Le pedí la frase fórmula. Le pedí un cigarrillo suelto. Es lo único que compro en los kioscos a las cero horas hace ya bastantes años. Él no lo sabe, por eso no le da gracia las variadas formas que tengo de pedirlo.
No contenta con limitar el trato a la gestión comercial, exigí sutilmente una risa, una risa producto de algo que yo dije antes y que no alteró su cara. Exigí que se retractara e insistí repitiendo la frase cuánto sale sistemáticamente y con la mejor cara de idiota que me imagino que yo puedo tener. Y el se dio vuelta (estaba de espaldas) y me pidió que me calmara y me dijo cincuenta centavos cincuenta centavos cincuenta centavos, y yo, cortésmente, me reí.
Y entonces él se dio vuelta para darme el vuelto y yo insistí con otra cosa. Y él se acercó y repitió gracias gracias gracias gracias y se rió. Y yo también entonces me reí pero más de en serio.

0 comentarios:
Publicar un comentario