martes, 30 de diciembre de 2014
Trescientos treinta: El último día del año
Me gusta la medianoche que trae lluvia y el amanecer lluvioso cuando estoy en la cama, me gusta saber que mañana es otra cosa.
sábado, 27 de diciembre de 2014
Trescientos veintinueve: Mi pueblo es un cantor
Todo eso, es el suspiro del hogar.
Trescientos veintinueve: Mi pueblo es un cantor
sábado, 13 de diciembre de 2014
Trescientos veintiocho: El meollo
Trescientos veintiocho: El meollo
viernes, 12 de diciembre de 2014
Trescientos veintisiete: Intoxicación
A esta clase de gente, nos gusta, sobre todo en diciembre: beber, comer, asistir a fiestas, bailar hasta dolernos las piernas, fumar hasta dolernos la garganta, dormir lo indispensable para poder ir a la fiesta del día siguiente y además, tener muchos proyectos por incapacidad de decir no ( a las fiestas también a veces se va por la misma incapacidad).
El resultado es, lisa y llanamente, reposo y dieta brutal, sin desaparición completa de las fiestas, lo que requiere un inventario de excusas para justificar la sobriedad, situación que los borrachos rechazan bastante e insisten en cuestionar. Así, esta clase de gente pasa a la fase "rescate" por, al menos, tres o cuatro días cuando el cuerpo da el visto bueno para la reinserción en la fase "fiesta" y así sucesivamente hasta la muerte, prematura o no.
Trescientos veintisiete: Intoxicación
jueves, 4 de diciembre de 2014
Trescientos veintiseis: Maldición de la siesta
Me meto en el sobre, estiro bien las piernas, me tapo como si fuera invierno, amaso la almohada como me enseñó la gata y me dispongo feliz a encarar el profundísimo subsuelo del sueño. En eso, me llama padre, me dice que quiere comprarse una cámara. Nunca tiene tantas pero tantas ganas de hablar como entonces, me pide cada detalle, me cuenta cada evento. Lo festejo sí, pero no ahora por favor. En eso, veo como se me va yendo el tiempo, corridas de minutos infernales. Después llega una catarata de mensajes personales, luego los grupales, un sinfín de interacciones que no puedo evitar porque no sé decir no a lo inmediato, pero puedo postergar indefinidamente cantidades de otras cosas mucho más importantes. Y pienso: esto no me pasaría en San Juan. La mística de la siesta está rota en este conurbano.
Trescientos veintiseis: Maldición de la siesta
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Trescientos veinticinco: La psicosis
Trescientos veinticinco: La psicosis
lunes, 1 de diciembre de 2014
Trescientos veinticuatro: Preguntas ocasionales de medianoche
Esbozo unas hipótesis al respecto: todos los inodoros van al cielo, pero el de mi casa está bien ubicado y el resto no. Siempre se empieza por el inodoro y, en todo caso, se termina en el bidet. Nunca al revés.
La acumulación de encendedores que no funcionan habla de una dificultad para soltar el pasado, más allá de la utilidad ocasional frente a las hornallas y las quemaduras implicadas en seguir tratando con el pasado.
No sé, se las tiro. Hay cosas peores, pero esto puede ser suculento si se lo mira con detenimiento.
Trescientos veinticuatro: Preguntas ocasionales de medianoche
domingo, 30 de noviembre de 2014
Trescientos veintitrés: Las cosas que ya no existen
Las cosas no han cambiado tanto pero el cuerpo es un lugar mejor, despejado de ideas de cosas que ya no existen.
Trescientos veintitrés: Las cosas que ya no existen
viernes, 28 de noviembre de 2014
Trescientos veintidós: La vida como videoclip
Trescientos veintidós: La vida como videoclip
jueves, 27 de noviembre de 2014
Trescientos veintiuno: Cosas buenas pasan los días de insomnio
Trescientos veintiuno: Cosas buenas pasan los días de insomnio
martes, 25 de noviembre de 2014
Trescientos veinte: Clínicas
Trescientos veinte: Clínicas
lunes, 24 de noviembre de 2014
Trescientos diecinueve: Puente
Puente significa aquí atravesar sin detenerse. Y eso fue. Varias películas pochocleras cuya trama, símil, completamente olvidables, hasta necesariamente prescindibles. Algunas fiestas, bastante exceso, mucho conducir en tercera de noche, tomar diagonales, repetir los mismos tracks hasta poder decir la letra de atrás para delante.
