Hoy salí de la dietética, caminé dos cuadras y rompí la bolsa y me puse uno en la cavidad de la boca. Y fue una hostia. Se me pegó en el paladar. Y fue sagrado. Fue abismal el placer. Y me mantuve así, caminando con el orejón pegado al paladar degradándose con mi saliva tan despacito. Y evité saludar a los vecinos. Estaba realmente imposibilitada porque el orejón ocupaba toda la boca. Porque el placer era muy grande. Porque era niña de nuevo.

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