jueves, 15 de diciembre de 2011

Doscientos sesenta y tres: Arcoiris

Tantas veces busqué el arcoiris para que apareciera justo hoy -dicen- que ya lo he dejado de buscar en el cielo porque el cielo de este sitio -por el momento- no me sugiere que lo mire. (Yo estoy mirando otro cielo en mi mente)

Y cuando la cohabitante L llegó de la feria paraguaya trajo una remera -que dice que me va a regalar probablemente- que dice (en inglés):
"La vida es como un arcoiris. Necesitas tanto el sol como la lluvia para que los colores aparezcan"
(Inmediatamente recordé a Gump: "La vida es como una caja de bombones... etc.")

No creo que necesite llorar para ver colores.
Creo que con el sol me basta.
No quiero esperar un arcoiris como si fuera la felicidad, porque eso sería no muy a menudo tanto como esperar años con más o menos días, mundiales, olimpíadas.
Yo quiero sol todos los días.
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Doscientos sesenta y dos: premenstrual

El SPM es el nombre sintético de una hinchazón odiosa en el cuerpo sumada a un profundo deseo de ser contenida emocionalmente por un ser humano.
Sucede que la libertad para la que yo misma me he entrenado y que hago notar al entorno es fácilmente interpretada como independencia de gran espectro. Tampoco sería que me atrevo a contradecir tal entrenamiento en un flaqueo, pues entonces me quedo sola en mi dolor más metafísico que cualquier otro.
Porque el equilibrio, sin duda la quimera del asunto, es una cosa impracticable en estos días.
Siendo así no queda otra que pegarse un viaje intelectual o musical, siempre poético, a algún destino que descentre el dolor.
El dolor de las espinas de uno mismo.
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Doscientos sesenta y uno: ensimismada

Raras veces ocurre como ocurría tempranamente cuando yo era una niña, que me ensimismo.
Ensimismarse es algo así como estarse encima con algo, cargosearse.
Yo en el asado me estaba cargoseando mientras los músicos tocaban las guitarras y los coreutas cantaban, yo tenía unas maracas y las agitaba cuando podía tirar un cable de conexión. El resto del tiempo me devoró el silencio. Un silencio denso como el tiempo.
Un silencio de escucharme la respiración mientras los otros rían y yo incomprendía a la perfección.
No solía ponerme así, sucede que ya me he ido.
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doscientos sesenta: doscientos cincuenta y nueve es un buen número

hoy pensé que mi blog estaba en terapia intensiva.
después caí que yo estaba en terapia intensiva con la escritura.
ni una sobria línea de falsa soberbia.
secretamente me he creado otro blog pero está desierto como éste.
será que extraño el desierto y me ha invadido silenciosamente como el desierto hace.
será que desde que tengo el pasaje a San Juan en mi mano, estoy espiritualmente ida.
hay cosas que son fáciles de explicar.
estoy harta.
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domingo, 4 de diciembre de 2011

Doscientos cuarenta y tres: Sin bozal

Hay algo encantador en dormir tres horas más veinte kilómetros de pedaleo. Esto es:
a la noche cuando salgo al bar y veo la banda de rock progresivo y logro sobreponerme a ella y más tarde, escucho hablar al guitarrista magnífico que estaba en el escenario y le oigo decir cosas aberrantes, soberbias, solo tardo un par de horas en volver a él para decirle que es un perfecto idiota y qué lástima porque mueve muy bien los dedos.
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Doscientos cuarenta y dos: Hay una chica en el piso

Resulta que toca massacre en La Plata. Toca tardísimo. La fiesta no tiene mucho de clandestino, excepto que sea el destino del clan y en ese caso el clan somos nosotros.

Cuando aparece la adorable criatura que es y el silencio quiebra y el pogo estalla, yo voy hacia él. No seremos más de cuatro chicas. Hay una de vestido, yo uso camisa de hombre y pelo corto. La camisa tiene una mancha así que no me importa mucho el sudor que se va a evaporando. Pero la chica que tiene vestido de pronto está en el piso y le doy la mano para subir. Y ella sube y dice que le patearon el cerebro y que está bañada en cerveza. La cerveza está en el piso. Es una pena.
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Doscientos cuarenta y uno: Estamos perdidas

Cuando el día finalmente llega, me despierto por la mañana todo estómago revuelto y pienso: "no voy a poder bailar". Y luego vuelvo a pensar: "voy a tener que bailar igual". Y tomo gotas de distinto tipo una para la panza y otra para estar tranquila.

Cuando el momento finalmente llega, yo estoy contenta aunque mi corazón se agolpe. Y entramos al escenario y no soy bien consciente de nada. Creo que si me detengo a pensar, detenerme va a hacer que me pierda. No puedo pensar, mi cuerpo sabe. Todo va saliendo bien hasta que la música.
La música ha vuelto empezar pero la danza está ya empezada. Mercury. Show must go on.
Nos vamos ondulando por el piso. El disco ha saltado. La gente igualmente aplaude. Aplaude porque sí.
Y entonces volvemos para intentarlo una vez más, con un poco de frustración en los hombros y el entrecejo, y otra vez la música. Otra vez el disco salta y todo vuelve a empezar. Y la gente igualmente aplaude. Parecen yanquis.
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Doscientos cuarenta: Berazategui

Nunca compré por mercado libre.
Nunca es finito.
Yo temía ir sola a berazategui porque toda esa zona urbana y gris me da temor. Porque sí y por prejuicio.
Ella entonces me hizo el aguante.
Y viajamos en tren.
Me gusta viajar en tren por las estaciones y por el ritmo.

Yo tenía un plano de berazategui y todo estudiado. Diez cuadras. Tocamos una puerta. Atiende una mujer y nos muestra sus gatos. Luego baja el hombre con la cámara.
Yo la miro mirando el futuro que voy a capturar y la guardo en una mochila diez veces más grande.

No sé cómo darle las gracias.
Creo que no alcanza con hacerle una ensalada.
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Doscientos treinta y nueve: Pereyra

Ella me produce una admiración de torre eiffel.
Ella dijo:
- Pedaleamos hasta Pereyra (Iraola)
Era decir pedaleemos tres veces lo que vos pensabas pedalear.
Porque yo pienso poco de mí. De mi cuerpo, no me doy fe.
Siempre anteojuda.

Las zapatillas eran las de mi madre, remachadas varias veces, grises, gastadas. Las calzas de mi madre también. El casco era mío.
Ella pasó a las cuatro por mí.
Yo pensé que sería ir a tocar la tierra del parque y volver.
Pero ella no tiene límites. En la cabeza no tiene límites. Por eso yo la admiro.

Y cuando llegamos finalmente al parque, finalmente fue inicialmente porque nos sumergimos en las callejuelas de tierra y ella me enseñó a usar los cambios y saludar a los ciclistas. Me enseñó que el límite es uno mismo.
Que uno es, en verdad, infinito.
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