Como la tos persistió y mi paciencia no, fuimos con mi cuerpo a la guardia a que nos dieran una pichicata para poder dormir mejor y que mamá se tranquilizara.
Fuimos a la noche, especulando que no habría niños, ni adultos en exceso.
Había parejas mayormente.
Yo era impar.
A la espera, tosía -lejos de la gente para no asustar- y lloraba de un ojo.
De repente, alguien golpeó la puerta muy fuerte, la puerta de afuera, desesperado. Gritó: abran. Y abrieron. Y el hombre entró con un bebé en brazos corriendo por el pasillo. Y detrás corrió la madre del niño.
Y detrás, me lloraron los ojos al unísono.
jueves, 29 de septiembre de 2011
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