sábado, 30 de abril de 2011

Cuarenta y cinco: El pogo es mi hogar

Dos efectos corporales del pogo cantado: afonía y dolor en las pantorrillas. Alguien me dijo alguna vez que el dolor en las pantorrillas es producto de no saber hacer pogo. Pero viendo que este no fue mi primero (ni será el último) dudo que sea un problema de técnica. Más bien creo que es un problema de exceso (exceso de pogo).

La edad promedio del pogo está, por lo general, debajo de mi edad. En este caso, yo estaba pogueando al lado de un alumno mío que trataba de disimular haberme visto. Pero en uno u otro tema, en un apretujón del tórax, un nudillo en la cara, una aplastada de dedos, cruzábamos los cuerpos.
En el pogo, tengo la emoción concentrada de una adolescente tardía, hiperfeliz. Hago con el puñito el gesto golpeador en el aire, empujo, empujo a los cuerpos muertos. En el intervalo entre tema y tema, voy hacia las fuentes de birra (cual niña que va a buscar cocacola en un cumpleaños). Tomo de a sorbos ansiosos y salgo disparada de nuevo, al mar del zarandeo.
Hay gente que cree que estoy grande para hacer pogo. Pero yo al pogo lo conocí de grande.


(Te amo wallas)
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1 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé cómo llegue acá, pero me causó gran simpatía y empatía esto que decís del pogo. www.manuelrianxo.blogspot.com (en este blog se llegan a conclusiones parecidas con respecto al baile pogueril)

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