Puente es amnesia selectiva. Desayuno medialunas exquisitas, le digo al panadero que es todo, que es el mejor del barrio, apenas sonríe. Me avergüenzo. De repente se me viene la imagen del patova apuntándome con el láser verde a los ojos (un poema que habla del verde, por ahí también), me empuja, le digo: no me toqués. Se enoja, yo más. Me lleno de furia, me tengo que ir. Suena una banda genial, el cantante no me gusta, pero esos vientos, esos vientos, me arrodillo.
Hablo gran parte del tiempo desde la cama, como ñoquis en la cama también, es feriado me permito todo- Leo libros de poesías que ya leí, me rememoro, me relamo las heridas que se abren. Obligo a la gata a dejarse mimar. Toco chacarera trunca, estaciono a noventa grados, fumo cigarrillos robados. Y no quiero que acabe, pero sí, tiene que acabar, es el encanto de lo finito.
Trescientos diecinueve: Puente
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Trescientos dieciocho: Todo es un poema o una canción
Trescientos dieciocho: Todo es un poema o una canción
lunes, 17 de noviembre de 2014
Trescientos diecisiete: Conducir hace bien
Salí tranqui, puse tercera con confianza, después del finde que pasó ya no le temo y el auto así es más feliz. Fueron pasando los temas y fue creciendo la intensidad del canto. Bajé las ventanillas y dejé que el aire caliente me tocara la cara. Iba llegando mi adolescencia y los perros no se me tiraban a las ruedas. Todo era tan perfecto como Telma y Luisa. Delante de mí, el espacio se abría como en el cine 3D. Se abrían los árboles, los autos estacionados y las bicis se abrían. Y en eso llegó, tus regalos deberían de llegar y encontré una tercera voz espontánea, así como si nada, sin esfuerzo. Nada invitaba a bajarse, los regalos llegaban de aquel lado del mundo donde habitan las voces que salen cuando uno pone tercera.
Trescientos diecisiete: Conducir hace bien
sábado, 15 de noviembre de 2014
Trescientos dieciséis: Déjate caer
Turbio trasnochar todos los días de la semana y tener que trabajar. Turbio que llegue el sábado a la noche y desear la cama. Turbio trabajar ese sábado por la mañana. Turbio viajar a capital ida y vuelta en tres horas, también ese sábado. Turbio que sea el cumpleaños de tu amiga y sigas tomando ferné como al mediodía mientras se te caen los párpados. Turbio volver a tu casa cuando todo el mundo está yendo a las fiestas. Turbio volver para escribir, escribir antes de dormir, fumar antes de escribir. Turbio dejar a la gata encerrada en el balcón llorando sobre el tender. Turbio este sábado. Turbia yo.
Trescientos dieciséis: Déjate caer
jueves, 13 de noviembre de 2014
Trescientos quince: Sincronías
Voy a la parada del bondi, justo viene. Voy a la plataforma de la terminal, el otro me espera. Me meto en la boca del subte, está llegando. Regreso. Me meto de nuevo en la boca del subte, está ahí.
Todo se vuelve sumamente liviano. Espero en la parada del 202, me llama un amigo, vive a dos cuadras. Necesita algo de mí, me lleva a casa, hago la entrega.
Me meto en el sobre, me salgo del sobre. Bailo, me duelen las piernas pero estoy en trance. Me como una pizza con ananá, un trago, nos regalan otros dos. Empieza el recital, es el disco que escuché toda la semana. Bailo, entro en trance, me duelen las piernas.
Pedaleo, tengo el disco del recital en mi mp3 y es todo mío, lo compré por un dólar con cincuenta. Pedaleo, la noche es mía. Tengo las células llenas de espuma.
Trescientos quince: Sincronías
martes, 11 de noviembre de 2014
Trescientos catorce: Bailar en el silencio
Trescientos catorce: Bailar en el silencio
domingo, 9 de noviembre de 2014
Trescientos trece: Observo, luego existo
Mientras esperaba el último bondi de la saga del día, vi un grupito de tres: dos chicas y un chico. Él se acercó a preguntarme lo que yo antes le había preguntado a algún otro. Por lo que hablaban supuse que eran tiempos de conquista.
