domingo, 7 de agosto de 2011

Ciento cuarenta y cuatro: Domingos de consumo

Me desperté enumerando todo lo que odio.
Habiendo hecho la catarsis pertinente, la ducha haría suya la catarsis del cuerpo.
Pulcros los estados, rota la cabeza -pero limpia, sí, muy limpia- el pedaleo me alcanza hasta el bar. Soy la fractura. Estoy en una cinta donde la gente se desliza, a montones, para consumir. Y empujan (pechan), se resisten a los cuerpos, se clavan frente a las prendas, se emocionan con las liquidaciones, se desesperan, sí, son mujeres desesperadas. Abrazan la ropa con un fervor que me espanta. Yo me someto a la manicure, solo porque ella me cae bien y creo que le apasiona, aunque también le apasionara el canto lírico. Ha descubierto mi clave de fe, y con ella, yo descubrí su secreto, el núcleo de su neurosis.
Sólo está mi cuerpo como una delgada línea floja, que ondula cuando la ola de mujeres empuja. Tengo una prótesis colgando del cuello. Una prótesis de la memoria visual. Me siento fálica cada vez que mi ojo estructura un cuadro. Soy la antípoda de ese género que devora moda.
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