sábado, 23 de abril de 2011

Treinta y ocho: Viernes hereje

Anoche comí cerdo. Comí tentáculos de calamar también. Comí lengua a la vinagreta también. Pero solo el cerdo y la lengua nos hacen herejes un viernes santo.
Mastiqué el cuerpo de cristo y no me dio náuseas su muerte. Cristo es un cerdo. Podría ser una vaca, un cordero también. Pero anoche fue un cerdo al horno con papas. Fue una seguidilla de copas de sangre, de vino, de sangre cristiana, de rubia sangre espumante también. Me embriaga la sangre de cristo, me lubrica el paladar su grasa porcina.
Anoche, los amigos de mi madre invocaron la risa, mi risa, del diablo. Invocaron relatos de negros colombianos, novios temporarios, enviados de la pobreza, enviados de la lujuria, pecadores, pecadores.
Anoche, cenando muertos, se me reveló dios. dios era brutalmente perfecto. perfecto y etéreo, subproducto metafísico de su sangre, su carne, su embriagadora sangre.

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