domingo, 1 de mayo de 2011

Cuarenta y siete: Los domingos lúcidos

A veces festejo la lucidez. A veces la lucidez es insoportable.
Los domingos el tiempo trabaja mi lucidez. Y la lucidez aniquila la fantasía. Y la fantasía me daba de comer. Entonces, los domingos muero de hambre. De un hambre particular que se tiene con el estómago lleno.
Una dosis fuerte de lucidez, una dosis fuerte de domingo frío de encierro. Una preparación psicológica para el destierro de la tierra de nunca jamás. Un desgaste energético, fuerte, duro, muy duro.
Porque el capricho, la obstinación por la fantasía tiene que acabar en algo. Y eso, por lo general, sucede un domingo por la noche.

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