auto así es más feliz. Fueron pasando los temas y fue creciendo la intensidad del canto. Bajé las ventanillas y dejé que el aire caliente me tocara la cara. Iba llegando mi adolescencia y los perros no se me tiraban a las ruedas. Todo era tan perfecto como Telma y Luisa. Delante de mí, el espacio se abría como en el cine 3D. Se abrían los árboles, los autos estacionados y las bicis se abrían. Y en eso llegó, tus regalos deberían de llegar y encontré una tercera voz espontánea, así como si nada, sin esfuerzo. Nada invitaba a bajarse, los regalos llegaban de aquel lado del mundo donde habitan las voces que salen cuando uno pone tercera.
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sábado, 15 de noviembre de 2014

Trescientos dieciséis: Déjate caer

(Homenaje a Turbio)
Turbio trasnochar todos los días de la semana y tener que trabajar. Turbio que llegue el sábado a la noche y desear la cama. Turbio trabajar ese sábado por la mañana. Turbio viajar a capital ida y vuelta en tres horas, también ese sábado. Turbio que sea el cumpleaños de tu amiga y sigas tomando ferné como al mediodía mientras se te caen los párpados. Turbio volver a tu casa cuando todo el mundo está yendo a las fiestas. Turbio volver para escribir, escribir antes de dormir, fumar antes de escribir. Turbio dejar a la gata encerrada en el balcón llorando sobre el tender. Turbio este sábado. Turbia yo.
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jueves, 13 de noviembre de 2014

Trescientos quince: Sincronías

Hay días en los que todo entra en trance, en coordinación perfecta o casi.
Voy a la parada del bondi, justo viene. Voy a la plataforma de la terminal, el otro me espera. Me meto en la boca del subte, está llegando. Regreso. Me meto de nuevo en la boca del subte, está ahí.
Todo se vuelve sumamente liviano. Espero en la parada del 202, me llama un amigo, vive a dos cuadras. Necesita algo de mí, me lleva a casa, hago la entrega.
Me meto en el sobre, me salgo del sobre. Bailo, me duelen las piernas pero estoy en trance. Me como una pizza con ananá, un trago, nos regalan otros dos. Empieza el recital, es el disco que escuché toda la semana. Bailo, entro en trance, me duelen las piernas.
Pedaleo, tengo el disco del recital en mi mp3 y es todo mío, lo compré por un dólar con cincuenta. Pedaleo, la noche es mía. Tengo las células llenas de espuma.



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martes, 11 de noviembre de 2014

Trescientos catorce: Bailar en el silencio

De la música, al texto, del texto al cuerpo. 
Cerramos los ojos. Todas estrellas en el piso. Ella leyó varias veces como un mantra leía. Y el cerebro acomodaba, buscaba, decidía entre todas las palabras una sola palabra. Mi palabra fue "esponjoso". Entonces, el cuerpo empezó a palpitar más fuerte, más rítmico, más intenso. Me sentía medusa empujando, oponiendo resistencia a todo con las manos, con los pies, intentando despegarme del piso, deshacerme del peso sin perder el ritmo. El cuerpo sonaba y hacía sonar el agite, arriba, abajo, aleteando como un pez, como un pájaro a veces. Sentía las ventosas en los dedos succionando el piso y soltándolo y volviendo a succionar. Yo me succionaba, el tiempo se desvanecía. Los otros cuerpos y el mío hacían ecos por todos lados. Sucumbí al encanto del movimiento incesante, de los ojos cerradas, de la música interior. Todo fue un viaje galáctico, yo era espuma de emoción en el vaivén. Y en el final, volví a ser una estrella inmóvil, titilante la sangre, furor en los ojos que se abrían de a poco para reconocer el mundo. 

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domingo, 9 de noviembre de 2014

Trescientos trece: Observo, luego existo

Lo que más me gusta de Capital es que puedo observar a la gente mientras viajo en subte o en bondi o mientras camino por la calle. Puedo mirarlos indiscretamente porque no se inmutan ante la mirada del otro, la otra, yo.
Mientras esperaba el último bondi de la saga del día, vi un grupito de tres: dos chicas y un chico. Él se acercó a preguntarme lo que yo antes le había preguntado a algún otro. Por lo que hablaban supuse que eran tiempos de conquista.
Más tarde confirmé. Mientras viajábamos (de parados) él miraba a la de pelo corto que, a su vez, le daba la espalda completamente. Cada tanto él apoyaba una mano en su blusa, osaba tocarle el pelo y volvía a su celular. Ella hablaba con su amiga. Era brutal el lenguaje de esos cuerpos. El deseo de él por tocarla, el rechazo, la indiferencia de ella. No sé bien porqué me compadecí de él, de su juventud enamorada.
Así continuó todo el viaje y cuando el bondi se rompió y nos quedamos varados en la autopista, ellos bajaron y la distribución corporal se armó automáticamente igual. Deseé que él se perdiera en otro viaje y, de hecho, pronto los perdí de vista.
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viernes, 7 de noviembre de 2014

