sábado, 19 de marzo de 2011

Tres: Ir a la Ópera

Ópera con mayúscula y acento en la O, de boca abierta de sorpresa y uno que otro bostezo al principio pero sobretodo la sorpresa. Desde el principio, la sorpresa.
Ella, una companiera de la facultad, una que no veo hace anios, me escribe para ofrecerme las entradas. Hay algo en mí, o en lo que he sido, que le sugiere que yo soy capaz de estar sentada tres horas, por lo menos, en una butaca absorbiendo un pedazo de arte semejante.
No sé qué es, ni qué día, ni qué hora. Acudo por las entradas. Es hoy, me dice. Tengo cinco gratis para algo que no sé qué es, ni qué valor tiene. Pero son mías. Y son gratis.
Convoco al clan. Se suma al vértigo de lo desconocido.
Veinte treinta. Primer acto. Larguísimo, pero el ARPA lo puede todo. El primero es entrar en el tiempo de la ópera. Superar la ansiedad, atemperarse.
Intervalo. No se puede fumar en la escalera. Nos expulsan del paraíso. El paraíso nunca fue nuestro.
Segundo acto. La muerte. Casi lloro.
Intervalo. Tres llamadas perdidas de mi hermana. Y qué bueno se está poniendo esto, menos la que no nos fuimos.
Tercer acto. Se me cae la baba. La escenografía es agua. Hay bailarines sobre el agua que salpican la trama trágica. La iluminación es perfecta. Todo es monocromo, alineación del cien por ciento. El tiempo ha dejado de existir o ha dejado de importarme. Veo la poesía mezclada con el perfume de la alta alcurnia y su sudor a champán. Pero veo poesía detrás de todo, una poesía condecorada, pero una poesía al fin.

"Eugene Onegin" de Tchaicovsky

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