jueves, 29 de septiembre de 2011

Ciento noventa y siete: La mirada de un pez

Si hay algo que me inhibe el hambre, algo muy poderoso, es ver los ojos opacos del ser al que voy a clavarle el tenedor. Así que le pido por favor al próximo pez que ose subirse a mi plato que se quite los ojos antes de hacerlo y, preferentemente también, los pequeños dientes cónicos, y cualquier otro gesto que me llegue al corazón y me quite la impunidad con la que he comido tan dulcemente todos estos años.
Muchas gracias cardumen
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Ciento noventa y seis: Camisa de jean a cuadros

Taxistas: los mejores rankeados para el tsunami del año.

Tres animales de cabeza bamboleante, dos delfines pegados en el vidrio y un perro de peluche.

El tipo dice:
- soy humorista

El problema de creerle y de asumir eso como una verdad supuso que yo esperara que el sujeto me hiciera reír en algún momento del viaje.
Nada de lo que él hizo o dijo me dio gracia, y eso que estaba yo bien predispuesta, y eso que él lo intentó con un chiste de su repertorio.
Cuando intenté ser amable, me forcé a reír.
Nunca he sentido sonido más artificial.
Aquí me bajo.
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Ciento noventa y cinco: Reposo

Prácticamente el día no existió para mí. Excepto por la visita a la verdulería. Aprovisionamiento para la guerra viral.

He sido un cuerpo arrojado a una cama de sábanas sin ajustables. Razón por la cual, he dormido mal, entre otras cosas, porque me pone de muy mal humor que las sábanas no tengan elásticos. Creo que no he soñado nada porque la tos se ha encargado de hacerme pésima la existencia ese día. Pero de haberlo hecho habría soñado con una cama mejor.
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Ciento noventa y cuatro: La guardia médica

Como la tos persistió y mi paciencia no, fuimos con mi cuerpo a la guardia a que nos dieran una pichicata para poder dormir mejor y que mamá se tranquilizara.
Fuimos a la noche, especulando que no habría niños, ni adultos en exceso.

Había parejas mayormente.
Yo era impar.

A la espera, tosía -lejos de la gente para no asustar- y lloraba de un ojo.
De repente, alguien golpeó la puerta muy fuerte, la puerta de afuera, desesperado. Gritó: abran. Y abrieron. Y el hombre entró con un bebé en brazos corriendo por el pasillo. Y detrás corrió la madre del niño.
Y detrás, me lloraron los ojos al unísono.
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Ciento noventa y tres: La resolana

Ese domingo desperté sin resaca. Desayune tan tranquilamente al mediodía con el sol a los pies, como dios no manda por lo general.
Me rodeé de libros. Pretendí hacer algo interesante con ellos.
Estuve así todo el día, el sol bajaba por sus lomos. Iba y venía al piano. Iba y venía al piso.
Quise dormí la siesta y recordé que ya había dormido demasiado y que más me haría doler el cráneo. A mi cuerpo no le gustan los excesos de sueño.

Nos quedamos todo el día mirando crecer el verde por fuera.
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Ciento noventa y dos: Llegó la primavera

Me puse zen. Dejé el pucho y cogí la tos. Limpié la casa y patiné por el piso en patas.
Hice la cama luego de varias semanas. Me escuché la respiración.
Vino ella y trajo flores. Yo también, increíblemente, tenía.
Las probamos. Las mezclamos.
Nos reímos.
Creo que nos acordamos de magneto y analizamos un tema de madonna que decía:
el amor es un pájaro
ella necesita volar.

Primaveral!
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lunes, 26 de septiembre de 2011

Ciento noventa y uno: soy una monja

Viernes a la noche. Sigue la tos. Sigue la abstinencia. Compro muchos chocolates. Como una pata de pollo. Como cereales. Como papas fritas frías de una cadena de fast food. Todo eso en menos de media hora. Me convenzo de que estoy bien. Toso voluntariamente, como diciéndome "¿ves?, todo es culpa del pucho". Fundamentalista a las tres de la mañana.
Intento escribir. No puedo. Necesito un pucho. Pienso que no podré escribir nunca más. El drama siempre es fácil. Entonces no escribo. No salgo tampoco. La noche en el boliche sería pucho. No salgo, no bebo, no escribo, no rockeo.
Soy una monja. Miro una yanqui.
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Ciento noventa: Ángel punk

