domingo, 31 de julio de 2011

Ciento treinta y siete: Puentes

El trazo de la noche, trazó un puente.

Soy sensata si soy comprensible si conecto soy comprensible si soy sensata.

Tengo un domingo tan satisfecho
aunque mire para atrás
y sea estado gaseoso de recuerdos.

Este domingo sí, no me equivoco
se llenó de puentes.
Share/Bookmark

Ciento treinta y seis: Chipá

Tengo tan pocos recuerdos, creo que podría contarlos un día cuando obsesiva me agarre la manía de calcularlo todo. Pero entre esos pocos recuerdos, tengo un átomo.
En ese átomo, tengo la textura de la fécula de mandioca en la mano. Aprieto la bolsa una y otra vez hasta que la arranco.
Camino, evoco, de la textura en la mano al sabor en la boca, el chicloso encanto de masticar chipá. Digo Chipá y es decir Padre.
Tengo a la altura de los ojos de mi recuerdo, sus manos que amasan con queso la escurridiza fécula. Cocino para no olvidar lo poco que me queda de él.
Share/Bookmark

Ciento treinta y cinco: I´m zombie but I´m happy

Como si el cuerpo automático fuera con sus últimas fuerzas al destino de una sala de niños de una obra de cuentos, como si yo fuese un zombie que arrastra pesado su cuerpo, como si el cuerpo no fuese algo tan imprescindible ahora y ya con el residuo de haber dormido tres horas me bastara para acabar en un bar a las 5 de la tarde entre tostados, amigos, cerveza, como si luego aún pudiera seguir hasta una librería y ya, todo causándome una gracia tonta, pero flotando como en un film tan tenue,
y el frío raja la cabeza, hasta la almohada me lleva, para restaurarme pieza a pieza.
Share/Bookmark

viernes, 29 de julio de 2011

Ciento treinta y cuatro: La Comedia

Siempre he querido que el teatro me guste. Sí, por snob. Me sometí a algunas obras, torcí la cabeza para ver si fallaba mi perspectiva, hice análisis profundos sobre el sentido y no. Resultaba que no tenían sentido para mí pese a que terca lo buscara. Decidí que el teatro sería un rubro inabordable, decidí que el teatro sería como un dios que no entiendo pero todos dicen que existe.
No obstante ayer, asistí a una obra. Quise no saber nada, no anticiparme, no estrangularme en la búsqueda de un asidero. Y fui. Y me senté en la primera fila para poder irme rápido si todo se ponía gelatinoso. Y empezó rara.
Los actores sentados a una mesa, leían. Una cámara abordaba sus gestos y los volvía enormes, lo sutil gigante. Sus manos, de vez en vez, jugaban los textos. Una barbie, un bebote deforme, unos soldaditos, unos naipes. Sarmiento sacaba la lengua por el hueco del billete de cincuenta.
Y reírse. La absolución del tiempo. El arte como la muerte del tiempo. La atención precisa en cada detalle. Me excitaba el sobre estimulo. Una manía tan grata por deshacer cada coágulo de potencial obviedad y volverlo absurdo, pero un absurdo sensato. La confirmación de la risa que se escapa de la boca y por favor que no termine nunca porque hallé el teatro.
Share/Bookmark

Ciento treinta y tres: Sincronizar

Cuando era adolescente, me sumé a esa clase de cosas de las cuales uno después se avergüenza, de "grande". La adultez vendría a ser una especie de "rescate" de "lucidez" que desagrega el pasado y filtra las infinitas posibilidades del futuro. Ahora bien, cuando yo era adolescente asistí a clases de aerobic. Aquellas clases, además de ser aburridas por reiteradas y robóticas, eran el meollo del problema que hoy sigo padeciendo. Léase: sincronización.
(Solía ser de aquellas personas que hacen prácticamente lo contrario al resto, pero sin ningún tipo de intención revolucionaria, sino por mera incapacidad de poner en línea el cerebro y el cuerpo)
Hoy, así adulta como no me quiero, reincido en las tareas de sincronización asistida. No con mayor éxito. El desafío es percutir con cada mano un ritmo diferente, usando cada ojo para leer la línea de cada mano. Podría ocurrir que el ritmo total que surge del doble golpe sea casi agradable, pero siempre está lejos de ser el que dicta el asistente, la partitura, mi cerebro. Una brutal inconsecuencia que me hace pasar por rebelde en el mejor de los casos.
Share/Bookmark

