sábado, 2 de julio de 2011

Ciento ocho: Las inauguraciones

Me gustan las inauguraciones de todo. Fundamentalmente, aquellas donde nos ofrecen secuencias de tragos y bocados en forma gratuita. Mal que me pese, esto sucede cada vez menos.
En la inauguración que presencié ayer, más que los cuadros que se exponían, amé el encantador silencio que se hizo en torno al trío de músicos cuando ella empezó a cantar, mientras yo masticaba también silenciosamente un sanguche de alto contenido graso y sabor, mientras se me enredaba en la dentadura un hilo de su embutido de forma casi casi irreversible.
Me gustan las inauguraciones porque la solemnidad y el frío son combatidas con serenidad y aceptación sonriente. Esto sucede cada vez menos. Más aún sucede que se llenan de hipocresía y recelo. Pero ayer no sé si el vino, el licor de damascos o los sanguchitos, no me hicieron prestarle demasiada atención a las lentas explicaciones que un sujeto daba sobre la obra, mientras trataba inútilmente de ponerle palabras a la emoción devenida en inspiración devenida en técnica devenida en absurdo.
Me gustan las inauguraciones por la gente que va por los sanguchitos.


Share/Bookmark

0 comentarios:

Publicar un comentario