Trescientos doce: Viernes entre gente

Hoy desperté de un sueño del que no quería irme. Había una playa al atardecer y un francés que me hablaba en español. Recuerdo su cara con el reflejo naranja del sol y el color de la piel. No íbamos a ningún sitio, solo permanecíamos impasibles allí. Nunca vi su cara fuera del sueño -que yo recuerde- pero al despertar ya no estaba allí (el dinosaurio tampoco estaba allí).
Tuve que aceptar la cotidiana. Salir para el trabajo, trabajar y volver. Una serie de amigos, una serie consecuente, se fue armando y de uno a uno iba creando un jardín lleno de conversaciones. Apenas tuve respiro y, por suerte, porque no quería clavarme las botas para meterme en un lodo emocional. Preferí más bien entregarme al ocio y al divague circunstancial que me alcancen todo el tiempo un vaso lleno de vermú y -sin preguntas- beberlo lento, y -sin preguntas- ponerle un hielo y seguir bebiendo mientras se aguara el amargo obrero y la noche también se aguara y -sin preguntas- ya anestesiada, me secara la cara así, simplemente, me volviera a hundir en mí.
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jueves, 6 de noviembre de 2014

Trescientos once: Buenos Aires

Bondi, otro bondi, subte. Nueve y pico de la noche. Dónde queda beruti, pregunto. Dos para allá. Toco timbre, baja mi madre, feliz con su departamento 12 B. Tiene aire acondicionado y dos plasmas, me dice. No lo vamos a prender, al aire, le digo. Compro 4 tomates y una palta. Comemos y nos metemos a la cama grande. Tele. En terapia, quince minutos. Otro tanto de Nazarena Velez en el programa de Su. Dormimos.
Vamos al hospital, esperamos, esperamos. Finalmente se llevan con la morfina. Está contenta. Debe ser la morfina.
La devuelven como nueva. Me relevan, me voy.Me pongo los auriculares bien fuerte, Atoms for peace. Bailo mientras camino. Nadie nota nada pero yo estoy bailando. Subte hasta el moño. Combinaciones perfectas. Engancho el bondi justo a tiempo y duermo con el sol en la cara. Me despierto en mi ciudad como nueva. Tengo un aire a Buenos Aires en el cuerpo, nadie lo nota, solo yo. Otra vez el disco, otra vez el bondi, otra vez bailo. Creo que Thom Yorke se lleva perfecto con Buenos Aires.
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martes, 4 de noviembre de 2014

Trescientos diez: Ya no me aburro

Lo pasé a buscar. Me explicó que el parabrisas empañado de atrás no se limpia haciendo círculos, sino cómo se leen los libros de este lado del mundo. Pensé: qué bueno que aún existen esos que saben cosas prácticas que la poesía no entiende ni entenderá porque no está para eso, precisamente.

Es una osadía y una odisea para mí abrir un aparato electrónico. Siempre me tentó la idea pero mis intentos de reconstrucción fueron, también, siempre inútiles, así que hace algunos años ya que prefiero evitar daños mayores y dejar que sean otros los que desarman y vuelven a armar tales cosas. Entonces, procedió: destornillador imantado en mano, fue sacando una a una las partes a pedido mío. Él era el brazo ejecutor.
Y llegó el momento de soplar. Todo se resuelve soplando. Soplé yo, sopló él. Cerramos todo. Increíblemente (para mí) no sobró ninguna parte. Y pusimos la versión trucha del disco adrenaline de deftones y empezó a correr y empezó a vibrar todo, plena noche musical, metal. No sabemos quién dio el golpe mágico de aire.  Fue un viaje onírico. Y los discos se sucedieron uno tras otro, en ese paraíso qué es el cd, qué era el vinilo otrora, fui feliz.
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sábado, 1 de noviembre de 2014

Trescientos nueve: Son todos cómplices

Hoy me subí a un colectivo de vuelta desde Villa Elisa porque no me animé a subir al Distribuidor. Tampoco vi -cuando me llevaron de ida- que hubiera autos a la derecha que llevaran el cartel que tengo yo que dice, gigante: PRINCIPIANTE y, además, hacía mucho frío y tenía miedo de  que lloviera o lloviese, como decían las conjugaciones de la escuela. Hoy me subí a un colectivo y el colectivero era muy simpático, cuatro con cincuenta, había un lugar al lado de un pibe que yo escuché que escuchaba cumbia muy fuerte en los auriculares. Hoy me subí a un colectivo y no me puse mis auriculares, ni agarré la agenda para hacer dibujitos, intenté unos poemas en el editor del celu pero no quisieron salir. Entonces, calladita, empecé a llorar tratando de que no se notara porque tenía los anteojos y podría ser tranquilamente un reflejo. Y el colectivero cada tanto paraba y se bajaba y puteaba y yo seguía llorando y la gente subía y bajaba y yo seguía llorando y el pibe de al lado se dio cuenta que se me estaban cayendo las velas, se dio cuenta que no era gripe. Fueron muchas cuadras y estaba muy nublado. El pibe decidió bajarse en la terminal y yo seguí, justo no tenía pañuelitos pero no iba a pedir. Hace bien llorar con tanta gente alrededor, son todos cómplices.
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