Y cada tanto me desalentaba, si es que no estaba desalentada ya, y cada tanto había un sí.
Solo quise quedarme con el despegue que promovió un niño, un poco más bajo que yo, con sus enormes auriculares, me creó atmósfera y él era un cuadro perfecto, su infantil sonrisa, esos cuatro minutos de música y sus ojos atravesando el descampado de los míos.

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