domingo, 19 de junio de 2011

Noventa y cinco: Donde todo es brutal, goma espuma

Después de unas horas de estar, él dijo: "parece que no estuviera en Capital".
Pero el espacio, tampoco el tiempo, existía. Estábamos donde estaban nuestros diálogos, quién sabe, quizás era San Juan, donde solíamos encontrarnos.
Pudimos caminar horas y no sentir nada de cansancio en el cuerpo, podíamos comer cualquier chatarra y no sentir malestar estomacal. Mi permitido capitalista fue comer esa hamburguesa de tres capas de carne de perro, con pepinos y cheddar. No iba a resistirme a nada. No iba a tener miedo de las consecuencias del mal. Estaba cubierta de goma espuma y los pies recién empezaron a dolerme cuando me baje del colectivo ya a veinte cuadras de mi casa, la cabeza me iba a explotar recién ahí, no antes y ni siquiera tanto, como si la goma espuma me durara hasta pasadas las doce horas del encuentro.
Si en Capital todo es extremo, brutal. La ansiedad, los miedos, la indiferencia, los golpes de la gente en la calle, los desconocimientos, la poca humanidad, los ruidos, la velocidad del tiempo, la locura, el chetaje, la soledad.
Pero podemos suprimirnos de eso. Y viajar en nuestro diálogo, perdernos en el abismo de esa ciudad, perdernos entre palabras y olvidarnos del suelo.
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