Más tarde confirmé. Mientras viajábamos (de parados) él miraba a la de pelo corto que, a su vez, le daba la espalda completamente. Cada tanto él apoyaba una mano en su blusa, osaba tocarle el pelo y volvía a su celular. Ella hablaba con su amiga. Era brutal el lenguaje de esos cuerpos. El deseo de él por tocarla, el rechazo, la indiferencia de ella. No sé bien porqué me compadecí de él, de su juventud enamorada.
Así continuó todo el viaje y cuando el bondi se rompió y nos quedamos varados en la autopista, ellos bajaron y la distribución corporal se armó automáticamente igual. Deseé que él se perdiera en otro viaje y, de hecho, pronto los perdí de vista.
Trescientos trece: Observo, luego existo
viernes, 7 de noviembre de 2014
Trescientos doce: Viernes entre gente
Tuve que aceptar la cotidiana. Salir para el trabajo, trabajar y volver. Una serie de amigos, una serie consecuente, se fue armando y de uno a uno iba creando un jardín lleno de conversaciones. Apenas tuve respiro y, por suerte, porque no quería clavarme las botas para meterme en un lodo emocional. Preferí más bien entregarme al ocio y al divague circunstancial que me alcancen todo el tiempo un vaso lleno de vermú y -sin preguntas- beberlo lento, y -sin preguntas- ponerle un hielo y seguir bebiendo mientras se aguara el amargo obrero y la noche también se aguara y -sin preguntas- ya anestesiada, me secara la cara así, simplemente, me volviera a hundir en mí.
Trescientos doce: Viernes entre gente
jueves, 6 de noviembre de 2014
Trescientos once: Buenos Aires
Vamos al hospital, esperamos, esperamos. Finalmente se llevan con la morfina. Está contenta. Debe ser la morfina.
La devuelven como nueva. Me relevan, me voy.Me pongo los auriculares bien fuerte, Atoms for peace. Bailo mientras camino. Nadie nota nada pero yo estoy bailando. Subte hasta el moño. Combinaciones perfectas. Engancho el bondi justo a tiempo y duermo con el sol en la cara. Me despierto en mi ciudad como nueva. Tengo un aire a Buenos Aires en el cuerpo, nadie lo nota, solo yo. Otra vez el disco, otra vez el bondi, otra vez bailo. Creo que Thom Yorke se lleva perfecto con Buenos Aires.
Trescientos once: Buenos Aires
martes, 4 de noviembre de 2014
Trescientos diez: Ya no me aburro
Es una osadía y una odisea para mí abrir un aparato electrónico. Siempre me tentó la idea pero mis intentos de reconstrucción fueron, también, siempre inútiles, así que hace algunos años ya que prefiero evitar daños mayores y dejar que sean otros los que desarman y vuelven a armar tales cosas. Entonces, procedió: destornillador imantado en mano, fue sacando una a una las partes a pedido mío. Él era el brazo ejecutor.
Y llegó el momento de soplar. Todo se resuelve soplando. Soplé yo, sopló él. Cerramos todo. Increíblemente (para mí) no sobró ninguna parte. Y pusimos la versión trucha del disco adrenaline de deftones y empezó a correr y empezó a vibrar todo, plena noche musical, metal. No sabemos quién dio el golpe mágico de aire. Fue un viaje onírico. Y los discos se sucedieron uno tras otro, en ese paraíso qué es el cd, qué era el vinilo otrora, fui feliz.
Trescientos diez: Ya no me aburro
sábado, 1 de noviembre de 2014
Trescientos nueve: Son todos cómplices
Trescientos nueve: Son todos cómplices
jueves, 30 de octubre de 2014
Trescientos ocho: La imaginación irresistible
Trescientos ocho: La imaginación irresistible
Trescientos siete: Si la lluvia
Trescientos siete: Si la lluvia
lunes, 27 de octubre de 2014
Trescientos seis: Soy un álamo en la llanura
Trescientos seis: Soy un álamo en la llanura
domingo, 26 de octubre de 2014
Trescientos cinco: Tirate un pa
Trescientos cinco: Tirate un pa
viernes, 24 de octubre de 2014
Trescientos cuatro: Cómo duele la belleza
Leo una hora sin parar. Luego vienen lentamente los dolores, tras las cosquillas. Llega la gente. Una se quiere tatuar la cara del hermano y unos nombres formando el infinito. Vuelvan en una hora, les dice. Yo vuelvo a las páginas, él vuelve a su obra. Miro de reojo como se van tranzando las líneas y aparecen los colores. Vuelve el dolor con más fuerza. Yo pienso qué masoquista que soy por la belleza, me vuelco en mi película muda. Imagino cómo va creciendo en el tobillo la flor que sumergiré en el mar cuando llegue enero. Lo bello duele y sana, todo sana, pero con calma en la orilla, yo contemplo.
