Esta vez éramos dos pedaleadoras.
El cansancio era cosa menor. Las ruedas estaban desinfladas. La mía una de paseo, la tuya una playera.
Pedaleamos sin percatarnos ni desacato, sino como aquellas que pedalean con un inercia divina mientras se interrumpen para decir: no, decí vos. no, decí vos. Y la noche estaba húmeda. Ni calurosa ni fresca, pero húmeda.
Hasta que vos dijiste "acá" y cruzamos la avenida para pegar la vuelta, como conejos tras las zanahorias, emprendimos regreso a la posta de alcoholes.

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