El invierno se transita serenamente con la persiana baja de corrido. El sol no existe por una semana o más. El sol, entonces, no regula nada. Y si se me ocurre -y si me ocurrió- levantar la persiana, el panorama puede ser desolador en el balcón. Porque lo que en otro tiempo fue verde y flor, ahora es podredumbre y marrón y crack. Las hojas perecieron, la batata lucha incansable por sobreponerse al frío pero el frío es la muerte y yo no puedo hacer nada. Y si de repente pensara en entrar las plantas y ponerlas al lado de la estufa, de todos modos la cosa seguiría este rumbo que ha tomado.
Dos bajas en el jardín. No hay flores en otoño. No hay amor, hay podredumbre y crack en la vida.
Dijo ella: el invierno es el fin del año, la muerte para el renacer primaveral. Es una esperanza. Siempre podré arremangarme arrodillada como si rezara por sus vidas, pero ahora el invierno arrasa terrible y polar. Hay lágrimas secas en sus macetas, tal vez el biogermen las renueve en varios meses. Mansa esperanza mía.

Ciento uno: muertes en el jardín
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