martes, 26 de julio de 2011

Ciento treinta y dos: Siesta de Poe

(El título es préstamo de un diálogo del día. No es enteramente mío)
Renegando de la vigilia, monté una siesta apenas transcurrido el mediodía. Tenía malestares varios, pensé que la siesta era el remedio para todos.
Toda siesta incluye el babeo. Babearse es algo hermoso, siempre y cuando no haya otras víctimas del babeo, distintas a mí.
En la siesta tuve varios sueños. En el último, yo veía por la pantalla de un celular ajeno cómo una mujer era golpeada y violaba, mientras tanto el teléfono sonaba en un cajero automático.
Share/Bookmark

Ciento treinta y uno: La fantasía

La felicidad es algo estúpida. No tengo motivo. Río, sonrío, río. Es fácil como todo lo que se veía en sprayette. Ya no tengo tele, ya sprayette quizás no exista.
Apenas se me asomaba una bronca, yo la domesticaba junto al malhumor, se ponían de rodillas y agachaban la cabeza. Buenas mascotas, buenas y obedientes.

Soy una hoja de otoño. Hay viento. Hay lluvia. La hoja va como por arte magia va, volando, de aquí para allá. Cae en el cine. En el cine están sus amigos y David Bowie y Escher. "Las cosas no son como aparentan" dice Jennifer Connelly. Yo le creo todo a la fantasía. Pero la fantasía es maleable como la hoja. Entonces, todo es sumamente maleable. La felicidad es un metal flexible.
Share/Bookmark

Ciento Treinta: Metonimia

La parte por el todo. Partir también es una forma de callar.
Si el domingo hubiese aparecido de otro modo, más esperable, inaguantable domingo,
y a fin de cuentas es tan grato estar aquí que debo procurar el silencio para poder ver bien qué esto también es real. (Sí, el silencio no es un agujero. El silencio es algo que se da entre otras cosas. No es ausencia del sonido, no, el sonido es quizá la ausencia del silencio. Nada podría ser completamente cierto. Alguno de los dos, estaría mintiendo)
Share/Bookmark

lunes, 25 de julio de 2011

Ciento veintinueve: Vagamente

Abro los ojos a las cinco de la tarde. No hay moros en la costa. No hay costa. Está la cola del sol apenas yéndose. La luz se va corriendo de mis pies, yo voy corriéndome hacia la luz. Y al fin, desaparece. Yo entonces pinto el gato maneki celeste para que se me cumplan todos los sueños celestes esta noche.

La noche. Ellas vienen a casa y yo creo que no voy a salir pero siempre en definitiva salgo. Y salir es bailar y bailar es hacer el tiburón entre la gente y alguna que otra performance espontánea graciosa, lo que se nos venga en ganas como por ejemplo: saludar afectuosa, alegremente a un desconocido que, a su vez, sonríe y me dice: te recuerdo vagamente.
Share/Bookmark

sábado, 23 de julio de 2011

Ciento veintiocho: Relatividad

En el avión. La azafata nos aturde por los auriculares. Miro a mi compañero de asiento, se sonríe cómplice, mientras se quita los auriculares, me dice:
- ¿vos hacés música?
- no, estoy aprendiendo a tocar el piano. Empecé tarde.
(y luego el tema de los padres, de la devaluación del arte y él, "economista")
Y no obstante, seguir como quien se deja ir por un río de palabras, nos íbamos los dos. Él, Rubén, 50 años promedio. (Pensar que podría ser mi padre y aunque admite conocerlo, él no es mi padre, ni se comporta como tal)
Entonces, hablar del desarraigo, otra vez el arte, la escritura, los poemas, los hijos.
Tan genuino.
- Es realmente mágico lo de los aviones, ¿no?
- Sí, ¿Vos sabés cómo funcionan los aviones? ¿Querés que te cuente?
(y yo) - Sí, sí (ya eufórica)
- Principio de sustentación.
Luego siguió con Stephen Hawkins y la historia del tiempo.
Porque el tiempo: tan solo en una hora y media.
Porque el espacio: De San Juan a Buenos Aires.
Porque la relatividad: él podría ser mi padre, pero es tan dulcemente un ser humano.
Share/Bookmark

Ciento veintisiete: Líquido

Aquel día busqué la corriente y no el estanque.
Share/Bookmark

miércoles, 20 de julio de 2011

Ciento veintiséis: Pare de sufrir

Trabajo en vacaciones, pero no me estreso. No me estreso porque realmente no estoy concentrada, porque realmente estoy pensando en otras cosas (me han prestado algunos libros, me han contado cosas, he comido fuera, he paseado -Estoy sufriendo-) De a cortos intervalos.
He tenido una tos aguda, igual he querido fumar y he fumado y he estado peor y ahí sí he parado de fumar un poco.

