sábado, 9 de abril de 2011

Veinticinco: Final del Partido

No entiendo los cánticos de la hinchada, no descifro lo que dicen, pero me subo al aplauso sistemático que brota regularmente antes de cada tanto. Es que hoy, mi pequeña hermana de un metro setenta y largo, me ha desbordado de emoción. Y es algo cursi pero lo cursi puede ser sublime. Aunque hayan perdido la final. Aunque sea el partido más tonto del mundo o sean las olimpíadas, a mí no me importa.
Quiero estar allí cuando termine. Quiero estar allí cuando ella mire con su triunfo o su desencanto. Ella mire y venga a abrazar cualquier cosa. El triunfo o la pérdida. Da igual. Quiero estar allí como hoy. Quiero ponerme todas las camisetas de los clubes en los que ella juegue. Quiero ser su hincha. Su fan.
Quiero reírme cuando ella grite un insulto desbordado a la otra jugadora. Quiero bardear al árbitro cuando le saque amarilla. Quiero alegrarme con ella, quiero abrazarla al final del partido.
Es que a mí no me importa que hayan perdido. Me basta identificar su número en la cancha para ponerme feliz. Que se me suelte la cadena, se destroce mi versión más intelectual, más fría, más tonta, más tonta.

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