lunes, 15 de agosto de 2011

Ciento cincuenta y uno: Domingo electoral

Prorrogué lo más que pude. Cuando fui eran las cuatro, cuando volví eran las seis. La tarde estaba soleada como poco solea hace mucho. Libro, Música, DNI y resaca a cuestas. Mis ojos buscan la fila y me enfilo. No parece ser una fila infinita (pero secretamente lo es). Tengo a Susan en el bolso y un piano en los oídos. Leo como hace semanas que no leo. Estoy obligada -felizmente- a leer de corrido, y a avanzar cuando el rebaño avanza. Leo y marco, cada frase que leo contradice las frases que oigo en un intervalo sin auriculares.
Cuando estoy a punto de llegar al cuarto oscuro, desmonto el dispositivo evasivo y hablo con el tipo de atrás. Bah, él me habla, me dice: Te envidié todo este tiempo. Sé que no lo dice por la Susan, ciertamente no la ha visto. Lo dice por el dispositivo (libro y mp3). Entrecorta las palabras. Está feliz igual. No dice porqué pero yo en su cara estimo una felicidad tan simple que contradice todo lo leído.
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