Pare de sufrir. Sufro tos, desamor, abstinencia. Cuando todos salen, abro una cerveza. Pero no es lo mismo. Sufro, lloro, puteo, bebo, bailo. Me alegro. Puedo quedarme debajo del agua hasta que se acabe la caliente del termotanque, mientras la cerveza se calienta, la pieza se enfría. Sufro de nuevo, pienso. Leo un libro de autoayuda en silencio, la copa al lado. Bebo. Veo películas. Tres al hilo. Toso y creo que voy a morirme. Esto ya lo he pensado muchas veces y aquí estoy, pienso.

Lleno una bolsa de agua caliente y la abrazo. Es casi humana. Mañana estará fría, pero ahora no me importa, ahora es la noche y hay que salvarme.
Share/Bookmark

Ciento veinticinco: Elegante sport

Estar enferma y estar de vacaciones y estar todo el día encerrada, me ha obligado a ponerme un jogging. Sumale la tristeza o la melancolía. En una distracción de mi madre, cacé las llaves, el saco y me fui por el corredor.
Y caminé, caminé, caminé. Estaba nublado pero no iba a llover. Me encontré una carta, era un once de copas. (Once de copas: Caballero dulce y estudioso, al derecho. Al revés, flirteador.) No recuerdo de que lado la encontré, pero es probable que no al derecho.
Luego se me ocurrió seguir escapando, con saco y jogging, me escapé a la casa de ella. Entonces, la tarde se develó en susurros y yo, de elegante sport.
Share/Bookmark

lunes, 18 de julio de 2011

Ciento veinticuatro: Cementerio

Ayer fuimos a ver a la abuela. Si el cementerio no fuera, como dice su nombre, un mirador, yo no iría.
Yo no hablo con los muertos. Sólo los visito. Sólo la visito a ella porque me gusta ese jardín de muertos. Crece verde. En esta época, amarillo.
A veces, observo qué hacen los otros con sus muertos, además de cambiarles las flores. Algunos rezan de rodillas, algunos hablan con sus muertos. Habrá quien llore siempre.
Yo solo la visito cada vez que vengo a las montañas. Y ya con eso, me voy tranquila. Puede ser que a veces extrañe, su mate lavado.
Share/Bookmark

Ciento veintitrés: Disfonía

Sucede que a veces hay algo que debo decir pero me callo. Y cuando me callo, pues ya no tengo ganas de hablar de nada, con nadie. Tan solo el silencio. Allá, lejos, las montañas. Las montañas son el silencio, no como el mar. Puedo quedarme así, sentada al costado de la carretera, de cara al sol que se va tras las montañas. Ya no tengo necesidad de hablar. He perdido la voz. Ahora tengo una buena excusa para vivir en el silencio, al menos estos días, al menos.
Share/Bookmark

sábado, 16 de julio de 2011

Ciento veintidós: Las nubes

Verdaderamente yo estaba cansada. No había podido dormir entre la ansiedad del viaje y el temor a quedarme dormida en cualquier momento, en cualquier posición. A las cuatro estaba esperando un taxi. A las cinco y media, fui abandonada en Retiro. Tuve miedo y subí a otro taxi. A las seis y cuarto estaba tomando un cortado. A las ocho estaba a bordo. A las ocho y cuarenta estaba ofuscada. A las ocho y cuarenta y cinco, estaba realmente muy cansada y ofuscada. A las nueve menos diez, despegó, se despegó. El avión atravesó las nubes grises, la niebla, la carcasa espesa de oscura humedad. A las nueve y minutos, el cielo era celeste y nubes como campos infinitos de blancura y el sol. El sol como todo. El sol en mi cabeza contra la ventanilla. Las nubes, aquí me quiero bajar.
Share/Bookmark

