Fuimos a la noche, especulando que no habría niños, ni adultos en exceso.
Había parejas mayormente.
Yo era impar.
A la espera, tosía -lejos de la gente para no asustar- y lloraba de un ojo.
De repente, alguien golpeó la puerta muy fuerte, la puerta de afuera, desesperado. Gritó: abran. Y abrieron. Y el hombre entró con un bebé en brazos corriendo por el pasillo. Y detrás corrió la madre del niño.
Y detrás, me lloraron los ojos al unísono.

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