Trescientos cuatro: Cómo duele la belleza
Trescientos tres: Hay caballos alados
Una birra como para aflojar tensiones y manos a la obra. Ella sopleteaba y yo sostenía bajo los rayos del neón. Éramos tan felices. En eso sentimos unas voces. Dos chicos con longboards se cruzan para chusmear. Justo estábamos haciendo los pajaritos que se besan. Preguntan: quién es los hizo. Ella dice: ella. Uno vuelve a preguntar: y ése qué significa. Yo me avergüenzo. La insiginia de mi stencil tiene dieciséis años. Yo respondo, rubor y calor. Ellos festejan el pegaso y se van. Nos reímos exultantes, como dos adolescentes al salir del colegio.
Trescientos tres: Hay caballos alados
miércoles, 22 de octubre de 2014
Trescientos dos: Tengo un jardín hermoso
Trescientos dos: Tengo un jardín hermoso
lunes, 20 de octubre de 2014
Trescientos uno: Abre
Como cocinera amateur que abre el horno y no deja levar la torta, yo abrí sistemáticamente (a veces dos o tres veces al día por si acaso) para ver el fenómeno conmovedor, no sin temor a interrumpir el proceso pero con las ansias inevitables que evoca traer al mundo semejantes plantas.
Trescientos uno: Abre
domingo, 19 de octubre de 2014
Trescientos: Espontánea
Vuelvo de ver una obra. Me gustaría ser más afectuosa con los desconocidos porque es una fuerza que me viene y yo reprimo y alguien te abraza y ahí entonces, es cierto, es tan simple como eso, es el cuerpo.
Me gusta el teatro porque los actores prestan su cuerpo a un desfile de emociones prestadas. Lo brindan con una sencillez que me quita el aliento. Están dispuestos a todo. Y yo no pido tanto siquiera, pido a secas poder decir cómo estás verdaderamente y escuchar la respuesta y no volarme tres segundos después. Pido al universo que mi corazón y mi cuerpo sean algo que se da sin mayores problemas, sin pedir nada a cambio, sin prolegómenos, prestar el cuerpo a mí misma.
Trescientos: Espontánea
sábado, 18 de octubre de 2014
Doscientos noventa y nueve: Toma la ruta
Se relajó completamente al ver que apagaba el motor y me habló como se habla de conductor a conductor y se me infló el pecho como una paloma.
Luego bajé y le pregunté qué es lo que me había dicho: yo pensé que me iba a felicitar. Y cuando oí bien, en realidad me decía que estaba dejando las luces prendidas
Me ruboricé y encogí el pecho, mientras dejaba atrás mi cartel de principiante.
Doscientos noventa y nueve: Toma la ruta
viernes, 9 de mayo de 2014
Doscientos noventa y ocho: La resonancia
Cuando el doc. recetó hacer resonancia magnética comencé a hacer los relevamientos pertinentes a cualquier práctica inicial: cómo es, cuánto dura, duele?
Y el relevamiento me arrojó este resultado: si estás ansioso, ni lo intentes. Pero yo no estaba ansiosa aunque soy ansiosa, estaba únicamente ansiosa en atravesar la experiencia del tubo blanco ruidoso. De cualquier modo, I. me dio el buen gusto de acompañarme en la hazaña. Iba preparada para la desnudez, pero me dijeron: dejate todo, sacate el metal. Y me explicaron cada pequeño paso y me senté en la camilla, me pasaron los auriculares, una goma para apretar si tenía miedo y me metieron al tubo. Y una vez allí, pensé casi toda mi vida. Porque veinte minutos es un montón para un ser vivo en un féretro. Replanteé prácticamente toda mi vida. De a intervalos, tomaba grandes bocanadas de aire, cuando venía el silencio y emergía la música de Enya en los oídos. Tuve ganas de apretar la goma varias veces y decir que los auriculares no sonaban bien, pero después pensé que todo eso me haría permanecer más tiempo en la quietud y pensé en el infinito blanco y en el infinito tiempo y en la infinitud de la vida en esos veinte minutos, pensé: cuando todo esto acabe voy a poder volver a bailar y mi mente bailó.