La abstinencia puede asumir formas muy extrañas. En mi caso, una gran oleada de tos ha colaborado ampliamente con mi voluntad -siempre endeble-.
La tos me ha puesto en la cama como un caracol que se retuerce cada tanto, que se sacude, que busca otra baba con la que fregarse. Así pues, ella ha venido y ha cumplido todos mis deseos como un hada madrina: jarabe y medialunas.
Y se ha quedado toda la tarde, a los pies de la cama, como un ángel, sí, como un ángel punk que iba y venía a fumarse uno que otro pucho.
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Ciento noventa: La vida desde la cama

La abstinencia puede asumir formas muy extrañas. En mi caso, una gran oleada de tos ha colaborado ampliamente con mi voluntad -siempre endeble-.
La tos me ha puesto en la cama como un caracol que se retuerce cada tanto, que se sacude, que busca otra baba con la que fregarse. Así pues, ella ha venido y ha cumplido todos mis deseos como un hada madrina: jarabe y medialunas.
Y se ha quedado toda la tarde, a los pies de la cama, como un ángel, sí, como un ángel punk que iba y venía a fumarse uno que otro pucho.
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Ciento ochenta y nueve: La decisión

Esa mañana yo llegué al trabajo con una tos muy muy fea. El cerebrito dijo: "tabaco", creo. Y yo supe que sí, ¿qué otra cosa podía ser?
¿Podía ser enterarme que tengo una fecha límite para acceder a un futuro imaginado?
¿Podía ser darme cuenta de que me gusta mucho alguien?

O el tabaco.
Y el dijo: yo dejé de fumar cuando escuché toser a un tipo que tenía cáncer de pulmón.
Y al rato,yo fumé. Pero el relato me caló.
Y esa noche, sin más, lo decidí por fin.
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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Ciento ochenta y ocho: Ataque de risa

No recuerdo bien cuándo fue la última vez que compartí la cama con dos personas. Lo que sí recuerdo es que esa vez dormí en el medio.
Estando ahora en una de las puntas, la luz apagada, el silencio total, mi panza no paró de llamar la atención. La ninia de la otra punta, había caído en suenios, pero la del medio empezó a reírse incontenible. Mismo yo, empecé a reírme incontenible también. Y así estuvimos, meta risa y espera hasta que mi panza de nuevo gruñía algo y otra vez se disparaba la carcajada con sordina. No fuera cosa de qué la desveláramos también a ella.
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Ciento ochenta y siete: El gesto

Lo escuché decir que estaba triste porque su clase de trompeta había sido puro fallido.
Parece que estudiar nos pone ansiosos, y torpes. Le dije que a mí otras veces me sucedió lo mismo. Y entonces él se regocijó.

Siempre caminamos una sola cuadra juntos y luego él ya toma su ruta. Allí le dije:
- No importa fallar, lo que importa es no perder el gesto
Y él repitió:
- El gesto
Y sonrió.
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lunes, 19 de septiembre de 2011

Ciento ochenta y seis: Como dos quinceañeras

Anoche me quedé a dormir en lo de una amiga. Dormimos en la misma habitación. Nuestros colchones eran nuevos. Las almohadas también. Pero lo más encantador ha sido que, al apagar la luz, nos develamos algunos secretos. Porque en la oscuridad, de cama a cama, la risa -la complicidad- es inevitable.
Y así, hemos caído en sueños.
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Ciento ochenta y cinco: El bailarín

De no ser por ella, creo yo que hubiese buscado la forma de ausentarme nuevamente. Sé bien por qué estaba allí y era eso mismo lo que me incomodaba como una urticaria en el cuerpo.
Todo era oscuridad y la música inquietaba. Cuando vos apareciste, temblé. Pensé en el dolor de tu mano, en el esfuerzo, en el intento de seguir siempre hasta el final. Pero vi tu cuerpo sonreír y era indiscutible.
Mi fascinación por las formas. Y todo el tiempo el deseo de permanecer y de irme porque la urticaria, el temor a que me vieras y que eso quebrara la cuarta pared.
Y entonces ella dijo, al final: quedémonos.
Y todo se resolvió dentro, como si jalara una cuerda que tan simplemente, desata un nudo. Solo verte bailar, me desata.
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sábado, 17 de septiembre de 2011

