domingo, 4 de septiembre de 2011

Ciento sesenta y nueve: Ecos

Estábamos como alfileres perdidos, diminutas. Yo ese día tenía miedo. Y repetía sin cesar: no tengo miedo, no tengo miedo, hasta dar con un hombre más alto o más petiso, para pedirle que escuche esa poesía, que sienta el aire en su oreja.
Y cada tanto me desalentaba, si es que no estaba desalentada ya, y cada tanto había un sí.
Solo quise quedarme con el despegue que promovió un niño, un poco más bajo que yo, con sus enormes auriculares, me creó atmósfera y él era un cuadro perfecto, su infantil sonrisa, esos cuatro minutos de música y sus ojos atravesando el descampado de los míos.
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