Doscientos noventa y ocho: La resonancia
domingo, 27 de abril de 2014
Doscientos noventa y siete: Hola Ma
Es raro.
Hoy probé una de las berenjenas en escabeche que me enseñaste a hacer. Me quedaron blanditas. La verdad es que estaba chateando y me las olvidé en el fuego así que creo que resto puntos, pero de sabor están buenas. Me gusta tener berenjenas en escabeche en la heladera como tener una moneda de cincuenta en la billetera cuando el kiosquero me la pide. Me hace sentir bien. Creo que me siento más adulta por tener esas consideraciones y ser más anfitriona aunque estén blanditas.
A veces creo que es muy fácil acceder a ese mundo, con el carnet de conducir y el frasco de berenjenas bajo el brazo. No necesito hacer aportes.
Doscientos noventa y siete: Hola Ma
sábado, 26 de abril de 2014
Doscientos noventa y seis: Un pase
En un momento, alguien me hace sombra. Me hago la visera con la mano, lo miro, es un tipo en bicicleta, me dice: cuánto está el pase. ¿El qué? El pase, me dice. No te entiendo, le digo. No estás trabajando, me pregunta. Le digo no, no trabajo en la calle.
Se va.
Vuelve a los minutos. ¿Y vos no sabés dónde las puedo encontrar? No, a esta hora no, le digo.
Se va.
Vuelve. Me dice: ¿Y vos no querés trabajar? Le digo: no, yo estoy esperando mi bici. Me mira. Me levanto, cruzo, lo dejo atrás, ahí se queda, pedaleo en la Gloria hasta casa.
Doscientos noventa y seis: Un pase
viernes, 25 de abril de 2014
Doscientos noventa y cinco: Las vecinas desquiciadas
Yo ordeno mi Kosovo, poco a poco, no tengo mejor plan, no soy tan in. Vivo una vida despiadada cuando tengo el brazo averiado y no puedo hacer otra cosa que escuchar más a mis vecinas. Imagino que son pavos reales con sus colas enormes llenas de plumas moviéndolas a un lado y al otro, pero no las odio, no. No, las quiero ahí del otro lado de las puertas, agitándose tan viernes por la noche en la previa y sé que seguirán muchas horas más con sus veintipico estudiantiles.
La música que escucho es el retardo de las ondas que me llegan, la sonorización espontánea que se mezcla con mi cabeza que parla despacito entre un miau y miau de la Jenny. No hay otra cosa que hacer cuando no se puede tocar que escuchar a las vecinas desvestir su viernes.
Doscientos noventa y cinco: Las vecinas desquiciadas
lunes, 3 de febrero de 2014
Doscientos noventa y cuatro: Incondicional
Doscientos noventa y cuatro: Incondicional
domingo, 12 de enero de 2014
Doscientos noventa y tres: Enero en La Plata
Te despertás ocho y media de la mañana y te obligás a dormir, porque es ridículo levantarse a esa hora y la última vez que te hiciste la copada saliste a andar en bici a las ocho y te chorearon tu nokia mil cien. Te obligás a dormir un tramo más. Nueve cuarenticinco es un poco más digno para alguien inactivo de veintiocho años. La gran actividad del día es: ir al supermercados, al más caro, más grande y más próximo. Vas caminando lento, te sumergís en la horda de familias que compran compulsivamente porque no pueden decirle no a sus hijos. Comprás, vos también, cosas innecesarias y cada elección te toma un rato largo como para que la visita justifique el traslado. Te volvés caminando como si fueras Libra con las dos bolsotas.
Te escribe I. El domingo se vuelve menos precario en compañía, leyendo como nerds en el bosque, dos termos de mate, clima de la costa -brisa fría del sur-.
El domingo se vuelve aún más activo con la creación de un huevo de crochet que te toma dos horas y media y es completamente inútil. Quedás a milímetros del nirvana y te da sueño, pero tendés la ropa y te sentás en el balcón a contemplar el hermoso huevo verde intenso tejido, reliquia del mundo analógico que pocos tienen el placer de disfrutar.
Doscientos noventa y tres: Enero en La Plata