Ciento ochenta y cuatro: Tres de corazones

Eran cerca de las dos de la mañana. Él tocó el timbre y ella bajó a abrirle. Yo era no más que una pantalla, para que el intercambio entre ambos fuera menos temeroso. Ella cada tanto me miraba, de reojo, para comprobar que yo seguía estando, pero el asunto eran ellos.
Él relato su vida y en ningún momento se sentó. Ella insistió en que él hiciera un truco de magia y él eligió hacerlo con un tres de corazones. Y no fue extraño entonces que él eligiera justamente un tres de corazones porque estábamos a la mesa tres corazones. Y en cuanto yo elegí el camino de la distracción, ellos hablaron naturalmente y se fueron, como quienes se van en una noche mojada quién sabe adónde.
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Ciento ochenta y tres: La feminidad

Una,dos o tres veces al año, me enamoro de un vestido, me lo compro y me lo pongo toda una semana en mi casa -cual preparatoria- para finalmente salir al mundo disfrazada de lo que han decidido llamar, arbitrariamente, "mujer". Pues entonces yo me pongo vestido, botas y medias de red, y me siento -al menos- un payaso. Pero como a mi me gustan los payasos, así como me gusta también disfrazarme, no me importa parecer otra distinta a mí. Lo que sí me importa, y no deja de sorprenderme, es la recepción que los otros hacen del vestuario en mí. Porque parece que de repente todo el vestido le robara el protagonismo a mi personalidad tan viril, y yo me volviera "linda" repentinamente,so producto de mostrar las piernas envueltas en medias de red, piernas que a mí me cuestan moretones cotidianos casi sin excepción.
El hecho de que un vestido me ponga "linda" es una cosa bien absurda si se la mira sin mirar el contexto, donde vestido sumado a "mujer" es igual a linda, y entonces comprendo que sólo una, dos o tres veces al año, seré llamada "linda" por el resto de los mortales.
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Ciento ochenta y dos: De vez en cuando sucede

De vez en cuando sucede que el oído se me desafina hasta lo irrisorio de creer que la distancia entre vos y yo es de un semitono o un tono quizás, siendo que -en eso que llaman tautológicamente "la real realidad"- es de una cuarta justa. Un vínculo de cuarta, digamos. Cuando esa clase de cosas suceden, y por suerte me suceden como un golpe de lucidez interno- pierdo con velocidad de ferrari la fe en mí misma,leáse: mi intuición musical,vincular.
De vez en cuando sucede que estando yo tan segura de lo que he sentido recibo como un sopapo una cuota de decepción de mí misma que me hace volver despacito a la humildad.
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miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ciento ochenta y uno: Encamarse con una francesa

Tuve a la Beauvoir en mi cama una vez o cientos. Ahora tengo a la Despentes, y entonces veo la diferencia, comprendo ágilmente el recorrido. No me importa hacerme la rata entonces, y quedarme toda la tarde acostada, faltando a mis compromisos, por ella. Ella devenida libro, poesía política. Y no me pregunto por el mundo mientras leo. Y es que no leo de esta forma hace tiempo. Me apasiono, es la triada: cama, francesa y yo.
Me brotan mil pájaros de la cabeza. Quiero quedarme así, laxa, hasta el final de las páginas (y de las pajas). Hay un babeo interno y la punta de un ovillo.
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Ciento ochenta: Encuentro en el rabanito

Pueden ser más de las diez de la noche y que tu madre se haya ido luego de un fin de semana de abundante variedad gastronómica. Puede ser que sólo pueda ingerir verduras a esta altura del campeonato intestinal. Puede ser que sólo esté abierto el almacén de la vuelta, el rabanito, antro machista, sucio y caro, pero también salvador de cenas y aniquilador de sobriedades. Puede ser que alguien de atrás me diga: Bergé, bien pronunciado. Entonces, estoy segura de que es alguien que me conoce bien porque sabe que proferir bien mi apellido es ya ganarse una sonrisa fácilmente.
Con las pocas verduras a cuestas, me subo a su auto, damos la vuelta a la manzana, le devuelvo sus discos (prestados en el año 2004) y en la vereda, como dos viejas, nos contamos la vida en quince minutos. Ha sido como ayer, pero ahora tenemos más panza y todo nos parece menos ingenuo pero más genuino, pero más genuino.
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domingo, 11 de septiembre de 2011

