martes, 26 de abril de 2011

Cuarenta y uno: Paisana tarada

No me da gracia la gente reaccionaria. Quizás, debería. Como un entrenamiento psicológico para sufrir menos, para reducir las ganas de matar.
El prototipo de taxista, pero no el porteño, esta vez el sanjuanino. Unos setenta años. Pelo blanco, cara de pedófilo pajero. Antitodo.
Una gran habilidad para pasar de un tema a otro, siempre sosteniendo un clima de malestar constante. Con el rasgo común de estar enfrentado a absolutamente todo, de encontrarle a todo su quinta pata chota. Así era el "remisero" (acá son en proporción más abundantes, pero no difieren demasiado de los clásicos taxistas).
Esta tendencia adversativa que demostró tener el sujeto en cuestión, está en la línea de lo previsible, o al menos de lo esperable, cuando uno accede a viajar como viaja la clase social acomodada. Leáse así el siguiente razonamiento: si la gente que viaja en autos de transporte "público" es la gente acomodada, entonces es esta gente la que va modelando el cerebro de estos trabajadores de la calle. O, en su defecto, radio diez. No sé sabe qué fue primero, si el huevo o la gallina. La cosa en cuestión es el cerebro.
Y la soberbia. Porque el conductor siempre sabe más que la víctima de su queja. (Leáse el pasajero y todos los personajes que nombrará éste en el trayecto). Es tal la fe en sí mismo que este sujeto insinúa, por ejemplo, que las medidas económicas implementadas por el gobierno, -y aquí dice, la paisanita que tenemos de presidenta, esa tarada...- son completamente erróneas. Evidentemente erróneas. De una obviedad tan madura que roza la ridiculez.
Porque este sujeto que conduce un auto no está lejos de sentirse un fuhrer, un conductor en sentido amplio, un conductor del destino de los argentinos, un conductor lúcido, avispado, estricto. Un orador implacable también. Un presidente.

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