lunes, 7 de noviembre de 2011

Doscientos veintidós: El terror

No comprendo el gusto por someter el propio cuerpo a los espasmos que producen las películas de terror. Podrían decirme "cobarde", pero a mí realmente no me interesa darle a entender a mi cerebro un conjunto de imágenes -en ambos sentidos de la palabra- no me interesa hacerme creer cosas que no existen pero igual dan miedo por la sugestión y porque el miedo es una cosa que se adquiere con una facilidad sorprendente.
Yo, por lo general, tengo miedo. Pero sí lo tengo que sea por una experiencia directa con lo que llamaré "la cosa".
"La cosa" -amor, acrobacia, primeras veces de todo, segundas y terceras quizás también-
La experiencia diferida no me parece. Claramente, me aburre.
Yo prefiero estar en contacto con la carne de la realidad, antes que desperdiciar dos horas de mi vida en un juego de sugestiones evocado por una ficción perversa. Es perverso promover que otros sufran. (Aunque deseen sufrir. Es mi moral. Nietzsche dijo que experimentemos otras morales)

No miro terror. No miro desde chiquita. No pienso mirar de grande.
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