Ciento setenta y nueve: Tarot

No es que tuviera dudas, sólo estaba curiosa.
Ella me pidió que barajara las cartas. Luego corté con las piernas descruzadas.
Pregunté y elegí dos cartas.
Entonces allí estaban: el ahorcado y el emperador.
Mi muñeca ahorcada y mi deseo que no ha parado de crecer.
Llegará el sueño tras el sacrificio. Costará. Pero un día el deseo concretado será mi imperio. La única potestad que añoro es la potestad sobre los miedos.
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Ciento setenta y ocho: Competencia de egos

Es brutal ver el desencadenamiento nocturno de una competencia de egos. Si estoy de humor, puede ponerme jocosa. Ayer no era ese el estado, sino otro, más de reserva silenciosa, de observadora que escruta con mirada nada condescendiente. Lo que sí es entretenido -aunque no sea ciertamente divertido- es ver como unos egos empujan a los otros por entrar en escena con atolondramiento. Cuerpos que estallan, voces que van subiendo sus niveles de volumen y ya todo es griterío absurdo. No hay dudas de que en ese contexto me brota el snobismo y la intolerancia. Son caníbales los egos desnutridos, la carne rebosa y se pone grotesta.
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sábado, 10 de septiembre de 2011

Ciento setenta y siete: Ligaduras

Entregar pero no clavarse. Rebotar pero salir con el mismo leve movimiento con el que se entra. Tirarse por ala delta es no dudar. Enlazar cada fragmento de un cuerpo recortado. Sentir la potencia en cada dedo como si los dedos tuvieran manitos, como si cada manito cada dedo otra manito que se aferra y salta a otra parte como un continuo infinito virtual. Que la cabeza sea para el cuerpo y que el cuerpo sea para la energía y que la energía salga y se rompa la obtura en cada articulación. Que todo el peso sea para dar.
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Ciento setenta y seis: Encontrada

De pronto luzco como la pieza del puzzle que cabe perfecta. Mi sencillez musical ya no me avergüenza. Estoy encontrada en la habitación de tres, mientras ellos desvisten las guitarras, yo desvisto mi cuerpo de temores. Estamos a la mesa, a los platos vacíos, a los ceniceros llenos, al río de tres fuentes. No me siento ya tan pequeña. Puedo estar a la altura de las circunstancias, aunque ande sinuosa, y a veces me entregue y a veces no. Todavía no del todo. Pero entonces falta tan poco para que esto sea una sola y
única corriente, un canal.
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Ciento setenta y cinco: Señora de las cajas de la cartón

Una señora amarga.
En busca de cajas de cartón de tamaño insólito.
Una señora amarga
aturdida por el tiempo
encapsulada en su rutina
de pliegos, de cortes,
responde con desmedida desidia
que lo insólito
no es imposible
pero casi, apenas,
es espeso y arrugado y denso.
Las urnas son para los muertos.
También las de cartón.
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Ciento setenta y cuatro: A vuelo torcido

A los veintiséis años, un día de septiembre, por la tarde, descubro remotamente que mi cuerpo se ha desenvuelto de un modo extrañísimo producto de todas mis represiones. Descubro que mi pelo y quizás mi espalda y también mis ojos, se han llevado toda mi atención. Pero mis manos, mis codos, mis hombros -sobre todo los de la izquierda- no han existido del todo en mi cabeza como cosas reales que debía contemplar. Descubro que el cuerpo como totalidad es recién ahora un pensamiento recurrente, un deseo malganado a costa del dolor, una tentativa de reparación tardía.
Estando frente al piano, planear con dos alas desparejas, me brota el miedo. Estoy a vuelo torcido, voy lenta como arrastrándome y raspándome, como sangrándome o desangrándome, pero vuelo sola y esta soledad es el inicio de la comunión.
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martes, 6 de septiembre de 2011

