(...)
(media hora después)
Uno marcaba las negras, el otro las corcheas, el otro las semicorcheas y yo, claro, las palabras.
La cosa nos habría parecido tan sencilla al comienzo y luego una fantástica porquería con dos rimas redundantísimas y un cierre forzoso. Todos se rieron. No sé si habrá sido
que les ha gustado o que les ha parecido sublime el ridículo.
Después de todo, la risa es garantía de algo. De algo bello. Una comunión absurda, pero una comunión al fin.

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