Ciento veintiuno: Cien de humedad

Hacía frío, después de todo podríamos tomarnos unas cervezas en el bar más próximo. También entonces, unas empanadas. Y el frío no sé si era tanto, era más esa cortina flotante de milimétricas gotas. Una lluvia que no era tal, pero mojaba igual. Ella dijo: hay cien por ciento de humedad. Eso sería como estar sumergida en una pileta. Pero aquí no se podía nadar. Apenas nuestra lengua nadaba en la cerveza y ya la risa hacía lo suyo.
Share/Bookmark

miércoles, 13 de julio de 2011

Ciento veinte: El Estado

Hoy me despierta por la mañana el sonido agudo del teléfono:
- Se encontraría Rocío
- Sí, ella habla (voz con carraspera)
Lo que sigue sería imposible de describir con exactitud y además sería aburrídisimo. A mí me aburrió viviéndolo.
Resultó ser que esta TELEMARKETER, quería que yo me SOLIDARIZARA con un hostpital PÚBLICO, solicitud que retruqué con la palabra ESTADO.
- Vos me dijiste Hospital PÚBLICO?
- Sí
- Entonces hagamos una movida militante, que me hablás de solidaridad. Con solidaridad no hacemos nada. El ESTADO donde está.
Y ella:
- Pero esta es una campaña solidaria
(quería decirme que yo no era solidaria porque no colaboraba)

A la noche:
Escuela de Arte (Institución PÚBLICA)
- Los pianos no andan, no tenemos instrumentos, nos cagamos de frío, etc. Hagamos una movida SOLIDARIA
Yo: y el ESTADO, ¿dónde está?
Share/Bookmark

Ciento diecinueve: La vida sin internet

Creo que es una bendición. No hay internet en casa. El tiempo desborda. Me muevo tranquila, luego de un atisbo de colapso. Tan solo poner música, abrir un cuaderno, leer anotaciones viejas, leer libros nuevos, escribir varios poemas al hilo, cocinar, comer, lavar los platos. Me ha venido bien la soledad.
Creo que puedo vivir sin internet.
Share/Bookmark

lunes, 11 de julio de 2011

Ciento dieciocho: Chocar II

Podría decir que se siente casi exactamente lo mismo al estrellarse contra una puerta de un auto una noche en un paseo musical en bicicleta, que estrellarse contra una frase rotunda, cruel, cuando vengo subiendo descocada por una montaña rusa, sí, alegre, primaveral, anticipada, sí, pues me caigo de mil kilómetros de altura, a una velocidad tan vertiginosa que no me doy cuenta que estoy cayendo hasta un rato después, cuando efectivamente me estrello y me duele, sí, el corazón pues, qué va a dolerme sino, si lo único real es sentir. Todo ha sido un simulacro, menos sentir.
Share/Bookmark

domingo, 10 de julio de 2011

Ciento diecisiete: Picado fino o grueso

Soñé que Ricky Martín venía de visita a mi departamento. Estaba igual que en el programa de Su Giménez, ni más ni menos lindo y simpático. Estaba sentado a la mesa, había otras personas pero ya no las recuerdo. Sé bien que era Ricky Martin y sé bien que él tenía hambre y ya caía un poco la noche, violeta caía. Entonces, yo pensé "Picada". Y ahí nomás le dije: salamín. ¿Picado fino o grueso?
Y desperté. Nunca sabré su respuesta. Pero he comprado ambos.
Share/Bookmark

Ciento dieciséis: Asistencia perfecta

Danzar. Podría sintetizar perfectamente todo un findesemana en esa palabra. Mi recurrencia en el bar, el vínculo que se ha gestado tan espontáneo con el de la puerta y los apagapuchos del bar. Dormir para danzar. Tener el cuerpo cansado y, no obstante, danzar. Nada puede ser más sencillo, más exacto, más expresivo, más entusiasta, más alegre. Puedo bailar hit the road, jack, hasta el hartazgo y sentirme extasiada igual. Es mi único motivo allí. Mientras otros se seducen, se babean, inhalan, fuman, coquetean. Yo bailo. Bailar como quien no quiere, como si el cuerpo hiciera lo suyo, como lo inevitable, como un subproducto necesario de estar rodeada de semicorcheas. Y quererme eufórica y aguantar el cansancio hasta el fondo, hasta parar por un pis o un pucho, y ahí sí, oh, creo que ya quiero irme a casa. Estoy cansada.
Share/Bookmark

