domingo, 5 de junio de 2011

Ochenta y uno: Si la vida fuera este continuo amanecer

Si la vida fuera este continuo acostarse de día después de asistir a bailes eufóricos, yo me quedaría a vivir en la vida sin ninguna clase de espasmos depresivos ni suicidas.
No es que ciertamente no lo sea, sino que todo es finito y qué es un fin de semana en una vida tan de 365 días repetidos hasta el hartazgo.
Y cuando parecía que la resaca del día anterior, no iba a permitir abordar la calle invernal sin sentir la tentación de volver al refugio cálido de la cama con plumón, el autorescate fue salir. Ir al mismo sitio que el día anterior, con el cuerpo semidestruido, el cerebro semiquemado y las ganas intactas.
Lo invariable, increíblemente, eran las ganas.
Bailamos como otrora, reímos como otrora, bebimos como otrora. El incansable encanto de la noche que es una fuga, que es un quedarse vibrando en una nota que, por momentos, parece eterna.
Y ni siquiera es lamentable confirmar que no, que todo termina, pero que todo termina con un sanguche de milanesa cuadrada en un puesto en una plaza, rodeada de hambrientos animales humanoides.
Nunca me habían convidado una aceituna embebida en martini. Yo tranquilamente podría ser esa aceituna embriagante, si la vida fuera este continuo amanecer.
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