Cuando en la feria de libros, cuyas siglas son homónimas al apócope de familia, me alcé con un libro, el vendedor me dijo si yo conocía al poeta. Y le dije no. Y me dijo es el seudónimo de... Y le dije tampoco lo conozco. Y le pregunté si ese nombre era el seudónimo de otro, a su vez. Y me dijo no. Y se río. Se le aflojó el interés también con una risita de aflojar todo. Hasta los dedos del pie.
Pero este poeta de seudónimo, del cual yo ya había tenido información (según supe más tarde), no dejó de parecerme tan confuso después de todo. Volvería a comprar otro libro sin saber de él.

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