Ciento quince: Record

Récord de aplausos. Doble agradecimiento con el cuerpo doblado. Varias ingestas de sanguches de miga y copas de vino tinto. Muchos juegos de pool, uno tras otro, casi compulsivamente intentando embocar la bola y siempre yéndose la negra por el agujero fagocitador. Será que la noche ha empezado más temprano que de costumbre y siendo las doce y media de la noche ya está doliéndome en la cara una sonrisa. Y entonces, todo comenzaría como un arco de prolongación desde la repentina lucidez sobre el tiempo, y doce horas más tarde, nuevamente la pregunta, sin haber dormido nada en el medio, "son las doce y media", nuevamente sí, y ahora el día con un sol tan lindo que nadie querría irse a dormir, pero la cara en el espejo, los ojos lastimosos. Ni siquiera poder desatarse los cordones o bajarse el cierre, y caer, como cae alicia por un pozo tan tan profundo.
Share/Bookmark

jueves, 7 de julio de 2011

Ciento catorce: Cumpleaños con rodhesia

La felicidad es tan simple. Estoy extasiada y no es el alcohol. Tengo en mi cuerpo el divino encanto de estar rodeada de seres humanas. No quiero más. Hoy estoy bien y estar bien es sublime. Un cumpleaños sin torta ni brownie, pero pelamos las rodhesias y las partimos una a una para que nos alcancen (partió el pan y entregóselo diciendo: comed todas de él). Entonces, esto es el amor. A mí me basta. Carcajada y a la cama.
Llena eras de gracia.
Share/Bookmark

miércoles, 6 de julio de 2011

Ciento trece: Palmear

Hoy he notado, con absurda claridad, que soy torpe con los golpes, que soy torpe con las manos. Siento inalcanzable la posibilidad de sumarme palmo a palmo al ritmo de los otros. Es el tiempo. Dentro, otro tiempo da jalea, reaviva el ansia que yo soy, porque en definitiva nunca he sido otra cosa que ansia. Y aprender, a veces me tortura. Pero vuelvo luego de un rato a intentarlo y vuelvo a fallar y vuelvo de nuevo a intentarlo hasta que lo abandono o lo aprendo sin notarlo. Pues esto es la vida que quiero pero no me acostumbro al tiempo. Todo el tiempo me transgrede, me sopesa, me malgana. Pero juego. Jugar no me agota el deseo. Y palmeo, mientras me río nerviosa, palmeo.
Share/Bookmark

martes, 5 de julio de 2011

Ciento doce: Patinar

Mediodía. Sol. Bosque. Patines.
El gran primer problema es ponerse de pie sin tambalear. Luego encontrar el sendero estable y hacer el gesto de esquiar no demasiado erguida. Son evidentes los gestos corporales de constantes pérdidas de equilibrio. Y de pronto, agarrar una velocidad deseada pero, a la vez, inevitable e imposible de frenar. Entonces, la adrenalina, el miedo, las dudas, todas. Una alegría infantil y un temor adulto.
La opción ha sido caer o abrazar un árbol con el impulso de ver a un amigo extrañado y quedarse así hasta juntar fuerzas suficientes para recomenzar.
La opción ha sido caer de culo o caer de manos, y las irrisorias rodilleras intactas.


Share/Bookmark

lunes, 4 de julio de 2011

Ciento once: El ojo me titila

Todo empezó a intraquilizarme ayer cuando el ojo comenzó a titilar. A tiritar, sí, capaz podría ser tiritar o bien, el ojo me late. Si el ojo me late, me preocupo porque tengo ojos nuevos y como cualquier cosa nueva que uno tiene uno quiere que se conserve lo más nueva posible. Y entonces, he estado preocupada todo el día por mi ojo derecho. Siempre fue problemático mi ojo izquierdo pero esta vez, por algún extraño motivo ha sido el derecho.
Y eso no fue todo. Cuando estaba trasladándome veloz hacia el punto contrario de la ciudad, una basura se adhirió al globo ocular derecho. Al mío, sí. Y estuve una hora, alternando conversaciones dramáticas con un grupo de conocidos, con lavajes de ojo en agua fría. Luego me puse las gotas de la noche y todo se superó, naturalmente, como sucede tras ingerir las drogas correspondientes.
El ojo siguió pulsando pero esto, entonces, ya me tenía sin cuidado.