Ciento setenta y tres: Dios sol

Siempre preferí el sol por la calle, por la mañana, por la plaza al pasar. Preferí la música de la primavera, lo absurdo de llevar aún una bufanda sólo por si acaso, el frenesí en la cara.
Y el sol en la espalda como una palmada para el día. No sería tan fácil remover el lunes desde la cama si en la ventana el frío.
Pero el sol, entonces dios es el sol. Yo apenas el aire. Yo apenas partículas flotando.
Y a la noche, tras cerrar los ojos, la última luz en los párpados es la imagen de dios, el rayo, el color que rodea las pupilas.
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Ciento setenta y dos: Domingo subibaja

Iba de la cama al living, de la mañana a la tarde.
La tarde, los chipás horneados y a la bolsa, a paso lento pero musical, iba cabizbaja con el registro del sábado en los ojos. Adentro el calor. Afuera no llovía.
Arriba la gente, abajo la gente. En el medio, una amiga, un abrazo, levántate y anda.
De a poco el cielo de los ojos se iba componiendo y el cuerpo se perdía en la marea de cuerpos.
Y al final del día, un filet de merluza en la esquina. Una mirada de soslayo al piano del bar. Otra mirada de soslayo a los borrachos del bar. Yo y el filet,cuál más pescado.
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domingo, 4 de septiembre de 2011

Ciento setenta y uno: Empalanganarse las ganas

No hay otra cosa que yo quiera más ahora que un cuerpo despierto, abierto, etéreo.
Y en cambio tengo, un cuerpo pesado, bloqueado, dolido.
Y entonces soy una medusa, desparramada en la cama, llorando la sal del mar, deseando que se pase pronto, gritando por dentro como un lobo, y no hay caso.
No insistas. Hay que parar.
Pero harta.
Obstruida.
Destruida.
Toda la energía en el cuerpo
como un volcán tapado.
Si yo pudiera abrir mis dedos para que la energía corra como el agua
pero en cambio
hay algo que persiste,
es el dolor
del estanque,
la resistencia profunda desde el plexo,
pero desear más
no abre compuertas.
Habrá que desear mejor.
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Ciento setenta: Dos

Sé que somos lo mismo. La música nos despega. Ciertamente. Yo estaba tan liviana, estando tan cansada. Cantar era abolir el tiempo.
Y siendo dos, éramos lo mismo, el mismo río transparente.
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Ciento sesenta y nueve: Ecos

Estábamos como alfileres perdidos, diminutas. Yo ese día tenía miedo. Y repetía sin cesar: no tengo miedo, no tengo miedo, hasta dar con un hombre más alto o más petiso, para pedirle que escuche esa poesía, que sienta el aire en su oreja.
Y cada tanto me desalentaba, si es que no estaba desalentada ya, y cada tanto había un sí.
Solo quise quedarme con el despegue que promovió un niño, un poco más bajo que yo, con sus enormes auriculares, me creó atmósfera y él era un cuadro perfecto, su infantil sonrisa, esos cuatro minutos de música y sus ojos atravesando el descampado de los míos.
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sábado, 3 de septiembre de 2011

Ciento sesenta y ocho: Férula Kahlo

Cuando desperté esa mañana, el brazo izquierdo seguía haciéndome ruido en el cuerpo.
Fui a ver al médico. Describí los síntomas. Él dudó decirme, yo temblé antes de que hablara. Y cuando finalmente dijo: túnel carpiano, yo sentí, a la vez, el encanto de esas palabras y la incomprensión. Y cuando el dijo: Férula, yo recordé que una vez nombré a un peluche así y eso ya era una premonición.
Y cuando la férula rodeó mi carne, y el que la sujetaba tiró con fuerza, yo sentí una lágrima caer por dentro, era una nota aguda y precisa, como un grito de lamento que queda haciendo eco.
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Ciento sesenta y siete: Viene del puerto, de la isla

Me llamó la semana anterior para avisarme que venía, pero me hizo prometer que no le diría a nadie. Es difícil guardar un secreto, cuya revelación podría hacer feliz a tanta gente. Pero igualmente me lo guardé.
El vuelo se suspendió. Ella vino al día siguiente en otro. Y mis ansias, con el brazo a cuestas, lamentable, mi hicieron ir a verla.
Cuando la vi, nada me sorprendió. Era como ayer mismo. Pero ella estaba en su vida en la isla, más que nunca. Y también estaba acá, pero en su isla preciosa, era la misma de siempre pero más linda.
Paseamos. Estábamos de compras. Todo era natural como ayer y su pelo ahora tenía el aire del mar.
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