miércoles, 23 de noviembre de 2011

Doscientos treinta y uno: Creo que lo maté

Ella estaba esguinsada. Ya habíamos abierto una birra, pero aún no se me había dado por la motricidad fina de enhebrar artilugios para hacer aros y pulseras. Creo que bajó violento y se movía agitado de un lado a otro, si hubiese sido un pájaro capaz era poético pero era un murciélago.
No tuve tiempo de pensar en abrir la ventana. La ventana se veía lejos y el pelo largo de ella estaba tan cerca. El bicho aleteaba desesperado y yo desesperada hice estallar el vaso contra piso en un sacudón torpe.
No quería matarlo pero creo que lo maté de un toallazo rosa. No sé de dónde salió la toalla pero el brazo era el mío y de pronto, el bicho agazapado en la tela ya no se movía.
Tampoco fui muy consciente hasta que la toalla salió volando por la ventana. Los corazones se habían aquietado. Todos teníamos miedo. Ella estaba inmóvil como el bicho en el puf. Yo estaba exaltada.
Pero no tuve tiempo de hablar con dios.
Cuando volví a mi casa pedaleando eran las dos y media de la mañana. Y en cada pedaleo, yo temí que me siguieran sus padres, perdidos en la negrura de la noche.
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