Hoy salí de la dietética, caminé dos cuadras y rompí la bolsa y me puse uno en la cavidad de la boca. Y fue una hostia. Se me pegó en el paladar. Y fue sagrado. Fue abismal el placer. Y me mantuve así, caminando con el orejón pegado al paladar degradándose con mi saliva tan despacito. Y evité saludar a los vecinos. Estaba realmente imposibilitada porque el orejón ocupaba toda la boca. Porque el placer era muy grande. Porque era niña de nuevo.
miércoles, 1 de junio de 2011
Setenta y ocho: Orejón
Hoy volví a comer un orejón después de no me acuerdo cuántos años. Supe sentir adicción por esas cosas cuando niña. Rompía las bolsas apenas salíamos del supermercado con mi madre y saboreaba los orejones hasta que se ablandaban por completo en la boca.
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