Share/Bookmark

Ciento diez: Domingo valiente

Tsunami de frío. Mi madre dice: es una sucursal de la Antártida. Oh sí, igual me he puesto las calzas de la bici y arriba diecisiete capas. Tengo una relación conflictiva con el "ofri" pero igual decido superar el domingo pedaleando.
Me mezclé entre el tumulto caluroso de una feria con la cámara colgando del cuello. Entre subir y bajar las escaleras, redondeé el número diez. Arriba una amiga se dejaba pintar las uñas animal print. Un simpático gigante distribuía bocados de altísimo tenor graso en forma absolutamente gratuita, y mates (también gratuitos).
Pese a que el lugar está muy lejos de ser mi lugar, no estaba tan mal, por la cámara, claro, sí, la cámara podría hacerme pasar por lo que soy pero de forma amable, eludiendo cualquier mirada despreciable. Todo el mundo sonríe ante la cámara y, por ende, me sonríe a mí, detrás de ella.
Habiendo capturado suficientes sonrisas de modalidad falsa o sincera, decidí irme también en bici, pedaleando hasta la una de la mañana. La ciudad vacía era mi antártida.

Share/Bookmark

sábado, 2 de julio de 2011

Ciento nueve: Tango

Amanecí ojerosa. Habría dormido más si mi cuerpo no hubiese estado sometido al proceso de resaca. Me puse intranquila. No vi ninguna película en la cama. Me quedé quieta viendo pasar el tiempo por la ventana. Y el tiempo pasó hasta que me bañé y fui a buscar la bici que abandoné anoche frente al bar donde perdí la voluntad y me dejé llevar por los otros.
Pedaleé hasta la orquesta. Pedalear me devolvía a mi yo natural.
Unas niñas bailaban apretadas el tango que la orquesta ejecutaba. La gente bailaba con los ojos cerrados como si la coreografía estuviera escrita en sus párpados, y se balanceaban como el mar.
Cuando me puse a la sombra, entonces me viste y sonreíste. Para mí, fue la comunión de los ojos.
Luego te di un barco de papel para que lo navegues en ese mar tu próxima vez.

Share/Bookmark

Ciento ocho: Las inauguraciones

Me gustan las inauguraciones de todo. Fundamentalmente, aquellas donde nos ofrecen secuencias de tragos y bocados en forma gratuita. Mal que me pese, esto sucede cada vez menos.
En la inauguración que presencié ayer, más que los cuadros que se exponían, amé el encantador silencio que se hizo en torno al trío de músicos cuando ella empezó a cantar, mientras yo masticaba también silenciosamente un sanguche de alto contenido graso y sabor, mientras se me enredaba en la dentadura un hilo de su embutido de forma casi casi irreversible.
Me gustan las inauguraciones porque la solemnidad y el frío son combatidas con serenidad y aceptación sonriente. Esto sucede cada vez menos. Más aún sucede que se llenan de hipocresía y recelo. Pero ayer no sé si el vino, el licor de damascos o los sanguchitos, no me hicieron prestarle demasiada atención a las lentas explicaciones que un sujeto daba sobre la obra, mientras trataba inútilmente de ponerle palabras a la emoción devenida en inspiración devenida en técnica devenida en absurdo.
Me gustan las inauguraciones por la gente que va por los sanguchitos.


Share/Bookmark

Ciento siete: Olvidar

Luego de un par de inasistencias a terapia, recaí en el psicoanálisis.
Olvidar es la droga que consumo con total inconsciencia hasta descerebrarme. Y cuando me descerebro tanto, tengo repentinamente una unidad de lucidez brutal y dolorosa. Y cuando tengo esa lucidez, lloro. Porque de repente me doy cuenta que he sido monstruosamente dañina. Y me digo: oh, sí, lo siento mucho. Lo digo con el corazón apretado en el puño y no hay remedio. La ausencia ha hecho estragos. El olvido no remedia el perdón. Y soy tan insensata y tan insensible a veces que tengo ganas de olvidar esa tremenda lucidez, también. Claro, pero eso es ya imposible.
Y así salgo sangrando a la calle a remediar el presente.

Share/Bookmark