Ni hambre. Solo una gran avalancha de resaca se me abalanza.
Vuelta a la cama. Siesta total. Reconstrucción somnolienta del yo vital.
Nuevo amanecer a las siete de la tarde. El cuerpo grita aún, gorgojea y gruñe.
El pájaro de bukowski azul me aletea en las vísceras.
Estoy muerta pero me siento el cuerpo.
Es sólo una resaca, me digo, una resaca infinita y una resistencia insistente a integrarme a un mundo pretencioso, obligatorio, rutinario.
Camino por la cornisa de la vigilia hasta caer devorada por el sueño.

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