lunes, 21 de marzo de 2011

Seis: Ver de un solo ojo

Turno en el oculista. Una hora y media de espera promedio. Un arsenal de entretenimientos. Libros, revistas viejas de una dietética, productos varios comestibles de la misma dietética, música, gente en los pasillos revoleando los ojos al primer ruido de puerta, gente mirando, ninios preguntando cuándo nos toca.
Una vez por mes. Se me revolotean los pájaros antes de ir al oculista. Temo que finalmente diga que no veo, aunque vea, me diga: usted no ve, venga que le pongo lentes. Por eso se me enloquecen, aletean tanto que terminan tirando el nido a la mierda. Y como la tostada con mermelada, el nido cae boca abajo.
Cuando me tocó a mí, la rutina. Leer las filas de letras que siempre son las mismas, las que ya debería haberme aprendido después de más de veinte anios de acudir a esta clase de citas. No hay nada por descubrir, excepto, claro, que no veo. Que lo que se dice una vista perfecta perfecta no tengo. Por más operación que me haga tengo un ojo choto y otro que es una joya, un laburante de tiempo completo.
Ya lo sabía. Los pájaros tienen razón, pero no sé porqué no se calman si no hay factor sorpresa.
Soy mujer de un solo ojo.
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1 comentarios:

Unknown dijo...

ojo al piojo.

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