domingo, 17 de abril de 2011

Treinta y tres: El kiosquero

Mis kiosqueros simpáticos han cerrado temprano. Lamentablemente voy a tener que bajarles unos puntos y lamentablemente he tenido que ir al 24 horas. No granjeé amistad con aquél. Bah, con uno sí, pero hoy había otro.
Le pedí la frase fórmula. Le pedí un cigarrillo suelto. Es lo único que compro en los kioscos a las cero horas hace ya bastantes años. Él no lo sabe, por eso no le da gracia las variadas formas que tengo de pedirlo.
No contenta con limitar el trato a la gestión comercial, exigí sutilmente una risa, una risa producto de algo que yo dije antes y que no alteró su cara. Exigí que se retractara e insistí repitiendo la frase cuánto sale sistemáticamente y con la mejor cara de idiota que me imagino que yo puedo tener. Y el se dio vuelta (estaba de espaldas) y me pidió que me calmara y me dijo cincuenta centavos cincuenta centavos cincuenta centavos, y yo, cortésmente, me reí.
Y entonces él se dio vuelta para darme el vuelto y yo insistí con otra cosa. Y él se acercó y repitió gracias gracias gracias gracias y se rió. Y yo también entonces me reí pero más de en serio.

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