martes, 30 de agosto de 2011

Ciento sesenta y seis: A una mano

La anestesia musical no ha podido contra el dolor del cuerpo. Renegué de los músculos con la ambición de que el dolor se fuera, pero el dolor sigue allí, clavado como una estaca en la pared espalda. Ha ido bajando y subiendo todo el tiempo, se ha instalado irreversible hasta ser todo lo que pienso. El dolor carcome el pensamiento. Estamos solos, mi cuerpo y yo. Es una de las pocas veces que miro mi cuerpo a los ojos y le digo desafiante:
/ Siempre supe que estabas ahí, pero quizás ha llegado la hora de escucharte
Y sus formas de llamar la atención son éstas. "Ahora no te dejo", me dice. Y realmente no me está dejando. Escribir a una mano, tocar a una mano, andar en bicicleta a una mano, agarrarse del pasamanos, como nunca, a una sola mano, ya no como quien se balancea divertida.
Me dejan el asiento. Me siento incapaz de cosas. Lo dejo colgando como si no existiera, pero al momento ya estoy de nuevo usándolo, y él gritando, y yo llorando en el asiento mi lado izquierdo siempre imperfecto.
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