domingo, 28 de mayo de 2017

Trescientos ochenta y nueve: C entonces A

Cuando vuelvo al Templo tengo evocaciones tsunámicas. Ayer, por ejemplo. Después de ver varias horas, capítulos, de una serie de moda, de gente que tiene conexiones telepáticas, llego al Templo lista para dejarme atravesar por el power del rock en vivo, y veo pasar a uno de los personajes de la serie. Uno que me gusta, mi antitipo rubio lindo. En esa marea de extasis, me dejo llevar sutilmente por la "inercia" hacia donde está él. Es bastante más bajo que yo, pero los rasgos son bien parecidos. El de la tele seguramente también sea de esa estatura, pero, claro, tele mata todo. Permanezco ahí, buscando hacer algún tipo de contacto, hasta que tengo el insight. Éste me hace acordar al actor, el actor me hace acordar a un noviecito que tuve a los 15, versión morocha. El recuerdo es tan potente que puede pasar por dos cuerpos más y seguir ahí. En definitiva, lo que busco quizás no es ese que está ahí que me hace acordar al de la tele, sino aquel otro que vive en mí como un recuerdo borroso que se resucita con la serie.
Mi amigo, el que está ahí conmigo mientras yo desarmo la conexión a las cinco de la mañana en la puerta del Templo, me dice: Si A entonces B y B entonces C, C entonces A. Entonces, ya se había ido C.
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