Haciendo el ritual de los palitos de bambú, perdiendo el equilibrio de la pieza de vez en vez, al niño el sabor del pescado le hizo recordar que aquella vez, cuando estuvo de pesca horas y más horas y sólo pescó un pequeño pez, se lo comió recién salido del agua, entero como venía y masticó su vida, como si no valiera nada. Pero todo el día tuvo el sabor de su muerte, y le sigue hasta hoy, despierta tras el sushi. Llevará esa muerte siempre a cuestas.

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