Volver, después de seis días de vacaciones mentales, es una cachetada. Se podría prever, pero no se puede evitar el contraste. El contraste es de un tenor desagradable.
El primer día, después de un viaje, es de una náusea insoportable. Es el resabio del tiempo vacacional y la violencia del tiempo laboral, empujándose mutuamente. El tiempo laxo resistiéndose a la invasión de lo otro, las sacudidas de los jefes, la seguidilla de obligaciones asfixiantes.
La psicóloga lo sabe. Por eso me ha citado, para lubricarme el cerebro ante una inminente penetración de actividades.

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