martes, 28 de febrero de 2017

Trescientos ochenta y siete: Los Carinios

Hay un amor enfrente que me cocina pastel de choclo sin procesar. A grano entero como el corazón.
Cuando llego me saco las zapatillas mojadas de carnaval, me siento a su mesa como su hija pequeña -aunque ellos dos son más chicos que yo-. Me siento a la mesa de Los Carinios. Me dan su vino de beber, me cuentan una y otra vez la historia de cómo se conocieron en el medio de un huracán. No hay casi diferencia en sus versiones. No hay roces. Pienso cuan perfecto, será esto posible. Pastel de choclo, ella repite, sin procesar, carinio. Él la mira como si fuera un ángel mientras ella pone su vestido en la boca del aire acondicionado, y se infla como un globo arostático. Treintaytresgrados a la sombra.
Me dan una picada de su amor. Pienso que, cuando llegue, será un auténtico casamiento de esos donde no importa el decorado, solo David Bowie y fiesta eterna. Pocos de estos conocí, pero que los hay los hay, y tienen tanto que rebalsan para que otros beban de ahí.
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jueves, 23 de febrero de 2017

Trescientos ochenta y seis: Resfrío de verano

Después de un findesemana de corrido, de trabajo, de alcoholes también, ahora que esos mundos están mucho más cerca, quién lo hubiese dicho. La libertad es así, gurí. Ansiedad y alcohol. Trabajo desde la cama y reguero de pañuelos ahora que me he enfermado por darme manija con asuntos obsoletos. Ahora lo veo bien, antes era un conglomerado.
Resulta que soñé que tu casa -no te conozco- tenía un espacio para estar, permanecer, con un techo muy muy alto, y era de noche y llovía. Yo lo noté cuando miré para el cielorraso pensando que tenías una gotera pero no, era un techo suspendido por parantes y entre el hueco por donde se filtra la luz necesaria, se venían adentro unas gotas. Es cierto que hubo muchas más cosas en ese sueño que ahora voy a reprimir para el bien común de esta cuadra. No son tan dramáticas ni tan obscenas pero sé que voy a empezar a fabular y no quiero.
Me alcanza con ese espacio para permanecer, en la noche aguada, de estos mocos y esa lluvia anunciada.
Me dijiste: qué hay de nuevo en tu semana.
Hay un sueño.
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sábado, 4 de febrero de 2017

Trescientos ochenta y cinco: Vivir solx

Acomodarse a un estado de situación emergente que al principio se me muestra hostil y después, muy muy sutilmente, demuestra su potencia encajonada.
Cada espacio de la casa es su expresión. La cocina, el living con el despliegue de la noche encima, ahora, a la mañana, es un cementerio gastronómico. Abandonado. No de esos privados con vista al mar o a la montaña.
Me fui.
El balcón hace unos días era de una hermosura que emocionaba. Pero la gata ha empezado a copar la parada y trascendió los límites del cajón de las piedras.
Todo lo que hay alrededor de esta cama me hace acordar muy bien a Tracey Emin, leáse -bien mirado- arte contemporáneo. Sólo que estoy en otro entorno. Me estaría faltando el museo. En el fondo de los totems de ropa debiera estar la pila de algún control remoto. La última pila de la casa.
La habitación de al lado, la de la cohabitante L., ahora es mi templo laboral. Es mucho pero soy religiosa con eso. Ahora.
Todo es nuevo, o algún nuevo sentido nació de lo conocido. Es nuevo escuchar solamente el chasquido de estas teclas. Por momentos, la gata hace alarde de su existencia en algún otro punto del territorio. La gata, ahora también las plantas, más sutiles, si hay viento.
Intento mantenernos vivas.
Intento mantenernos vivas y contentas.
Y van volviendo viejos amores, rituales que no me obligué a crear. Rituales necesarios para la supervivencia. La super vivencia. Llegaron las expensas.
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