lunes, 15 de abril de 2019

Trescientos noventa y nueve: Toda la tristeza de este mundo

Tengo 33 y una crucifixión. Poca gente lo sabe. No es de mártir, ni de víctima. Es lo que se puede a veces. El silencio ocupa todo el espacio disponible en esta casa, y es tanto que retumba en el sonido de las teclas al golpearse. Estamos solxs.
Pienso en el cigarrillo que dejé, que buen compañero sería hoy, para ahogarme de uno en otro hasta que algo más duela en mí y que sea mi cuerpo.
Prometí cuidarme y llorar si es necesario, aunque el llanto parezca infinito, en algún punto termina todo. Ese punto lo escribimos con sangre.
Tantas veces corrí tan lejos, como en ese cuento de Pedrito que corrió, corrió y corrió hasta encontrarse con otra puerta. Y siempre detrás de las puertas, los monstruos. Para qué correr. Hacia dónde. Para qué.
Dejo que todo el silencio me tome, me oprima, detenga mis pensamientos con la fuerza de su sutileza.
Todo lo que hacemos para no entregarnos, al sueño, al dolor, a la verdad. Toda esa resistencia en vano si total siempre va a llegar y nos va a tomar desde atrás, nos va a arrastrar hasta que aceptemos que no hay manera de huir, que tarde o temprano, todo se manifiesta con su espesura.
Todo se manifiesta con su espesura.

No corras más, muchacha.


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