lunes, 24 de octubre de 2011

Doscientos siete: No sé si era el perfume

Es la primera vez que voy a ver una obra de teatro que huele.
Difícil saber si olía a propósito. Lo cierto es que olía y que su olor me agradaba.
Olía a perfume o a desodorante y olía también a sudor. El tono de su cuerpo era alto.
El sujeto era versátil. El objeto era una silla. Un armario. Tres pollitos a cuerda.

Yo, que he visto tan poco teatro en mi vida. Yo, que sé tan poco de dramaturgias y de liturgias.

Yo escuché esa obra como si ofrendara todo mi cuerpo. La nariz, los ojos, la boca al respirar, las manos que sudaban el sudor de las manos del actor.

Y encarnar un poco como encarna ese cuerpo actoral cada vez que los actos se realizan, una y otra vez, encarna la desgracia y yo encarno no digo la tristeza, yo encarno el temor y la osadía, al mismo tiempo y acabo. Y cuesta despertar del sueño. Pero al despertar, me regocijo del sueño y sobre todo de la vigilia y bocanada por fin, respiro.
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