lunes, 29 de junio de 2015

Trescientos treinta y nueve: La señora del perro

Finalmente voy por el alimento de la gata, después de un findesemana lleno de lamentos por el ayuno obligado. Día raro climática y anímicamente. Raro bien. Entro a la veterinaria. Hay una perra negra, simpaticona, se menea. Le hago gestos para que se acerque. Me histeriquea. La señora le dice: decile hola a la chica que te saludó. El pibe que atiende se ríe. La perra se acerca, se deja. Luego, la señora agrega: siempre me hace lo mismo, me hace comprarle golosinas cuando estamos acá y después en casa no se las come, así no, negra. El pibe le regala una golosina. La negra rechaza. La señora se enoja. La negra acepta, mordisquea la golosina. Ellas se van, contentas se ven, les salió gratis.
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domingo, 28 de junio de 2015

Trescientos treinta y ocho: Dormir es un comienzo

La gata lame el plato con crema de leche y brócoli. Mi cuerpo cree que es sábado. Los vecinos de arriba discuten. Escucho sus gritos. Me gustaría distinguir las palabras así sigo la novela. Son los de arriba. Golpean cosas. Yo vengo de tomar cerveza artesanal para reivindicar la magia del domingo lluvioso. La gata termina de lamer el plato, los vecinos dejan de discutir. La birra sigue ahí, la fiesta no. Hay que dormir para ir a trabajar, hay que trabajar para comer, hay que seguir escribiendo para que tenga sentido, hay que seguir viviendo para todo. Dormir es un comienzo.
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Trescientos treinta y siete: No es lo que parece

Desde temprano, generé fascinación por las agujas.
La buena noticia hoy es que la farmacia de enfrente ya tiene la droga.
La droga debe guardarse en la heladera hasta su aplicación.
Cohabitante M. es R1. Está canchera con la jeringa.
Le digo: ponemelá.
Me dice: comonó.
Tengo algo de miedo. Ella prepara todo, me dice: respirá hondo. Estoy tirada en el sillón exhibiendo la parte. Cuando va a clavarla, suena el timbre. Me dice: otra vez, respirá hondo. Respiro, entra, siento el líquido, creo que se me anestesia la zona. Sale la aguja.
Eso es todo.
No sé cómo terminar la crónica. Es el pinchazo más agradable de mi vida y no es heroína.
Me doy cuenta que no es momento de acabar. Duermo. Sueño pelotudeces.
Son las doce del mediodía. Me duele la nalga.
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jueves, 25 de junio de 2015

Trescientos treinta y seis: A los 30

A los 30, me encontré descubriendo que el sentido siempre errático puede durar un poco más si lo enlazo a la escritura, al menos por un rato, por si acaso, mientra escribo. Al menos eso. Me encontré con gotas para los ojos, aspiradores para la nariz, pastillas para la sangre y mis grandes y mañosos malos hábitos.
A veces me escucho decir 30, como hoy a la secretaria del doctor, me escucho y digo: mierda. Me siento tan pequeña a la vez como si mirara apenas por encima del mostrador. El doctor me dice que va a decirle a mis padres que estoy flaca. Me da risa, él se pregunta porqué. Me mete un tubo por la nariz que me llega hasta la garganta y después me muestra lo lindas que son las cuerdas vocales.
Me miro en el espejo, me miro las canas y Jujuy, mirame dónde estoy ahora. Soy el despiste perseguido.
Pienso si todos se sentirán así cuando dicen su edad frente a un mostrador. Me importan los otros. No sé cuánto tiempo más, quizá sea para siempre o para nunca. Tengo 30. Es abismal y etéreo. Quiero arrojarme sobre las palabras porque los números son también palabras.
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